martes, 3 de febrero de 2009

Los Gnósticos de Orleans - VIII - IX


VIII


De hecho, Aréfast entró en la Iglesia de la Gnosis, recibió la imposición de manos, formó parte de las asambleas, en la mesa de los Hermanos y dió y recibió el beso de la paz.


Era sobre finales del año 1022.


El rey Roberto, que ha seguido las operaciones del traidor, convoca un sínodo de prelados y barones. Allí está Odolric, obispo simoníaco de Orleans; Léotheric y Gauzlin, arzobispos de Sens y de Bourges; Francon y Warin, obispos de París y de Beauvais. El 25 de diciembre, Día de Navidad, los Gnósticos reunidos en casa de uno de los Hermanos, celebraban el nacimiento espiritual del Aeon Christos en las almas de los Pneumáticos; Aréfast rezaba y cantaba con ellos. De repente la casa fue rodeada por los soldados, los Hermanos y Hermanas fueron prendidos, cubiertos con cadenas y llevados sin demora ante el Sínodo que, bajo la presidencia del rey y la reina, deliberaba en el coro de la catedral.


Aréfast denunció a los Gnósticos. Warin, obispo de Beauvais, se levantó para luchar contra sus doctrinas. Entonces, el venerable Etienne dijo estas palabras: "¡Cállese, Señor Obispo! Haga con nosotros lo que quiera. Ya -y con una inspirada mirada y un gesto sublime, buscó la bóveda del templo y el cielo que brillaba a través de los vitrales- ya veremos a nuestro Rey que reina en los Cielos. Nos tiende sus brazos, nos llama a su Gloria y nos muestra las alegrías invisibles".


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IX


¡Más duro que el hierro!


Es así como las actas del Sínodo llamaron a estos héroes. Estuvieron durante nueve horas sometidos a interrogatorios, ultrajes y exhortaciones. Pero como se negaban a renunciar a la Gnosis, Robert obliga a los clérigos, sacerdotes y obispos que pronuncien sobre ellos la excomunión. Fuera, la multitud fanática ruge. Se escuchan gritos de muerte y, para contener los disturbios, la reina Constance delante de la puerta romana, con un bastón en la mano, y rodeada de cortesanos, se interpone entre la basílica y la gente enloquecida.


Se había dicho a este pueblo que los herejes invocaban al diablo, quemaban a los niños dando sus cenizas a los enfermos, y que participaban entre ellos en tenebrosas asambleas de monstruosos acoplamientos, donde ni el sexo, la edad o el parentesco eran respetados. Cualquier persona que haya visto a la multitud excitada, cualquiera que haya leído los excesos de la Saint-Barthélemy, de la Liga, las masacres de 1792 y de los Comuneros sabe lo que pueden hacer bandas brutal, crédulas y crueles. Por último, las puertas se abren y el cortejo aparece saludado por clamores homicidas. Los soldados hacen un muro de hierro ante los condenados.


Fue una cosa horrible cuando el bienaventurado Etienne pasa ante la reina, su penitente, arrogante y detestable Constance le golpea en el rostro con su bastón y revienta el ojo del mártir.


continuará.../...

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