Elaine Pagels
¿Quién era, esa elusiva, y fascinante, mujer del círculo cercano de Jesús de Nazaret? Por casi dos mil años, María Magdalena a vivido en la imaginación de los Cristianos como una prostituta seductora; en estos tiempos, la ficción contemporánea hace de ella una imagen como la amante esposa de Cristo y madre de sus hijos. Sin embargo las fuentes más antiguas que hablan de María Magdalena —tanto del Nuevo Testamento como fuera de él— no describen ninguno de estos papeles de sexualidad, sugiriendo que la misma mujer, y como es que llegamos a verla así, es más compleja de lo que muchos de nosotros nos imaginábamos. Entonces, ¿era una de las seguidoras de Jesucristo, y su riqueza ayudó a financiar el movimiento, como el Evangelio más antiguo del Nuevo Testamento —el Evangelio de Marcos— nos dice? ¿Una desquiciada mujer que estaba poseída por siete demonios, como Lucas dice? ¿O la discípula más cercana a Jesucristo, a la que Él amaba más que a los otros, como el Evangelio de María Magdalena nos dice? O, en las palabras del dialogo del Salvador, ¿“La mujer que entendía todas las cosas?”. Cuando investigamos los archivos disponibles más antiguos, nos encontramos con todas estas imágenes conflictivas, y más. Lo que descubrimos, también, es que, la contestación que encontramos depende en dónde buscamos. Lo que es probable el relato más antiguo viene del Nuevo Testamento, el Evangelio de Marcos, escrito cuarenta años después de la muerte de Jesucristo. El Evangelio de Marcos nos dice que, cuando los soldados Romanos estaban crucificando a Jesús, María Magdalena estaba cerca junto a un grupo de mujeres mirando la ejecución, llorando, porque los discípulos masculinos habían huido temiendo por sus vidas. Junto con Salomé y otra mujer llamada María (la madre de Jaime y José), María Magdalena continuó su vigilia hasta que Jesucristo murió; después junto con sus compañeras, miró como su cuerpo fue envuelto cuidadosamente con telas, y puesto en una tumba sellada con una roca.
Marcos nos explica que María Magdalena, Salomé y “la otra María” estaban entre esas que “seguían a Jesús y proveían por Él”-probablemente con comida y un lugar en donde quedarse, tal vez con dinero para sus necesidades básicas— cuando él estaba en Galilea. En la mañana después del Sabbat, las mujeres vinieron a ofrecerle los finales rituales a su maestro, trayendo especias aromáticas para complementar en su funeral, pero el relato de Marcos termina en notable confusión y shock: encontrando la tumba abierta, y el cuerpo desaparecido, las mujeres, oyendo que Jesús “no está aquí; él ha resucitado,” salieron corriendo, temblando de miedo,” pues el miedo y asombro cayó sobre ellos, y no le dijeron a nadie, pues estaban aterrorizados.”
Mateo, quien escribió su versión después de Marcos, repite la misma historia pero cambia el perturbador final. María Magdalena y sus compañeras se fueron de la tumba rápidamente, más lo hicieron “con temor y alegría.” Y en vez de tratar de no decir nada, ellas inmediatamente fueron corriendo “a decirles a los discípulos. Entonces, mientas caminaba, el mismo Cristo resucitado se les apareció, y hablo con ellas.
Lucas, al igual que Mateo, escribió su historia después de Marcos, pero tenía en mente algo diferente cuando el reviso el Evangelio de Marcos. Para aclararle al lector que la mujer -cualquier mujer, mucho menos María Magdalena— pudo haber estado entre los discípulos de Jesucristo, Lucas inicialmente deja fuera el comentario de Marcos que María Magdalena, y la otra María “seguían a Jesús” (puesto que decir esto se entendería que ellas estaban entre los discípulos). Entonces Lucas deliberadamente contrasta a “los doce” —los hombres a los cuales se dice que Jesús nombró sus discípulos— con esas que el llama “las mujeres” a las cuales clasifica entre los necesitados, enfermos, y locos de entre las multitudes que se arrejuntan entre sí empujando a Jesús y sus discípulos. De este modo, Lucas, a diferencia de Marcos, dice que María Magdalena vino a Jesús para ser liberada de siete espíritus demoniacos, y solamente una de entre “algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malignos y enfermedades.” Lucas identifica a estas mujeres como “María, llamada la Magdalena, de quien siete espíritus malignos habían salido de ella, y a Joanna... y Susana y muchas otras”, las cuales, el concede “Le ayudaban económicamente (a Jesús y sus discípulos) de sus propios medios.”
Cuando Lucas cuenta la historia de la crucifixión y muerte de Jesús, cambia tres pasajes en los cuales Marcos nombra a María Magdalena, la deja sin nombre en estos tres pasajes, solamente situada entre un grupo anónimo que llama “las mujeres”.
