miércoles, 30 de enero de 2013

El Motivo del Niño Divino - I


June Singer

El niño-dios es una manifestación universal del arquetipo infantil. Lo advertimos en ejemplos tales como el de la madona y el niño o el de los míticos héroes divinos infantiles. June Singer, analista junguiana y ensayista, se vale de su experiencia clínica y de sus vastos conocimientos de mitología para trazar un perfil de las cualidades divinas del niño interior. Este pasaje proviene de su libro Boundaries of the Soul, un detallado estudio de la psicoterapia desde una perspectiva junguiana.

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El arquetipo del niño divino suele preceder a una transformación en la psique. Su presencia nos recuerda los momentos de cambio de la historia del mundo, en los que la llegada de un niño divino constituye el heraldo del derrocamiento del antiguo orden y la instauración entusiasmi c inspirada de uno nuevo. El poema de William Blake A Song of Liberty expresa perfectamente la fuerza de este arquetipo. La Mujer Eterna, el anima, da nacimiento al niño divino, un dios solar de cabello llameante, lo que provoca la furia celosa del antiguo rey, el "rey sideral" de la noche y las tinieblas y de la decadencia se precipita sobre el mundo. Si bien el rey arroja al niño dios al mar occidental, el niño no se ahogará y al término de un viaje nocturno por los mares el hijo de la mañana ascenderá por el oriente para traer su luz al mundo:

¡La Mujer Eterna gimió! ¡Fue escuchada en toda la tierral... con temblorosa mano tomó el terror recién nacido, aullando:
¡En aquellas infinitas montañas de luz, hoy separadas por el mar atlántico, el fuego recién nacido se presentó ante el rey estrellado!
Marcado por las nieves de las cejas grises y los tormentosos rostros, las celosas alas batieron sobre las profundidades.
La mano armada de una lanza ardió en las alturas, desabrochado estaba el escudo; la mano de la envidia se extendió entre el cabello llameante,
y lanzó el milagro recién nacido a la estrellada noche.
¡El fuego, el fuego cae!...
Los fogosos miembros y el cabello llameante, cayeron como el sol que se hunde en el mar occidental...
Con truenos y fuego, llevando a sus huéspedes estelares por el erial baldío, [el tenebroso rey] promulga sus diez mandatos,
paseando sus radiantes párpados por las profundidades con oscuro desaliento,
Donde el hijo del fuego en su nube oriental, mientras la mañana dispone sus plumas en su dorado pecho.
Desdeñando las nubes de la maldición escrita, reduce a polvo las leyes de piedra y libera a los corceles eternos de sus guaridas nocturnas, aullando:
¡Ya no existe el imperio! Y en adelante el León y el Lobo han de cesar.

En la psicología analítica junguiana el motivo del niño se presenta con frecuencia durante el transcurso del proceso de individuación. En un principio la persona analizada tiende a relacionar este fenómeno con su propio infantilismo, cosa que, hasta cierto punto, puede ser apropiada. Siempre que la apariencia del niño, que aparece en nuestros sueños o en nuestras imágenes, guarda cierta semejanza con la persona del soñante, o ciertos aspectos de su comportamiento, la imagen puede ayudar a comprender los aspectos personales movilizados y ayudan a rastrear ciertos elementos neuróticos hasta etapas anteriores del desarrollo del individuo.

No obstante, aunque es posible que parte del material imaginario o soñado se relacione parcialmente con la historia de quien la produce, también es cierto que la imagen del niño divino puede ser nueva, y no mostrar parecido alguno con la experiencia previa del individuo. Es este último aspecto el que incita a considerar la proyección futura del arquetipo, es decir, a preguntarse lo que dicha imagen puede sugerir respecto a desarrollos que permanecen todavía en estado embrionario en la psique, pero que llevan en sí la potencialidad para el crecimiento y el cambio.

