domingo, 29 de julio de 2012

Sobre la Naturaleza del Animus - I

Por Emma Jung

El Anima y el Animus son dos figuras arquetipales de gran importancia. Pertenecen por un lado al consciente individual y por el otro están enraizados en el inconsciente colectivo, de esta manera forman un lazo conector o puente entre lo personal y lo impersonal, entre el consciente y el inconsciente. Dado que una es femenina y el otro es masculino, C.G. Jung los denominó respectivamente Anima y Animus. El entiende que estas figuras son complejos funcionales que se comportan de manera compensatoria de la personalidad externa, esto es, como si fuesen personalidades internas con las características fallantes en la personalidad consciente y manifestada (externa). En un hombre, se trata de características femeninas; en una mujer, masculinas. Normalmente ambas están siempre presentes, en cierto grado, pero no encuentran un lugar en la función externa de la persona porque perturbarían su adaptación al medio, o la imagen ideal que se tiene de si mismo.

Sin embargo, el carácter de estas figuras no está determinado solamente por las características sexuales latentes que representan, está condicionado por la experiencia que cada persona ha tenido en el curso de su vida con representantes del otro sexo, y por la imagen colectiva de la mujer que lleva en su psiquis el hombre individual, y la imagen colectiva del hombre que lleva la mujer. Estos tres factores se unen para formar algo que no es exclusivamente una imagen ni tampoco solamente experiencia, sino que es una entidad cuya actividad no está coordinada orgánicamente con las otras funciones psíquicas. Se conduce como si tuviese sus propias leyes, interfiriendo en la vida del individuo como si fuese un elemento ajeno; a veces, esta interferencia es útil, a veces perturbadora, en otras realmente destructiva. Tenemos por lo tanto muchas razones para preocuparnos por estas entidades psíquicas y llegar a comprender de qué manera ejercen su influencia sobre nosotros.

A continuación presentaré al Animus y sus manifestaciones como realidades, el lector debe recordar que estoy hablando de realidades psíquicas, que no pueden compararse a realidades concretas, pero no por ello dejan de ser menos efectivas. Trataré de presentar ciertos aspectos del Animus sin alegar, no obstante, una absoluta comprensión de este complejo fenómeno. Al hablar del Animus estamos tratando no solo con una entidad inmutable y absoluta, sino también con un proceso espiritual. Intento limitarme aquí a las formas en que el Animus aparece en su relación con el individuo y con la conciencia.

Manifestaciones externas y conscientes del Animus

 
Mi premisa es que en lo referente al Animus estamos tratando con un principio masculino. Pero, ¿cómo debe caracterizarse a este principio masculino? Goethe hace que Fausto, mientras está traduciendo el Evangelio según San Juan, se pregunte a si mismo si el pasaje: "En el principio fue la Palabra", no debería ser leído como "En el principio fue el Poder", o "Significado", y finalmente lo hace escribir: "En el principio fue la Acción". Y con estas cuatro expresiones, que reproducen el significado del griego logos, parece estar expresada la quintaesencia del principio masculino. A la vez, encontramos en ellas una secuencia progresiva, cada estadio tiene su representación tanto en la vida como en el desarrollo del Animus. El poder corresponde a una primera etapa, le sigue la acción, luego la palabra, y, finalmente, en la última, el significado. En lugar de poder se podría hablar de poder dirigido, que es la voluntad, dado que el poder puro no es aun humano ni tampoco espiritual.

Esta cuadruplicidad que caracteriza al principio del Logos presupone, como se puede observar, un elemento de conciencia pues sin ella no podrían concebirse ni la voluntad, la palabra, la acción o el significado.