Sólo después de que las mujeres anónimas testifican acerca de lo que miraron a “los once” (el círculo cercano al que Lucas llamaba “los doce” hasta que Judas Iscariote, el que traicionó a Cristo, los abandonó) Lucas nombra a tres mujeres. Porque a estas alturas, aparentemente, las testigos son necesarias para validar el testimonio y ahora el nombra a las tres que ve como las más prominentes:
María Magdalena, María la madre de Jaime y José, y Joanna. Aunque Lucas, al Igual que Juan, algunas veces habla positivamente de “las mujeres,” nos preguntamos porque, otras veces, denigra a María Magdalena y menosprecia su papel.
Ahora, gracias a los descubrimientos de otros evangelios ancestrales -evangelios no incluidos en el Nuevo Testamento, los cuales se mantuvieron desconocidos por casi dos mil años hasta su reciente descubrimiento- podemos entender lo que Lucas tenía en mente. Porque estos otros evangelios, que se encontraron traducidos al Copto Egipcio, originalmente habían sido escritos tiempo antes, en Griego, al igual que los evangelios del Nuevo Testamento. Los académicos debaten cuándo fueron escritos, pero generalmente están de acuerdo que fueron escritos en los primeros dos siglos del movimiento Cristiano. Lo que encontramos en estos descubrimientos es sorprendente: cada una de las fuentes recientemente descubiertas que mencionan a María Magdalena —fuentes que incluyen el Evangelio de María Magdalena, el Evangelio de Tomás, el Evangelio de Felipe, la Sabiduría de la Fe, y el Diálogo del Salvador— unánimemente muestra a María Magdalena como una de las discípulas en la que Cristo más confiaba. Algunos hasta la reverán como su principal discípula, la confidente más cercana de Jesucristo, desde que se dio cuenta de que ella era capaz de entender sus más profundos secretos. Podemos ver que Lucas aparentemente no quería reconocer que algunas de esas, a las que previamente había llamado simplemente “las mujeres”, eran en realidad reconocidas como discípulas. Aunque en esta introducción no podemos discutir estos destacados textos en detalle, vamos a revisar rápidamente cada uno de estos mencionados evangelios.
Primero, el Evangelio de María Magdalena muestra a María tomando el papel de liderazgo entre los discípulos. Encontrando a los discípulos masculinos aterrorizados de predicar el evangelio después de la muerte de Jesucristo puesto que ellos temían, que también, serian arrestados y asesinados. María Magdalena se para y los anima, “volviendo sus corazones a lo bueno,” cuando Pedro, reconociendo que “el Maestro te amaba más que a las otras mujeres,” le pregunta a María Magdalena “dinos lo que te dijo,” secretamente, María Magdalena está de acuerdo. Cuando ella termina, Pedro, furioso, pregunta, “¿Realmente Él habló privadamente con una mujer, y no abiertamente con nosotros? Ahora se supone que todos debemos volvernos hacia ella y escucharla? ¿La amaba más que a nosotros? Sorprendida por su rabia, María Magdalena le contesta, “Mi hermano Pedro, ¿qué piensas? ¿Crees que yo inventé todo esto en mi corazón, o que estoy mintiendo acerca del Salvador?” en este punto Levy interfiere a mediar en la disputa: “Pedro, siempre te dejas llevar por tu rabia. Y ahora te veo discutiendo con ella como si fuera nuestra enemiga. Si el Salvador la consideró digna, ¿quién eres tú para rechazarla? Seguramente el Señor la conocía muy bien; por eso es que la amaba más a ella que a nosotros.” El Evangelio de María Magdalena termina cuando los otros están de acuerdo en aceptar las enseñanzas de ella, y los discípulos, incluyendo María, continúan proclamando el evangelio.
Al igual que el Evangelio de María Magdalena, el Evangelio de Tomás muestra a María Magdalena como una de las discípulas de Jesús, sorprendentemente, ese evangelio solo nombra a seis discípulos, no doce, y de esos seis dos son mujeres —María Magdalena y Salomé. Sin embargo como la disputa entre María Magdalena y Pedro en el Evangelio de María Magdalena, algunos pasajes en el Evangelio de Tomás indican que en el tiempo que fue escrito, probablemente entre el año 90 ó 100 d.C.. La pregunta de si la mujer podía ser discípula ya había desatado una explosiva controversia. Por ejemplo, en el dicho 61, Salomé le pregunta a Jesucristo quién es Él: “¿Quién eres tú, hombre, que te has sentado en mi sillón, y comido de mi mesa?” Cristo le contesta, “ Yo vengo de lo que no está dividido;” que es, de lo divino, lo cual trasciende el género sexual, de este modo rechaza lo que ella da a entender —que su identidad envuelve primariamente que Él es hombre, como el de ella ser mujer.
Salomé inmediatamente entiende lo que quiere decir, reconociendo que esa verdad es también para ella, de esta manera ella inmediatamente contesta, “Yo soy tu discípula.