De la misma manera que nuestros propios hijos son, hasta cierto punto, extensiones de nuestro ego, podemos pensar en el "niño divino" como una extensión del inconsciente colectivo. Y así como depositamos nuestros sueños y esperanzas en los hijos, deseando para ellos el cumplimiento de nuestras empresas inconclusas, la realización de lo que nunca pudimos realizar, así también el "niño divino" representa los ideales de una cultura que ella misma no puede consumar. A menudo el "salvador" se convierte en el chivo expiatorio de los pecados de su sociedad y, gracias a su sufrimiento y a su sacrificio, la sociedad consigue perdurar y dispone de otra oportunidad.

El niño divino es excepcional desde el mismo momento de su nacimiento, o incluso de su concepción. Quizá sea separado de su madre a fin de prevenir cierto espantoso destino que pesa sobre su familia o su comunidad. Moisés, Edipo y Krishna fueron sustraídos a sus madres y criados por extraños; Rómulo y Remo fueron abandonados en el bosque; y todos ellos fueron salvaguardados para el desempeño de una misión especial. Cierto designio milagroso los protegió hasta que llegó el momento propicio para el cumplimiento de su labor. Durante los años intermedios, el niño tiene que superar numerosas dificultades, encontrar su propio sentido, y adoptar un estilo de vida que lo exprese. En el momento adecuado, manifestó su presencia e introdujo en la realidad el cambio dinámico para el que había sido invocado. Y poco después, cumplida su misión, muere.

En nuestros propios sueños, la aparición del niño especial conlleva a menudo un hondo significado. A través de mi práctica psicoanalítica he constatado que el niño de muchos sueños se halla lisiado, enfermo, o moribundo, cosa que no tiene por qué corresponderse con la vida del individuo y que me lleva a preguntarme: ¿De qué manera el potencial innato de la persona que tiene estos sueños está mermado o neutralizado? El análisis de los detalles específicos del material inconsciente y su comparación con detalles similares presentes en situaciones arquetípicas procedentes de mitos o de textos religiosos pueden permitir al individuo ir más allá de sus preocupaciones inmediatas y percibir hacia dónde se dirige su quehacer vital. Como Víctor Frankl indicó en El hombre en busca de sentido, un relato de sus experiencias en un campo de concentración, aquellos que consideraban sus vidas en el campo como "provisional" y vivían sólo día a día, perdían su energía muy rápidamente. Los pocos que conseguían convertir el sufrimiento en aquel lugar, en el que su cuerpo físico se hallaba apresado, en un desafío para liberar su espíritu, tendían a sobrevivir contra casi toda probabilidad. El niño divino que hay en nuestro interior da sentido a nuestras actitudes inmaduras y nos muestra el lado inconsciente de nuestras limitaciones, lo cual supone una visión de potencialidad floreciente.

lunes, 28 de enero de 2013

Psicología del Arquetipo Infantil - III (Final)


Carl G. Jung

El niño como principio y fin

Después de su muerte, Fausto es recibido como niño en el "coro de los niños bienaventurados". No sé si mediante esta idea peculiar Goethe se estaba refiriendo a los cupidos de las antiguas sepulturas, pero no es una idea descabellada. La figura del cucullatus apunta al encapuchado, es decir, el invisible, el genio de los difuntos, que reaparece en las diversiones infantiles de una nueva vida, rodeado de las formas marinas de delfines y tritones. El mar es el símbolo favorito del inconsciente, madre de todo lo que vive. En determinadas circunstancias (Hermes y los Dáctilos, por ejemplo) el "niño" está estrechamente relacionado con el falo, símbolo de la procreación y por ello lo vemos también aparecer en el falo sepulcral, como símbolo de una nueva concepción.

