Por Tim F. y Peter G.
«Yo os daré lo que ningún ojo ha visto,
y ningún oído ha escuchado,
y ninguna mano ha tocado,
y que no ha surgido en la mente humana.»
Jesús, del Evangelio de Tomás.
«Yo os daré lo que ningún ojo ha visto,
y ningún oído ha escuchado,
y ninguna mano ha tocado,
y que no ha surgido en la mente humana.»
Jesús, del Evangelio de Tomás.
La vida es un Misterio. Un Misterio tan imponente que nos alejamos de su intensidad. Para adormilar nuestro temor a lo desconocido, nos insensibilizamos ante el milagro de la vida. Perpetuamos la mentira impasible de que sabemos quiénes somos y qué es la vida. Con todo, tras este engaño absurdo, el Misterio continúa inmutable, esperando a que nos preguntemos por él. Espera en un rayo de sol, en el pensamiento de la muerte, en la intoxicación de un nuevo amor, en la alegría del nacimiento de un niño o en la conmoción de la pérdida. En un momento determinado nos centramos en nuestras cosas, como si la vida no fuera nada especial, y en el siguiente nos encontramos cara a cara con el Misterio imponente, insondable y profundo. Esto es a la vez el origen y la consumación de la búsqueda espiritual. Aunque las condiciones vitales no hayan dejado de cambiar a lo largo de la historia, el Misterio de la vida continúa siendo el mismo.
Hace unos dos mil años, un grupo considerable de hombres y mujeres, fueron tocados por el Misterio y osaron sumergirse en sus profundidades: librepensadores revolucionarios que sintetizaron la sabiduría disponible en el mundo y articularon verdades eternas de manera innovadora y dinámica; visionarios creativos que codificaron sus enseñanzas como mitos extraordinarios; exploradores de la conciencia cuya filosofía mística prometía «Gnosis», conocimiento práctico de la verdad. Estos pioneros espirituales olvidados no podrían haber imaginado el impacto sin precedentes que tendrían en la historia de la humanidad. ¿Quiénes eran? Se llamaban a sí mismos «cristianos». Fueron estos individualistas radicales quienes crearon por equivocación la religión más autoritaria de la historia. Su misticismo interrogativo se distorsionó, casi hasta el punto de que fuera imposible de reconocer, para convertirse en el credo de lo que llamaban una «iglesia de imitación». Cuando esta forma empobrecida de cristianismo se adoptó como religión oficial del brutal Imperio romano, se suprimió violentamente a los Cristianos Originales y se quemaron sus escrituras, pero no se les borró la memoria.
La Iglesia romana fabricó su propio relato de los orígenes del cristianismo, en los que aún se cree hoy en día y que reducen a los primeros cristianos a una minoría que rendía culto a unos oscuros herejes. Sin embargo, esos brillantes mitógrafos fueron los autores de una historia que continúa dominando la imaginación espiritual del mundo occidental. A partir de la alegoría arcaica de un Hijo de Dios que muere y resucita, crearon un nuevo mito brillante que ha conquistado el corazón y la mente de millones de personas: la fábula de un campesino judío que salvó al mundo, la historia de Jesucristo.
Para los cristianos originales, la historia de Jesús era un mito que se utilizaba para presentar a los principiantes el camino espiritual. Para quienes deseaban profundizar más allá de los «Misterios exteriores», que sólo eran «para las masas», había enseñanzas secretas o «Misterios interiores», «las tradiciones secretas de la auténtica Gnosis» que, según el «padre de la Iglesia» Clemente de Alejandría, se transmitían «a unos pocos a través de unos maestros de sucesión». Quienes se iniciaban en aquellos Misterios interiores descubrían que el cristianismo no tenía que ver sólo con la muerte y resurrección del Hijo de Dios, sino que se les explicaba otro mito del que pocos cristianos han oído hablar: la historia de la amante de Jesús, la Hija de la Diosa, perdida y redimida.