Sin embargo, aquí, también como en el evangelio de María Magdalena, Pedro la pone en entre dicho y se opone a la presencia de mujeres entre los discípulo. De acuerdo al dicho 114 del Evangelio de Tomás, Pedro le dice a Jesús, “Dile a María que se valla, pues las mujeres no son dignas de vida (espiritual).” Pero en lugar de correr a María, como Pedro insiste que el haga, Jesús reprende a Pedro, y declara, “Yo haré de María un espíritu viviente.” Para que ella —o cualquier mujer- se vuelva capas de vida espiritual como cualquier hombre era en el primer siglo de la tradición Judía.
Hemos podido encontrar otro relato de un argumento en el cual Pedro pone en entre dicho el derecho de María Magdalena de hablar entre los discípulos en el dialogo llamado la Sabiduría de la Fe, después de que María le hiciese a Jesús bastantes preguntas, Pedro interfiere, y se queja con Jesús de que María habla mucho y de esa manera desplazando la prioridad que se le debería de dar a Pedro y sus hermanos discípulos. Sin embargo, aquí también, como en el Evangelio de María Magdalena y el Evangelio de Tomás, el intento de asilenciar a María le gana el rápido reproche, esta vez del mismo Jesús. De todas maneras, más tarde María le admite a Jesús que ella muy apenas se atreve a hablar delante de Él libremente, porque, ella dice, “Pedro me hace titubear; le tengo miedo, pues el odia la raza femenina.”
Jesús le dice que a quien sea que el Espíritu inspira es ordenado divinamente a hablar, ya sea hombre o mujer.
Este repetitivo tema de conflicto entre María Magdalena y Pedro que encontramos de muchas fuentes—conflicto que envuelve el rechazo de Pedro a reconocer a María Magdalena como discípula y mucho menos como líder entre los discípulos- muy bien puede reflejar lo que mucha gente sabia y dijeron del real conflicto que existía entre los dos. Sabemos, también, que desde que la mujer se identifica con María Magdalena, cierta gente en el movimiento decía tales historias acerca de ella -o en contra de ella- como un modo de discutir acerca de si, o como, la mujer podía participar en sus círculos.
Una nota, por ejemplo, que los mismos escritores que muestran a Pedro como el discípulo a quien Jesús reconoce como ser el principal líder -hablamos de los autores de los evangelios de Marcos, Mateo, y Lucas- son los mismos que muestran a María Magdalena como alguien que no es discípula del todo, si no simplemente como una de “las mujeres,” o, peor, en el caso de Lucas, ella es alguien que estaba poseída por demonios. Claramente, lo que hace sus relatos históricamente importantes, es que estos tres son los evangelios que vinieron a ser incluidos en el canon del Nuevo Testamento---que todos invocan, hasta ahora, para “probar” que la mujer no puede tener posiciones de autoridad dentro de las iglesias Cristianas.
Debemos notar, también, como esto trabaja en reversa: cada una de las fuentes que revelará a María Magdalena como una líder entre los apóstoles fueron excluidos del canon del Nuevo Testamento, cuando estos textos fueron excluidos -entre ellos el Evangelio de María Magdalena, el Evangelio de Tomás, el Evangelio de Felipe, la Sabiduría de la Fe, y el Dialogo del Salvador-. Muchos Cristianos excluyeron también la convicción que la mujer podía -y debería- participar en el liderazgo de la Iglesia.
El Dialogo del Salvador, otro texto ancestral descubierto junto con los otros alternativos evangelios, asegura recontar un dialogo entre el Cristo resucitado y tres discípulos que el escogió para que reciban revelaciones especiales —Mateo, María Magdalena, y Tomás-. Sin embargo aquí, después de que cada uno de los tres se enfrascan en un dialogo con Jesús, el dialogo se enfoca en María Magdalena para que reciba la más alta alabanza: “Esto ella hablo como la mujer que entendió todas las cosas.”
Finalmente, antes de enfocarnos en los fascinantes estudios que encontramos en este libro, deberíamos de mirar una de las fuentes más fascinantes de todas—el Evangelio de Felipe: este evangelio muestra como muchos de los Cristianos primitivos miraban a María Magdalena: como la constante compañera de Jesús. Ciertamente los lectores contemporáneos entendieron que literalmente esto significaba que ella era la esposa y amante de Jesús. Es verdad que el Evangelio de Felipe la muestra a ella como la compañera más intima de Jesús, y que el termino Griego (syzygos, consorte) puede sugerir una relación intima. Además, al igual que las otras fuentes que hemos visto, el Evangelio de Felipe testifica acerca de la rivalidad entre María Magdalena y los otros discípulos masculinos.
La compañera del Salvador es María Magdalena. (Pero Cristo la amaba) a ella más que a (todos) los otros discípulos, y seguido la besaba en su (boca). El resto de los discípulos se ofendían por esto.
Ellos le decían a Él, “¿Por qué la amas más que a todos nosotros?” el Salvador les contesto diciéndoles, “¿Por qué no los amo tanto como la amo a ella?”