El "niño" es por lo tanto renatus in novam infantiam ("renacido a una nueva infancia"); al mismo tiempo principio y fin, una criatura inicial y terminal. La criatura inicial existía antes de que el hombre fuera y la criatura terminal existirá cuando el hombre ya no sea. Desde un punto de vista psicológico, esto quiere decir que el "niño" simboliza la esencia preconsciente y postconsciente del hombre. Su esencia pre-consciente es el estado inconsciente de su primera infancia; su esencia postconsciente es una anticipación, por analogía, de la vida después de la muerte. En esta idea se expresa la naturaleza global de la plenitud psíquica. Entre los límites de la mente consciente no cabe la plenitud --que incluye la extensión indefinida e indefinible del inconsciente. Empíricamente hablando, la plenitud es, por consiguiente, una extensión inconmensurable, más vieja y más joven que la conciencia, que se despliega en el tiempo y el espacio. Esto no es una especulación, sino una experiencia psíquica inmediata. Los sucesos inconscientes no sólo acompañan continuamente al proceso consciente, sino que también lo guían, asisten o interrumpen. El niño tenía una vida psíquica antes de tener conciencia. Incluso el adulto sigue haciendo y diciendo cosas cuyo significado no comprende hasta más tarde, si es que llega a comprenderlo. Y, sin embargo, las hizo y las dijo como si supiera qué significaban. Nuestros sueños hablan continuamente de cosas que nuestra conciencia no comprende (motivo por el cual son tan útiles en la terapia de las neurosis). Nos llegan intuiciones e indicaciones de fuentes desconocidas. Temores, humores, planes y esperanzas pasan por nosotros sin causalidad aparente. Estas experiencias concretas se hallan en la base de nuestra impresión de conocernos muy poco y constituyen también el fundamento de las perturbadoras conjeturas acerca de las posibles sorpresas que el futuro pueda depararnos.

El hombre primitivo no es un enigma para sí mismo. La pregunta "¿Qué es el hombre?" es la pregunta que el hombre siempre ha guardado hasta el final. El hombre primitivo tiene tanta psique fuera de su mente consciente que la experiencia de algo psíquico exterior a sí mismo le resulta mucho más familiar que a nosotros. De hecho, la vivencia de fuerzas psíquicas que rodean a la conciencia, sustentándola, amenazándola o engañándola, constituye una experiencia secular del género humano. Esta experiencia se ha proyectado en el arquetipo del niño, expresión de la plenitud humana. El "niño" es todo aquello que es abandonado y expuesto y al mismo tiempo divinamente poderoso; el principio insignificante e incierto y el fin triunfal. El "niño eterno" inherente al hombre es una experiencia indescriptible, una incongruencia, una desventaja y una prerrogativa divina; un imponderable que determina el valor fundamental o la falta de valor de una personalidad.


sábado, 26 de enero de 2013

Psicología del Arquetipo Infantil - II


Carl G. Jung

La función del arquetipo

El motivo del niño no sólo representa algo que existió en un pasado remoto, sino también algo que existe ahora; es decir, no se trata simplemente de un vestigio sino de un sistema que funciona en el presente cuyo propósito es el de compensar o corregir, de manera significativa, la inevitable excentricidad de la mente consciente. Ésta suele concentrarse sólo en unos pocos contenidos, elevándolos a un grado máximo de claridad, lo que supone la exclusión de la conciencia de otros contenidos potenciales. Esta exclusión dará lugar a cierta unilateralidad de los contenidos conscientes. Puesto que la conciencia diferenciada del hombre civilizado constituye un instrumento eficaz para la realización práctica de sus contenidos, a través de la dinámica de la voluntad, existe tanto mayor peligro, cuanto más ejercita su voluntad, de que se pierda en la unilateralidad y termine desviándose progresivamente de las leyes y raíces de su ser. Esto implica, por un lado, la posibilidad de la libertad humana pero, por otro lado, es una fuente de transgresiones continuas contra los propios instintos. En consecuencia, el hombre primitivo, que, como el animal, permanece más próximo a sus instintos, se caracteriza por el miedo a la novedad y por su apego a la tradición. Para nuestra manera de pensar, su atraso es muy notorio, mientras que nosotros exaltamos el progreso. Pero nuestro progresismo, aunque puede dar lugar al atractivo cumplimiento de muchos deseos, va generando una deuda prometeica igualmente colosal, que debemos pagar de tanto en tanto en forma de catástrofes monstruosas. Durante cientos de años el hombre ha soñado con volar, ¡y lo que ese sueño nos ha deparado son los bombardeos masivos! En la actualidad, la esperanza cristiana de una vida más allá de la tumba nos hace sonreír, y sin embargo caemos a menudo en milenarismos cien veces más ridículos que la noción de un idílico más allá. Nuestra conciencia diferenciada está en continuo peligro de desarraigo; de ahí que necesite la compensación del aún vigente estado de la infancia.