Entre los cristianos originales, se consideraba que lo divino tenía un lado masculino y otro femenino. Se referían a la divinidad femenina como Sofía, la diosa sabia. Pablo dice: «Entre los iniciados hablamos de Sophia», ya que es «el secreto de Sophia» lo que «se enseña en nuestros Misterios». Cuando los iniciados de los Misterios interiores del cristianismo tomaron la Sagrada Comunión, lo que recordaron fue la pasión y el sufrimiento de Sofía. Entre los cristianos originales, sacerdotes y sacerdotisas ofrecían vino a los iniciados como símbolo de «la sangre de Ella». La plegaria que ofrecían era: «Que Sophia llene tu ser interior y aumente su Gnosis en ti». Era a Sofía a quien se le hacían peticiones:
«Ven, Madre oculta; ven, tú que te manifiestas en tus obras y das
alegría y descanso a quienes están unidos a ti. Ven y participa de esta
Eucaristía que celebramos en tu nombre, así como en el festín de amor en
el que nos hemos reunido por invitación tuya».
La erradicación de esta diosa cristiana por parte de la Iglesia romana patriarcal nos ha dejado a todos huérfanos de madre. A las mujeres se les ha negado un entendimiento comprensivo con la divinidad femenina. A los hombres se les ha negado una historia de amor con el lado femenino de una deidad. La espiritualidad se ha convertido en parte del campo de batalla que separa ambos sexos, cuando debería ser el santuario de la hermandad eterna. Sin embargo, los cristianos originales practicaban la «espiritualidad en pareja».
Valoraban a hombres y mujeres por igual como expresiones de Dios y Diosa. Veían la división de los sexos como una correlación de la dualidad primaria que es fuente de creación, dualidad que, cuando se unifica, como en el acto del amor, aporta la bienaventuranza de la unión que llaman «Gnosis».
Para los cristianos originales, la historia de Jesús aparece al final de un ciclo de mitos cristianos que empieza con el inefable Misterio que se manifiesta con un Padre y una Madre primordiales, y que culmina con el matrimonio místico de Cristo y Sofía. Los Misterios interiores revelan esos mitos como alegorías de la iniciación espiritual, historias simbólicas que codifican una filosofía profunda con la fuerza de hacer que un iniciado pase de ser un cristiano a ser un Cristo.
Para los cristianos originales, el «evangelio» o «buena nueva» no era una historia escrita en un libro, sino que enseñaban que «el evangelio es la Gnosis». La buena nueva consiste en que hay una manera de trascender al sufrimiento. La buena nueva se basa en que existe un estado natural de alegría que nos pertenece por nacimiento. Éste es el evangelio de la libertad absoluta. No es un conjunto de reglas que hemos de seguir para ser «buenos». Habla de descubrir nuestra naturaleza esencial, que ya es buena, para vivir con espontaneidad. Este evangelio ofrece la extraordinaria promesa de que quienes lo entiendan «no probarán la muerte». Sin embargo, la inmortalidad no consiste en acceder al cielo como recompensa por haber llevado una vida recta, sino en darse cuenta de inmediato, aquí y ahora, de cuál es nuestra verdadera identidad, que nunca nació y que, por lo tanto, nunca podrá morir.
Como todos los movimientos espirituales, el cristianismo primitivo cubría un amplio abanico de individuos y escuelas con diferentes niveles de percepción, de modo que hemos decidido centramos en lo que nos parecen sus mejores y más perdurables percepciones, que pueden continuar siendo válidas para nosotros en la actualidad.
¿Por qué no se conoce el evangelio de la Gnosis? En primer lugar, porque la Iglesia romana lleva más de dieciséis siglos destruyendo sistemáticamente las pruebas de su existencia. Durante la mayor parte de ese tiempo, el simple hecho de estar en posesión de obras cristianas consideradas inaceptables por la Iglesia establecida era punible con una muerte cruel. Por suerte, algunos de esos textos han sobrevivido. En las últimas décadas, han aumentado en número gracias a fabulosos descubrimientos arqueológicos, como el de una biblioteca de escrituras cristianas «heréticas» en una cueva cercana a Nag Hammadi, Egipto. Con todo, aún se han de valorar ampliamente tanto las implicaciones de este hallazgo como los avances a los que ha llevado en nuestro entendimiento del cristianismo primitivo.
Las malas traducciones también han tenido un papel significativo a la hora de disfrazar las enseñanzas secretas del cristianismo codificadas en los evangelios del Nuevo Testamento y frecuentemente aludidas por Pablo en sus cartas. Traducir estas obras a un lenguaje familiar de Iglesia nos calma con la ilusión tranquilizadora de que hemos entendido lo que se dice, cuando en realidad ni siquiera hemos empezado a arañar la superficie de lo que se afirma en el griego original. Por otra parte, los evangelios «heréticos» cristianos se suelen traducir a un lenguaje poco familiar, de modo que suenan extraños e inaccesibles. Había incluso un traductor que tenía el hábito de recalcar que aquellos textos «no se suponía que debieran tener sentido». Así las cosas, no es de extrañar que se haya creado una división entre el canon ortodoxo y otros evangelios cristianos. Sin embargo, cuando la historia de Jesús que se narra en el Nuevo Testamento se entiende en su contexto original, como parte del ciclo completo del mito cristiano, y los evangelios «heréticos» se interpretan comprendiéndolos, pueden verse finalmente como expresiones de una profunda filosofía mística.