Esta declaración, en la que el Evangelio de Felipe muestra a María Magdalena como la acompañante de Jesús, y tal vez hasta su compañera, ayudo a inspirar uno de los más controversiales tramas en el libro de Dan Brown “El Código Da Vinci.” Para el propósito de su ficción Brown tiende a tomar esta sugestión literalmente. Pero si hubiera continuado leyendo el resto del Evangelio de Felipe, hubiera visto que el autor ve a María Magdalena como una poderosa presencia espiritual; como a alguien que manifiesta lo divino cuando aparece en forma femenina—pero sobre todo como la Sabiduría divina, y el Espíritu Santo.
Cuando los poetas y profetas de Israel hablaron del espíritu de la sabiduría y divino, ellos reconocieron el género femenino en términos Hebreos. El libro de Proverbios en el Antiguo Testamento habla de la Sabiduría como una presencia espiritual femenina. Que compartió con Dios el trabajo de la creación:
El señor me creo en el comienzo de su trabajo… antes del comienzo de la tierra; cuando no había aguas profundas, Yo fui creada… antes de que las montañas tuvieran forma, Yo estaba ahí, cuando el delineó la fundación de la tierra, entonces Yo estuve a su lado, como la principal trabajadora; y diariamente yo era su delicia, siempre regocijándome ante Él, regocijándome en su inhabitado mundo, y complaciéndome en la raza humana.
Así es que el Evangelio de Felipe mira a María Magdalena como una divina sabiduría—Hokhmah, en Hebreo, Sofía en Griego, los dos términos femeninos—manifestada en el mundo. La tradición mística Judía seguido habla de la presencia de Dios en el mundo no solamente como sabiduría, sino también como Shekinah, como su presencia. Por más de mil años después de que el Evangelio de Felipe, la tradición kabbalística, usando el lenguaje de los místicos alrededor del mundo, celebraría el aspecto femenino de Dios como su divina novia.
Simultáneamente, el Evangelio de Felipe celebra a María Magdalena como la manifestación del Espíritu Divino, el cual este evangelio llama la “virgen que bajó” del cielo. Cuando los Cristianos hablaban de Jesús “nacido de una virgen” este autor está de acuerdo—pero se reúsa a tomarlo literalmente. Y alguna gente, dice, cree esto literalmente y que significa que la madre de Jesús quedó encinta no de hombre ni de copulación sexual. Pero esto, dice, es la “fe de los tontos” que no pueden entender las cuestiones espirituales (aunque, como hemos notado, eso es visto en la narrativa del nacimiento ofrecida en el Nuevo Testamento en los Evangelios de Lucas y Mateo). En vez de eso, el Evangelio de Felipe continua, Jesús nació en forma física, al igual que todo humano, como un hijo con padres biológicos. La diferencia, dice el autor de este Evangelio, es que el también “nació otra vez” en el bautismo—nacimiento espiritual para convertirse en el hijo del Padre en las alturas, y la Madre Celestial, el Espíritu Santo.
Muchos otros textos descubiertos con ese evangelio hacen eco del mismo lenguaje. El Evangelio de la Verdad, también, declara que la gracia nos restaura a nuestro origen espiritual, trayéndonos a “el Padre, la Madre, y a Jesús de la dulzura infinita.” El Libro Secreto de Juan nos dice como el discípulo Juan, entristecido después de la crucifixión de Jesús, fue al desierto, lleno de dudas y temor hasta que de repente “La creación completa tembló, y yo mire… una luz no terrenal, y en la luz, tres formas.” Y mientras Juan miraba, asombrado, el escucho la voz de Jesús que salía de la luz, hablándole a él:
“Juan, Juan, ¿por qué dudas, y por qué tienes miedo?” yo estoy contigo siempre; Yo soy el Padre; Yo soy la Madre; Yo soy el hijo.”
Tan desconcertante como esto pueda parecer a simple vista, ¿a quién más deberíamos esperar con el Padre y el Hijo si no es la Divina Madre, el Espíritu Santo? Pero esta fórmula primitiva de la trinidad aparentemente refleja el termino Hebreo para espíritu, Ruah, como un ser femenino—una connotación perdida cuando el espíritu fue traducido al lenguaje del Nuevo Testamento, Griego, en el cual la palabra se vuelve neutral.
Hasta esta rápida introducción sugiere el amplio alcance de caracterizaciones y la riqueza de significados que los Cristianos primitivos asociaban con María Magdalena, muchos de los que el ensayo de este libro explora y amplifica. Desde el primer siglo y hasta nuestros tiempos a, poetas, artistas, y místicos les ha encantado celebrar a esta remarcable mujer “quien entendía todas las cosas.” Ahora bien, a través de la investigación presentada aquí, y a través de la discusión en la que nos hemos enfrascado, podemos descubrir nuevos aspectos de María Magdalena--- y, en el proceso, de nosotros mismos.