Desde la perspectiva progresista, los síntomas de la compensación se describen en términos poco halagadores. Dado que, vista superficialmente, parece una operación dilatoria, la gente habla de inercia, atraso, escepticismo, crítica, conservadurismo, timidez, mezquindad, y así sucesivamente. Pero en la medida en que el hombre tiene una enorme capacidad para disociarse de sus propias raíces, puede también verse arrastrado inadvertidamente hacia la catástrofe por su peligrosa unilateralidad. El ideal conservador es siempre más primitivo, más natural (tanto en su sentido positivo como negativo) y, en la medida en que confía en la ley y en la tradición, más "moral". El ideal progresista, por su parte, es siempre más abstracto, menos natural y, en la medida en que es desleal a la tradición, menos "moral". El progreso impuesto por la voluntad es siempre convulsivo. El atraso podrá estar más próximo a la naturalidad, pero se ve a su vez amenazado por peligrosos despertares. La antigua perspectiva se daba cuenta de que el progreso sólo es posible Deo concedente ("si Dios quiere"), mostrándose con ello consciente de la existencia de los opuestos y repitiendo en un plano más elevado los seculares rites d'entrée et de sortie ("ritos de pasaje"). Cuanto más diferenciada se vuelve la conciencia, tanto mayor es el riesgo de ruptura con la condición de partida. La ruptura total se produce cuando se olvida el Deo concedente. La psicología tiene ahora por axioma la idea de que cuando una parte de la psique se escinde de la conciencia, sólo queda aparentemente desactivada pero, de hecho, toma posesión de la personalidad y falsea los objetivos conscientes del individuo. Por consiguiente, si se reprime el estado infantil de la psique colectiva hasta excluirlo totalmente, los contenidos inconscientes pueden terminar dominando a los objetivos conscientes e inhibir, falsear e incluso destruir su realización. El progreso viable es sólo posible con la cooperación de ambos.


El futuro del arquetipo

Uno de los rasgos fundamentales del motivo del niño es su proyección futura. El niño es futuro potencial. Por consiguiente, la presencia del motivo del niño en la psicología del individuo implica una anticipación de tendencias futuras, por mucho que a primera vista parezca una configuración retrospectiva. La vida es un flujo, una corriente que discurre hacia el futuro, y no un estancamiento o una resaca. No resulta sorprendente, entonces, que tantos salvadores mitológicos sean dioses infantiles, lo cual concuerda exactamente con nuestra experiencia de la psicología individual, que muestra cómo el "niño" prepara el camino para un cambio futuro de personalidad. En el proceso de individuación, la figura del niño anticipa la síntesis entre los elementos conscientes e inconscientes de la personalidad. Es, por tanto, un símbolo de unidad de los opuestos, un intermediario, portador de salud y de plenitud. Siendo éste su significado, el motivo del niño es capaz de las numerosas transformaciones que he mencionado previamente: puede encontrar su expresión en lo redondo, el círculo o la esfera, o en lo cuadrado como representación de otra forma de plenitud. He llamado "Self" a esta plenitud que trasciende la conciencia. El objetivo del proceso de individuación es la síntesis del Self. Desde otro punto de vista, el término "entelequia" [entelequia = fuerza vital que impulsa a un organismo hacia la autorrealización] sería preferible a "síntesis". Existe una razón empírica por la que, en determinadas circunstancias, el término entelequia resulta más apropiado: los símbolos de plenitud suelen aparecer al principio del proceso de individuación y pueden observarse frecuentemente en los sueños iniciales de la primera infancia. Esta observación apunta hacia la existencia a priori de una plenitud potencial, sugiriendo de inmediato la idea de entelequia. Pero desde el momento en que, empíricamente hablando, tiene lugar el proceso de individuación, se presenta como una síntesis. Parece pues, paradójicamente, como si algo que ya existiera se estuviera reuniendo. Desde este punto de vista, el término "síntesis" también es aplicable.