En nuestro estudio de estos textos, hemos hecho una suposición que otros investigadores no suelen hacer: que nuestros antecesores no eran idiotas. Hemos postulado que, si bien vivían en unas condiciones físicas muy diferentes, se enfrentaban a los mismos grandes enigmas existenciales que nosotros y que sus respuestas tienen el mismo valor potencial que los puntos de vista contemporáneos. En resumen, nos hemos acercado a las personas que estudiamos con el respeto que se merecen y que les ha sido negado durante casi dos milenios.
Con frecuencia, los académicos no han conseguido entender la espiritualidad de los cristianos originales porque les ha faltado percepción mística. La Gnosis no es una teoría intelectual, sino una forma de ser, un «conocimiento» interno que no puede llegar a comprenderse verdaderamente desde el exterior. Intentar comentar la Gnosis sin haber experimentado personalmente su impacto transformador, es como escribir un documental turístico de un país que no se ha visitado. A cualquier nativo del lugar le parecería una absurdidad ridícula. Abordamos este trabajo no sólo con un compromiso de rigurosa erudición, sino como estudiantes de por vida del misticismo espiritual. No obstante, no somos miembros de ningún culto ni estamos afiliados a ninguna organización religiosa. Y eso, creemos, nos coloca en una posición ideal para asumir el desafío que supone recuperar la antigua Gnosis para los lectores modernos.
Para los cristianos originales, el proceso de iniciación implicaba meditar sobre sus mitos para ir desentrañando el significado alegórico. Al escribir este libro, hemos tenido que llevar a cabo un estudio de la mitología cristiana en profundidad. Ha sido una experiencia de iniciación que nos ha transformado de una manera que no habíamos previsto.
Ha sido un viaje filosófico de proporciones cósmicas. Así pues, las conclusiones a las que hemos llegado son que las enseñanzas secretas de los cristianos originales, aunque parezcan arcanas, en realidad se centran en comprender el milagro de la vida tal como es. Nos hemos esforzado por adentrarnos en enigmas indescifrables. También hemos descubierto que, aunque en apariencia complejas, estas enseñanzas son en esencia sorprendentemente sencillas. Hemos viajado en el tiempo al pasado y nos hemos introducido en la mente ancestral. Además, aunque el evangelio de la Gnosis pertenezca a lo que se conoce como una tradición espiritual «muerta», hemos descubierto que hoy en día es tan relevante y desafiante como lo era hace dos mil años.
Hace unos dos mil años, un grupo considerable de hombres y mujeres, fueron tocados por el Misterio y osaron sumergirse en sus profundidades: librepensadores revolucionarios que sintetizaron la sabiduría disponible en el mundo y articularon verdades eternas de manera innovadora y dinámica; visionarios creativos que codificaron sus enseñanzas como mitos extraordinarios; exploradores de la conciencia cuya filosofía mística prometía «Gnosis», conocimiento práctico de la verdad. Estos pioneros espirituales olvidados no podrían haber imaginado el impacto sin precedentes que tendrían en la historia de la humanidad. ¿Quiénes eran? Se llamaban a sí mismos «cristianos». Fueron estos individualistas radicales quienes crearon por equivocación la religión más autoritaria de la historia. Su misticismo interrogativo se distorsionó, casi hasta el punto de que fuera imposible de reconocer, para convertirse en el credo de lo que llamaban una «iglesia de imitación». Cuando esta forma empobrecida de cristianismo se adoptó como religión oficial del brutal Imperio romano, se suprimió violentamente a los Cristianos Originales y se quemaron sus escrituras, pero no se les borró la memoria.
La Iglesia romana fabricó su propio relato de los orígenes del cristianismo, en los que aún se cree hoy en día y que reducen a los primeros cristianos a una minoría que rendía culto a unos oscuros herejes. Sin embargo, esos brillantes mitógrafos fueron los autores de una historia que continúa dominando la imaginación espiritual del mundo occidental. A partir de la alegoría arcaica de un Hijo de Dios que muere y resucita, crearon un nuevo mito brillante que ha conquistado el corazón y la mente de millones de personas: la fábula de un campesino judío que salvó al mundo, la historia de Jesucristo.