¿Quién era, esa elusiva, y fascinante, mujer del círculo cercano de Jesús de Nazaret? Por casi dos mil años, María Magdalena a vivido en la imaginación de los Cristianos como una prostituta seductora; en estos tiempos, la ficción contemporánea hace de ella una imagen como la amante esposa de Cristo y madre de sus hijos. Sin embargo las fuentes más antiguas que hablan de María Magdalena —tanto del Nuevo Testamento como fuera de él— no describen ninguno de estos papeles de sexualidad, sugiriendo que la misma mujer, y como es que llegamos a verla así, es más compleja de lo que muchos de nosotros nos imaginábamos. Entonces, ¿era una de las seguidoras de Jesucristo, y su riqueza ayudó a financiar el movimiento, como el Evangelio más antiguo del Nuevo Testamento —el Evangelio de Marcos— nos dice? ¿Una desquiciada mujer que estaba poseída por siete demonios, como Lucas dice? ¿O la discípula más cercana a Jesucristo, a la que Él amaba más que a los otros, como el Evangelio de María Magdalena nos dice? O, en las palabras del dialogo del Salvador, ¿“La mujer que entendía todas las cosas?”. Cuando investigamos los archivos disponibles más antiguos, nos encontramos con todas estas imágenes conflictivas, y más. Lo que descubrimos, también, es que, la contestación que encontramos depende en dónde buscamos. Lo que es probable el relato más antiguo viene del Nuevo Testamento, el Evangelio de Marcos, escrito cuarenta años después de la muerte de Jesucristo. El Evangelio de Marcos nos dice que, cuando los soldados Romanos estaban crucificando a Jesús, María Magdalena estaba cerca junto a un grupo de mujeres mirando la ejecución, llorando, porque los discípulos masculinos habían huido temiendo por sus vidas. Junto con Salomé y otra mujer llamada María (la madre de Jaime y José), María Magdalena continuó su vigilia hasta que Jesucristo murió; después junto con sus compañeras, miró como su cuerpo fue envuelto cuidadosamente con telas, y puesto en una tumba sellada con una roca.
Marcos nos explica que María Magdalena, Salomé y “la otra María” estaban entre esas que “seguían a Jesús y proveían por Él”-probablemente con comida y un lugar en donde quedarse, tal vez con dinero para sus necesidades básicas— cuando él estaba en Galilea. En la mañana después del Sabbat, las mujeres vinieron a ofrecerle los finales rituales a su maestro, trayendo especias aromáticas para complementar en su funeral, pero el relato de Marcos termina en notable confusión y shock: encontrando la tumba abierta, y el cuerpo desaparecido, las mujeres, oyendo que Jesús “no está aquí; él ha resucitado,” salieron corriendo, temblando de miedo,” pues el miedo y asombro cayó sobre ellos, y no le dijeron a nadie, pues estaban aterrorizados.”
Mateo, quien escribió su versión después de Marcos, repite la misma historia pero cambia el perturbador final. María Magdalena y sus compañeras se fueron de la tumba rápidamente, más lo hicieron “con temor y alegría.” Y en vez de tratar de no decir nada, ellas inmediatamente fueron corriendo “a decirles a los discípulos. Entonces, mientas caminaba, el mismo Cristo resucitado se les apareció, y hablo con ellas.
Lucas, al igual que Mateo, escribió su historia después de Marcos, pero tenía en mente algo diferente cuando el reviso el Evangelio de Marcos. Para aclararle al lector que la mujer -cualquier mujer, mucho menos María Magdalena— pudo haber estado entre los discípulos de Jesucristo, Lucas inicialmente deja fuera el comentario de Marcos que María Magdalena, y la otra María “seguían a Jesús” (puesto que decir esto se entendería que ellas estaban entre los discípulos). Entonces Lucas deliberadamente contrasta a “los doce” —los hombres a los cuales se dice que Jesús nombró sus discípulos— con esas que el llama “las mujeres” a las cuales clasifica entre los necesitados, enfermos, y locos de entre las multitudes que se arrejuntan entre sí empujando a Jesús y sus discípulos. De este modo, Lucas, a diferencia de Marcos, dice que María Magdalena vino a Jesús para ser liberada de siete espíritus demoniacos, y solamente una de entre “algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malignos y enfermedades.” Lucas identifica a estas mujeres como “María, llamada la Magdalena, de quien siete espíritus malignos habían salido de ella, y a Joanna... y Susana y muchas otras”, las cuales, el concede “Le ayudaban económicamente (a Jesús y sus discípulos) de sus propios medios.”
Cuando Lucas cuenta la historia de la crucifixión y muerte de Jesús, cambia tres pasajes en los cuales Marcos nombra a María Magdalena, la deja sin nombre en estos tres pasajes, solamente situada entre un grupo anónimo que llama “las mujeres”.