miércoles, 23 de enero de 2013

Psicología del Arquetipo Infantil - I


Carl G. Jung

Todas las imágenes psíquicas participan hasta cierto punto de lo arquetípico, razón que explica la numinosidad de los sueños, y de tantos otros fenómenos psíquicos. Los comportamientos arquetípicos son especialmente evidentes en períodos de crisis, cuando el ego es más vulnerable. Hallamos cualidades arquetípicas en los símbolos, lo que explica en parte su atractivo, utilidad y recurrencia. Los dioses son metáforas de conductas arquetípicas y los mitos representaciones arquetípicas. Los arquetipos no pueden ser completamente integrados ni encarnados en forma humana. El análisis implica una toma de conciencia progresiva de las dimensiones arquetípicas de la vida de una persona... El concepto junguiano de arquetipo se inscribe en la tradición de las Ideas platónicas, presentes en la mente de los dioses y modelos de todas las entidades en el ámbito de lo humano.

El Arquetipo como vínculo con el pasado

En lo relativo a la psicología de nuestro tema, debo señalar que toda afirmación que vaya más allá de los aspectos estrictamente fenoménicos de un arquetipo es susceptible de crítica. No cedamos ni por un instante a la ilusión de que un arquetipo puede explicarse de modo definitivo. Hasta las mejores tentativas de ofrecer una explicación no son sino traducciones más o menos acertadas a otro lenguaje metafórico. (De hecho, el lenguaje mismo no es más que una imagen.) Lo más que podemos hacer es volver a soñar el mito y revestirlo de hábitos modernos. Y cualquier explicación o interpretación que hagamos de él afecta también a nuestra alma, con las correspondientes consecuencias para nuestro bienestar.

El arquetipo -no lo olvidemos nunca- es un órgano psíquico presente en todos nosotros. Una mala explicación implica, correlativamente, una mala actitud para con dicho órgano, el cual podría resultar así dañado. Pero el máximo perjudicado es quien interpreta erróneamente. Por consiguiente, la "explicación" debería respetar la importancia funcional del arquetipo, asegurando así un contacto adecuado y significativo entre la mente consciente y el arquetipo. Porque el arquetipo es un elemento de nuestra estructura psíquica y, por lo tanto, un componente vital y necesario de nuestra economía psíquica. Representa o personifica ciertos datos instintivos de la psique primitiva y oscura, las raíces reales e invisibles de nuestra conciencia. La preocupación de la mentalidad primitiva por ciertos factores "mágicos", que no son sino lo que nosotros llamaríamos arquetipos, evidencia la importancia primordial de la conexión con estas raíces. Esta forma original de religio ("re-ligar") es la esencia y el fundamento de toda vida religiosa incluso en nuestros días, y siempre lo será, con independencia de la forma que dicha vida adopte en el futuro.