Para los cristianos originales, la historia de Jesús era un mito que se utilizaba para presentar a los principiantes el camino espiritual. Para quienes deseaban profundizar más allá de los «Misterios exteriores», que sólo eran «para las masas», había enseñanzas secretas o «Misterios interiores», «las tradiciones secretas de la auténtica Gnosis» que, según el «padre de la Iglesia» Clemente de Alejandría, se transmitían «a unos pocos a través de unos maestros de sucesión». Quienes se iniciaban en aquellos Misterios interiores descubrían que el cristianismo no tenía que ver sólo con la muerte y resurrección del Hijo de Dios, sino que se les explicaba otro mito del que pocos cristianos han oído hablar: la historia de la amante de Jesús, la Hija de la Diosa, perdida y redimida.
Entre los cristianos originales, se consideraba que lo divino tenía un lado masculino y otro femenino. Se referían a la divinidad femenina como Sofía, la diosa sabia. Pablo dice: «Entre los iniciados hablamos de Sophia», ya que es «el secreto de Sophia» lo que «se enseña en nuestros Misterios». Cuando los iniciados de los Misterios interiores del cristianismo tomaron la Sagrada Comunión, lo que recordaron fue la pasión y el sufrimiento de Sofía. Entre los cristianos originales, sacerdotes y sacerdotisas ofrecían vino a los iniciados como símbolo de «la sangre de Ella». La plegaria que ofrecían era: «Que Sophia llene tu ser interior y aumente su Gnosis en ti». Era a Sofía a quien se le hacían peticiones:
«Ven, Madre oculta; ven, tú que te manifiestas en tus obras y das
alegría y descanso a quienes están unidos a ti. Ven y participa de esta
Eucaristía que celebramos en tu nombre, así como en el festín de amor en
el que nos hemos reunido por invitación tuya».
La erradicación de esta diosa cristiana por parte de la Iglesia romana patriarcal nos ha dejado a todos huérfanos de madre. A las mujeres se les ha negado un entendimiento comprensivo con la divinidad femenina. A los hombres se les ha negado una historia de amor con el lado femenino de una deidad. La espiritualidad se ha convertido en parte del campo de batalla que separa ambos sexos, cuando debería ser el santuario de la hermandad eterna. Sin embargo, los cristianos originales practicaban la «espiritualidad en pareja».
Valoraban a hombres y mujeres por igual como expresiones de Dios y Diosa. Veían la división de los sexos como una correlación de la dualidad primaria que es fuente de creación, dualidad que, cuando se unifica, como en el acto del amor, aporta la bienaventuranza de la unión que llaman «Gnosis».
Para los cristianos originales, la historia de Jesús aparece al final de un ciclo de mitos cristianos que empieza con el inefable Misterio que se manifiesta con un Padre y una Madre primordiales, y que culmina con el matrimonio místico de Cristo y Sofía. Los Misterios interiores revelan esos mitos como alegorías de la iniciación espiritual, historias simbólicas que codifican una filosofía profunda con la fuerza de hacer que un iniciado pase de ser un cristiano a ser un Cristo.
Para los cristianos originales, el «evangelio» o «buena nueva» no era una historia escrita en un libro, sino que enseñaban que «el evangelio es la Gnosis». La buena nueva consiste en que hay una manera de trascender al sufrimiento. La buena nueva se basa en que existe un estado natural de alegría que nos pertenece por nacimiento. Éste es el evangelio de la libertad absoluta. No es un conjunto de reglas que hemos de seguir para ser «buenos». Habla de descubrir nuestra naturaleza esencial, que ya es buena, para vivir con espontaneidad. Este evangelio ofrece la extraordinaria promesa de que quienes lo entiendan «no probarán la muerte». Sin embargo, la inmortalidad no consiste en acceder al cielo como recompensa por haber llevado una vida recta, sino en darse cuenta de inmediato, aquí y ahora, de cuál es nuestra verdadera identidad, que nunca nació y que, por lo tanto, nunca podrá morir.
Como todos los movimientos espirituales, el cristianismo primitivo cubría un amplio abanico de individuos y escuelas con diferentes niveles de percepción, de modo que hemos decidido centramos en lo que nos parecen sus mejores y más perdurables percepciones, que pueden continuar siendo válidas para nosotros en la actualidad.