Sólo después de que las mujeres anónimas testifican acerca de lo que miraron a “los once” (el círculo cercano al que Lucas llamaba “los doce” hasta que Judas Iscariote, el que traicionó a Cristo, los abandonó) Lucas nombra a tres mujeres. Porque a estas alturas, aparentemente, las testigos son necesarias para validar el testimonio y ahora el nombra a las tres que ve como las más prominentes:
María Magdalena, María la madre de Jaime y José, y Joanna. Aunque Lucas, al Igual que Juan, algunas veces habla positivamente de “las mujeres,” nos preguntamos porque, otras veces, denigra a María Magdalena y menosprecia su papel.
Ahora, gracias a los descubrimientos de otros evangelios ancestrales -evangelios no incluidos en el Nuevo Testamento, los cuales se mantuvieron desconocidos por casi dos mil años hasta su reciente descubrimiento- podemos entender lo que Lucas tenía en mente. Porque estos otros evangelios, que se encontraron traducidos al Copto Egipcio, originalmente habían sido escritos tiempo antes, en Griego, al igual que los evangelios del Nuevo Testamento. Los académicos debaten cuándo fueron escritos, pero generalmente están de acuerdo que fueron escritos en los primeros dos siglos del movimiento Cristiano. Lo que encontramos en estos descubrimientos es sorprendente: cada una de las fuentes recientemente descubiertas que mencionan a María Magdalena —fuentes que incluyen el Evangelio de María Magdalena, el Evangelio de Tomás, el Evangelio de Felipe, la Sabiduría de la Fe, y el Diálogo del Salvador— unánimemente muestra a María Magdalena como una de las discípulas en la que Cristo más confiaba. Algunos hasta la reverán como su principal discípula, la confidente más cercana de Jesucristo, desde que se dio cuenta de que ella era capaz de entender sus más profundos secretos. Podemos ver que Lucas aparentemente no quería reconocer que algunas de esas, a las que previamente había llamado simplemente “las mujeres”, eran en realidad reconocidas como discípulas. Aunque en esta introducción no podemos discutir estos destacados textos en detalle, vamos a revisar rápidamente cada uno de estos mencionados evangelios.
Primero, el Evangelio de María Magdalena muestra a María tomando el papel de liderazgo entre los discípulos. Encontrando a los discípulos masculinos aterrorizados de predicar el evangelio después de la muerte de Jesucristo puesto que ellos temían, que también, serian arrestados y asesinados. María Magdalena se para y los anima, “volviendo sus corazones a lo bueno,” cuando Pedro, reconociendo que “el Maestro te amaba más que a las otras mujeres,” le pregunta a María Magdalena “dinos lo que te dijo,” secretamente, María Magdalena está de acuerdo. Cuando ella termina, Pedro, furioso, pregunta, “¿Realmente Él habló privadamente con una mujer, y no abiertamente con nosotros? Ahora se supone que todos debemos volvernos hacia ella y escucharla? ¿La amaba más que a nosotros? Sorprendida por su rabia, María Magdalena le contesta, “Mi hermano Pedro, ¿qué piensas? ¿Crees que yo inventé todo esto en mi corazón, o que estoy mintiendo acerca del Salvador?” en este punto Levy interfiere a mediar en la disputa: “Pedro, siempre te dejas llevar por tu rabia. Y ahora te veo discutiendo con ella como si fuera nuestra enemiga. Si el Salvador la consideró digna, ¿quién eres tú para rechazarla? Seguramente el Señor la conocía muy bien; por eso es que la amaba más a ella que a nosotros.” El Evangelio de María Magdalena termina cuando los otros están de acuerdo en aceptar las enseñanzas de ella, y los discípulos, incluyendo María, continúan proclamando el evangelio.
Al igual que el Evangelio de María Magdalena, el Evangelio de Tomás muestra a María Magdalena como una de las discípulas de Jesús, sorprendentemente, ese evangelio solo nombra a seis discípulos, no doce, y de esos seis dos son mujeres —María Magdalena y Salomé. Sin embargo como la disputa entre María Magdalena y Pedro en el Evangelio de María Magdalena, algunos pasajes en el Evangelio de Tomás indican que en el tiempo que fue escrito, probablemente entre el año 90 ó 100 d.C.. La pregunta de si la mujer podía ser discípula ya había desatado una explosiva controversia. Por ejemplo, en el dicho 61, Salomé le pregunta a Jesucristo quién es Él: “¿Quién eres tú, hombre, que te has sentado en mi sillón, y comido de mi mesa?” Cristo le contesta, “ Yo vengo de lo que no está dividido;” que es, de lo divino, lo cual trasciende el género sexual, de este modo rechaza lo que ella da a entender —que su identidad envuelve primariamente que Él es hombre, como el de ella ser mujer.
Salomé inmediatamente entiende lo que quiere decir, reconociendo que esa verdad es también para ella, de esta manera ella inmediatamente contesta, “Yo soy tu discípula.