No hay un sustituto "racional" para el arquetipo, así como tampoco lo hay para el cerebelo o los riñones. Podemos estudiar los órganos físicos anatómica, histológica y embriológicamente, lo que correspondería a un perfil de la fenomenología arquetípica y a su presentación en términos de historia comparada. Pero sólo llegamos al significado de un órgano físico cuando empezamos a formular preguntas teleológicas. De aquí surge la pregunta: ¿Cuál es la finalidad biológica del arquetipo? De la misma manera que la fisiología responde a esta pregunta referente al cuerpo, es asunto de la psicología contestarla en relación al arquetipo.

Afirmaciones como "El motivo del niño es un recuerdo rudimentario de la propia infancia", y otras similares, no hacen más que dar por sentadas cosas que deberían ser demostradas. Pero si, modificando levemente este enunciado, declaramos: "El motivo del niño es una representación de ciertos aspectos "olvidados" de nuestra infancia, nos aproximamos más a la verdad. No obstante, dado que el arquetipo es siempre una imagen que incumbe a toda la raza humana y no sólo al individuo, tal vez fuera mejor decir: "El motivo del niño representa el aspecto preconsciente de la infancia de la psique colectiva".

(No creo superfluo señalar que el prejuicio común se inclina siempre a identificar el motivo del niño con la experiencia concreta "niño", como si el niño real fuera la causa y la condición previa de la existencia de este arquetipo. Sin embargo, en la realidad psicológica la idea empírica "niño" es sólo un medio [y no el único] para expresar un hecho psíquico que no puede formularse con mayor exactitud. Por la misma razón, cabe afirmar de modo categórico que la idea mitológica del niño no es una réplica del niño empírico, sino un símbolo claramente reconocible como tal: es un niño prodigio, un niño divino, concebido, nacido y criado en circunstancias muy extraordinarias, y no -esto es lo importante- un niño humano. Sus actos son tan milagrosos y monstruosos como su naturaleza y constitución física. Es sólo a causa de estas propiedades tan poco empíricas que se hace necesario hablar de un "motivo del niño". Por otra parte, el "niño" mitológico se presenta bajo varias formas: como un dios, un gigante, un animal, Pulgarcito, etcétera, lo cual apunta a un tipo de causalidad que es cualquier cosa menos racional o concretamente humana. Lo mismo vale para los arquetipos del "padre" o de la "madre" que, desde un punto de vista mitológico, son símbolos igualmente irracionales.)

No nos equivocaremos si, por el momento, interpretamos este enunciado históricamente, sobre la analogía de determinadas experiencias psicológicas que muestran que ciertas fases de la vida de un individuo pueden volverse autónomas y personificarse, hasta terminar configurando una imagen de uno mismo en la que uno, por ejemplo, se ve a sí mismo como un niño. Este tipo de experiencias visionarias, ya se formen en el sueño ya en el estado de vigilia, dependen, como sabemos, de que previamente haya tenido lugar una disociación entre el pasado y el presente. Tales disociaciones se producen a causa de distintas incompatibilidades; por ejemplo, el estado presente de una persona puede haber entrado en conflicto con su estado infantil o un individuo puede haberse escindido violentamente de su personalidad inicial identificándose tan sólo con cierta "persona" arbitraria más de acuerdo con sus ambiciones. Ha dejado así de ser como un niño, se ha vuelto artificial y ha perdido sus raíces. Todo ello presenta una oportunidad favorable para una confrontación igualmente violenta con la verdad primordial.

En vista de que los hombres todavía no han cesado de emitir afirmaciones acerca del niño-dios, tal vez podamos extender la analogía individual a la vida del género humano y concluir que, es más probable que la humanidad entre siempre en conflicto con sus condiciones infantiles, esto es, con su estado original, inconsciente e instintivo, y que el peligro del tipo de conflicto que da lugar a la visión del "niño" existe efectivamente. Las prácticas religiosas, o sea, la narración y ritualización reiterada del acontecimiento mítico, sirven por lo tanto para traer una y otra vez a la vista de la mente consciente la imagen de la infancia y de todo lo que se relaciona con ella, a fin de que no se rompa el vínculo con la condición inicial.