¿Por qué no se conoce el evangelio de la Gnosis? En primer lugar, porque la Iglesia romana lleva más de dieciséis siglos destruyendo sistemáticamente las pruebas de su existencia. Durante la mayor parte de ese tiempo, el simple hecho de estar en posesión de obras cristianas consideradas inaceptables por la Iglesia establecida era punible con una muerte cruel. Por suerte, algunos de esos textos han sobrevivido. En las últimas décadas, han aumentado en número gracias a fabulosos descubrimientos arqueológicos, como el de una biblioteca de escrituras cristianas «heréticas» en una cueva cercana a Nag Hammadi, Egipto. Con todo, aún se han de valorar ampliamente tanto las implicaciones de este hallazgo como los avances a los que ha llevado en nuestro entendimiento del cristianismo primitivo.
Las malas traducciones también han tenido un papel significativo a la hora de disfrazar las enseñanzas secretas del cristianismo codificadas en los evangelios del Nuevo Testamento y frecuentemente aludidas por Pablo en sus cartas. Traducir estas obras a un lenguaje familiar de Iglesia nos calma con la ilusión tranquilizadora de que hemos entendido lo que se dice, cuando en realidad ni siquiera hemos empezado a arañar la superficie de lo que se afirma en el griego original. Por otra parte, los evangelios «heréticos» cristianos se suelen traducir a un lenguaje poco familiar, de modo que suenan extraños e inaccesibles. Había incluso un traductor que tenía el hábito de recalcar que aquellos textos «no se suponía que debieran tener sentido». Así las cosas, no es de extrañar que se haya creado una división entre el canon ortodoxo y otros evangelios cristianos. Sin embargo, cuando la historia de Jesús que se narra en el Nuevo Testamento se entiende en su contexto original, como parte del ciclo completo del mito cristiano, y los evangelios «heréticos» se interpretan comprendiéndolos, pueden verse finalmente como expresiones de una profunda filosofía mística.
En nuestro estudio de estos textos, hemos hecho una suposición que otros investigadores no suelen hacer: que nuestros antecesores no eran idiotas. Hemos postulado que, si bien vivían en unas condiciones físicas muy diferentes, se enfrentaban a los mismos grandes enigmas existenciales que nosotros y que sus respuestas tienen el mismo valor potencial que los puntos de vista contemporáneos. En resumen, nos hemos acercado a las personas que estudiamos con el respeto que se merecen y que les ha sido negado durante casi dos milenios.
Con frecuencia, los académicos no han conseguido entender la espiritualidad de los cristianos originales porque les ha faltado percepción mística. La Gnosis no es una teoría intelectual, sino una forma de ser, un «conocimiento» interno que no puede llegar a comprenderse verdaderamente desde el exterior. Intentar comentar la Gnosis sin haber experimentado personalmente su impacto transformador, es como escribir un documental turístico de un país que no se ha visitado. A cualquier nativo del lugar le parecería una absurdidad ridícula. Abordamos este trabajo no sólo con un compromiso de rigurosa erudición, sino como estudiantes de por vida del misticismo espiritual. No obstante, no somos miembros de ningún culto ni estamos afiliados a ninguna organización religiosa. Y eso, creemos, nos coloca en una posición ideal para asumir el desafío que supone recuperar la antigua Gnosis para los lectores modernos.
Para los cristianos originales, el proceso de iniciación implicaba meditar sobre sus mitos para ir desentrañando el significado alegórico. Al escribir este libro, hemos tenido que llevar a cabo un estudio de la mitología cristiana en profundidad. Ha sido una experiencia de iniciación que nos ha transformado de una manera que no habíamos previsto.
Ha sido un viaje filosófico de proporciones cósmicas. Así pues, las conclusiones a las que hemos llegado son que las enseñanzas secretas de los cristianos originales, aunque parezcan arcanas, en realidad se centran en comprender el milagro de la vida tal como es. Nos hemos esforzado por adentrarnos en enigmas indescifrables. También hemos descubierto que, aunque en apariencia complejas, estas enseñanzas son en esencia sorprendentemente sencillas. Hemos viajado en el tiempo al pasado y nos hemos introducido en la mente ancestral. Además, aunque el evangelio de la Gnosis pertenezca a lo que se conoce como una tradición espiritual «muerta», hemos descubierto que hoy en día es tan relevante y desafiante como lo era hace dos mil años.