Sin embargo, aquí, también como en el evangelio de María Magdalena, Pedro la pone en entre dicho y se opone a la presencia de mujeres entre los discípulo. De acuerdo al dicho 114 del Evangelio de Tomás, Pedro le dice a Jesús, “Dile a María que se valla, pues las mujeres no son dignas de vida (espiritual).” Pero en lugar de correr a María, como Pedro insiste que el haga, Jesús reprende a Pedro, y declara, “Yo haré de María un espíritu viviente.” Para que ella —o cualquier mujer- se vuelva capas de vida espiritual como cualquier hombre era en el primer siglo de la tradición Judía.
Hemos podido encontrar otro relato de un argumento en el cual Pedro pone en entre dicho el derecho de María Magdalena de hablar entre los discípulos en el dialogo llamado la Sabiduría de la Fe, después de que María le hiciese a Jesús bastantes preguntas, Pedro interfiere, y se queja con Jesús de que María habla mucho y de esa manera desplazando la prioridad que se le debería de dar a Pedro y sus hermanos discípulos. Sin embargo, aquí también, como en el Evangelio de María Magdalena y el Evangelio de Tomás, el intento de asilenciar a María le gana el rápido reproche, esta vez del mismo Jesús. De todas maneras, más tarde María le admite a Jesús que ella muy apenas se atreve a hablar delante de Él libremente, porque, ella dice, “Pedro me hace titubear; le tengo miedo, pues el odia la raza femenina.”
Jesús le dice que a quien sea que el Espíritu inspira es ordenado divinamente a hablar, ya sea hombre o mujer.
Este repetitivo tema de conflicto entre María Magdalena y Pedro que encontramos de muchas fuentes—conflicto que envuelve el rechazo de Pedro a reconocer a María Magdalena como discípula y mucho menos como líder entre los discípulos- muy bien puede reflejar lo que mucha gente sabia y dijeron del real conflicto que existía entre los dos. Sabemos, también, que desde que la mujer se identifica con María Magdalena, cierta gente en el movimiento decía tales historias acerca de ella -o en contra de ella- como un modo de discutir acerca de si, o como, la mujer podía participar en sus círculos.
Una nota, por ejemplo, que los mismos escritores que muestran a Pedro como el discípulo a quien Jesús reconoce como ser el principal líder -hablamos de los autores de los evangelios de Marcos, Mateo, y Lucas- son los mismos que muestran a María Magdalena como alguien que no es discípula del todo, si no simplemente como una de “las mujeres,” o, peor, en el caso de Lucas, ella es alguien que estaba poseída por demonios. Claramente, lo que hace sus relatos históricamente importantes, es que estos tres son los evangelios que vinieron a ser incluidos en el canon del Nuevo Testamento---que todos invocan, hasta ahora, para “probar” que la mujer no puede tener posiciones de autoridad dentro de las iglesias Cristianas.
Debemos notar, también, como esto trabaja en reversa: cada una de las fuentes que revelará a María Magdalena como una líder entre los apóstoles fueron excluidos del canon del Nuevo Testamento, cuando estos textos fueron excluidos -entre ellos el Evangelio de María Magdalena, el Evangelio de Tomás, el Evangelio de Felipe, la Sabiduría de la Fe, y el Dialogo del Salvador-. Muchos Cristianos excluyeron también la convicción que la mujer podía -y debería- participar en el liderazgo de la Iglesia.
El Dialogo del Salvador, otro texto ancestral descubierto junto con los otros alternativos evangelios, asegura recontar un dialogo entre el Cristo resucitado y tres discípulos que el escogió para que reciban revelaciones especiales —Mateo, María Magdalena, y Tomás-. Sin embargo aquí, después de que cada uno de los tres se enfrascan en un dialogo con Jesús, el dialogo se enfoca en María Magdalena para que reciba la más alta alabanza: “Esto ella hablo como la mujer que entendió todas las cosas.”
Finalmente, antes de enfocarnos en los fascinantes estudios que encontramos en este libro, deberíamos de mirar una de las fuentes más fascinantes de todas—el Evangelio de Felipe: este evangelio muestra como muchos de los Cristianos primitivos miraban a María Magdalena: como la constante compañera de Jesús. Ciertamente los lectores contemporáneos entendieron que literalmente esto significaba que ella era la esposa y amante de Jesús. Es verdad que el Evangelio de Felipe la muestra a ella como la compañera más intima de Jesús, y que el termino Griego (syzygos, consorte) puede sugerir una relación intima. Además, al igual que las otras fuentes que hemos visto, el Evangelio de Felipe testifica acerca de la rivalidad entre María Magdalena y los otros discípulos masculinos.
La compañera del Salvador es María Magdalena. (Pero Cristo la amaba) a ella más que a (todos) los otros discípulos, y seguido la besaba en su (boca). El resto de los discípulos se ofendían por esto.
Ellos le decían a Él, “¿Por qué la amas más que a todos nosotros?” el Salvador les contesto diciéndoles, “¿Por qué no los amo tanto como la amo a ella?”
Esta declaración, en la que el Evangelio de Felipe muestra a María Magdalena como la acompañante de Jesús, y tal vez hasta su compañera, ayudo a inspirar uno de los más controversiales tramas en el libro de Dan Brown “El Código Da Vinci.” Para el propósito de su ficción Brown tiende a tomar esta sugestión literalmente. Pero si hubiera continuado leyendo el resto del Evangelio de Felipe, hubiera visto que el autor ve a María Magdalena como una poderosa presencia espiritual; como a alguien que manifiesta lo divino cuando aparece en forma femenina—pero sobre todo como la Sabiduría divina, y el Espíritu Santo.
Cuando los poetas y profetas de Israel hablaron del espíritu de la sabiduría y divino, ellos reconocieron el género femenino en términos Hebreos. El libro de Proverbios en el Antiguo Testamento habla de la Sabiduría como una presencia espiritual femenina. Que compartió con Dios el trabajo de la creación:
El señor me creo en el comienzo de su trabajo… antes del comienzo de la tierra; cuando no había aguas profundas, Yo fui creada… antes de que las montañas tuvieran forma, Yo estaba ahí, cuando el delineó la fundación de la tierra, entonces Yo estuve a su lado, como la principal trabajadora; y diariamente yo era su delicia, siempre regocijándome ante Él, regocijándome en su inhabitado mundo, y complaciéndome en la raza humana.
Así es que el Evangelio de Felipe mira a María Magdalena como una divina sabiduría—Hokhmah, en Hebreo, Sofía en Griego, los dos términos femeninos—manifestada en el mundo. La tradición mística Judía seguido habla de la presencia de Dios en el mundo no solamente como sabiduría, sino también como Shekinah, como su presencia. Por más de mil años después de que el Evangelio de Felipe, la tradición kabbalística, usando el lenguaje de los místicos alrededor del mundo, celebraría el aspecto femenino de Dios como su divina novia.
Simultáneamente, el Evangelio de Felipe celebra a María Magdalena como la manifestación del Espíritu Divino, el cual este evangelio llama la “virgen que bajó” del cielo. Cuando los Cristianos hablaban de Jesús “nacido de una virgen” este autor está de acuerdo—pero se reúsa a tomarlo literalmente. Y alguna gente, dice, cree esto literalmente y que significa que la madre de Jesús quedó encinta no de hombre ni de copulación sexual. Pero esto, dice, es la “fe de los tontos” que no pueden entender las cuestiones espirituales (aunque, como hemos notado, eso es visto en la narrativa del nacimiento ofrecida en el Nuevo Testamento en los Evangelios de Lucas y Mateo). En vez de eso, el Evangelio de Felipe continua, Jesús nació en forma física, al igual que todo humano, como un hijo con padres biológicos. La diferencia, dice el autor de este Evangelio, es que el también “nació otra vez” en el bautismo—nacimiento espiritual para convertirse en el hijo del Padre en las alturas, y la Madre Celestial, el Espíritu Santo.
Muchos otros textos descubiertos con ese evangelio hacen eco del mismo lenguaje. El Evangelio de la Verdad, también, declara que la gracia nos restaura a nuestro origen espiritual, trayéndonos a “el Padre, la Madre, y a Jesús de la dulzura infinita.” El Libro Secreto de Juan nos dice como el discípulo Juan, entristecido después de la crucifixión de Jesús, fue al desierto, lleno de dudas y temor hasta que de repente “La creación completa tembló, y yo mire… una luz no terrenal, y en la luz, tres formas.” Y mientras Juan miraba, asombrado, el escucho la voz de Jesús que salía de la luz, hablándole a él:
“Juan, Juan, ¿por qué dudas, y por qué tienes miedo?” yo estoy contigo siempre; Yo soy el Padre; Yo soy la Madre; Yo soy el hijo.”
Tan desconcertante como esto pueda parecer a simple vista, ¿a quién más deberíamos esperar con el Padre y el Hijo si no es la Divina Madre, el Espíritu Santo? Pero esta fórmula primitiva de la trinidad aparentemente refleja el termino Hebreo para espíritu, Ruah, como un ser femenino—una connotación perdida cuando el espíritu fue traducido al lenguaje del Nuevo Testamento, Griego, en el cual la palabra se vuelve neutral.
Hasta esta rápida introducción sugiere el amplio alcance de caracterizaciones y la riqueza de significados que los Cristianos primitivos asociaban con María Magdalena, muchos de los que el ensayo de este libro explora y amplifica. Desde el primer siglo y hasta nuestros tiempos a, poetas, artistas, y místicos les ha encantado celebrar a esta remarcable mujer “quien entendía todas las cosas.” Ahora bien, a través de la investigación presentada aquí, y a través de la discusión en la que nos hemos enfrascado, podemos descubrir nuevos aspectos de María Magdalena--- y, en el proceso, de nosotros mismos.
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