Así como hay hombres de un notable poder físico, hombres de acción, hombres de palabras y de sabiduría, así también la imagen del Animus difiere de acuerdo con el estado de evolución particular o los dones naturales de una determinada mujer. Esta imagen puede transferirse a un hombre real que asume el rol de animus debido a su semejanza con él; alternativamente, puede aparecer como un sueño o una figura fantástica; pero dado que representa una realidad psíquica viviente, le otorga un carácter desde lo interno de la mujer, que se refleja en todo lo que ella hace. Para la mujer primitiva o la mujer joven, o para lo primitivo en cada mujer, el hombre que se distingue por su capacidad física se convierte en figura del Animus. Las imágenes típicas son las de los héroes de leyenda, o figuras del deporte, cowboys, toreros, aviadores, etc. Para la mujer más exigente, el Animus es un hombre que actúa dirigiendo su poder hacia algo importante. Las transiciones aquí no son tan marcadas debido a que el poder y la acción se condicionan mutuamente. Un hombre que tiene dominio sobre la "palabra" o sobre el "significado" representa una tendencia esencialmente intelectual dado que palabra y significado corresponden, por excelencia, a la capacidad mental. Tal hombre personifica el Animus en su sentido más estricto, como un guía espiritual como representante de los dones intelectuales de la mujer. Es en esta fase, en la que por lo general el Animus se torna problemático, por lo tanto, lo exploraremos con mayor detenimiento. Las imágenes del animus que simbolizan las fases de poder y acción son proyectadas en una figura heroica. Pero hay también mujeres en las cuales este aspecto de masculinidad ya se encuentra combinado armoniosamente con el principio femenino, que le es de gran ayuda. Estas son las mujeres, enérgicas, activas, valientes y fuertes. Pero hay también aquellas en las que la integración ha fallado, en las que la conducta masculina ha avasallado y suprimido el principio femenino. Estas son las mujeres masculinas, brutales, hiperactivas, salvajes, las Xantippes que no son solo activas sino más bien agresivas. En muchas mujeres, esta masculinidad primitiva se expresa también en su vida erótica, por lo que su enfoque del amor tiene un carácter masculino y no está determinado por el sentimiento, como es natural en las mujeres, sino que funciona por si mismo, separado del resto de la personalidad, como ocurre en general con los hombres. Sin embargo, podemos suponer que las mujeres ya han asimilado las formas más primitivas de la masculinidad. En general decimos que ya han encontrado, tiempo atrás, su aplicación en el modo de vida femenino; desde hace mucho ha habido mujeres cuya fuerza de voluntad, claridad de propósito, actividad y energía les ha servido como impulso en sus vida. El problema de la mujer de hoy en día parece recaer en su actitud hacia el animus-logos, al elemento masculino-intelectual, en un sentido más acotado, pues la expansión de la conciencia y su desarrollo en todos los campos, parece ser un mandato ineludible -así como también un don- de nuestro tiempo. Un ejemplo de lo anterior es el hecho que junto a los descubrimientos e invenciones de los últimos cincuenta años, también hemos visto la aparición del llamado movimiento feminista, la lucha de las mujeres por la igualdad de derechos con el hombre. Felizmente, hoy en día hemos sobrevivido al peor resultado de esta lucha, que seria la "mujer sabelotodo". La mujer se ha dado cuenta que no puede parecerse enteramente al hombre, pues en primer lugar es una mujer y debe sentirse como tal. Sin embargo, queda claro que algo del espíritu masculino ha madurado en la conciencia de la mujer y ahora debe encontrar su lugar y ser eficaz dentro de la personalidad. Una parte importante del problema del Animus reside en conocer estos factores, para ordenarlos de manera que puedan jugar un rol significativo.

De vez en cuando oímos decir que no hay necesidad que la mujer se ocupe de los asuntos intelectuales o espirituales, que es solo una tonta imitación del hombre o un impulso competitivo rayano en la megalomanía. A pesar de que esto es cierto en muchos casos, especialmente el fenómeno ocurrido al comienzo del movimiento feminista, de todas formas como explicación del asunto no está justificado. Ni la arrogancia ni la insolencia nos da derecho a la audacia de desear ser Dios (esto es, como un hombre; no somos ni como la Eva antigua, tentada por la belleza de la fruta del árbol de la sabiduría, ni hay una víbora que nos aliente a disfrutarla). No, ha llegado a nosotras algo así como un mandato, una orden; nos enfrentamos a la necesidad de morder esta manzana, sea que creamos que es buena o no, estamos enfrentadas al hecho de que el paraíso natural e de inconsciencia en el que a la mayoría de nosotras nos gustaría quedarnos alegremente, se ha ido para siempre.

Así es como están las cosas esencialmente, aun si en la superficie parecen diferentes. Y debido a que se trata de un momento crucial no debemos asombrarnos ante los esfuerzos infructuosos o las exageraciones grotescas, ni mucho menos permitirnos ser intimidadas por ellos.

Si no se encara el problema, si la mujer no hace frente a su exigencia interna de conciencia o actividad intelectual, el animus se convierte en autónomo y negativo y opera destructivamente sobre el individuo (la mujer) y sobre sus relaciones con los demás. Esto puede explicarse de la siguiente manera: si la posibilidad de una función espiritual no es asumida por la mente consciente, la energía psíquica destinada para ella, cae en el inconsciente y allí activa el arquetipo del Animus. Poseída por esa energía que ha fluido de regreso al inconsciente, la figura del animus se torna autónoma, tan poderosa que puede aplastar o abrumar al ego consciente y finalmente dominar la personalidad toda. Debo agregar aquí que me baso en la visión de que en el ser humano hay una cierta idea básica que debe ser cumplida, igual que, por ejemplo, en un huevo o una semilla existe la idea a priori de la vida que emanará de ellos. Por lo tanto, me refiero a una suma de energía psíquica disponible destinada a funciones espirituales y que debe ser aplicada a ellas. Expresado figurativamente, en términos económicos, la situación es parecida a la del presupuesto de un hogar u otra empresa donde hay ciertas sumas de dinero que se asignan para determinados propósitos. De vez en cuando, otras sumas usadas previamente con otros fines, quedan disponibles ya sea porque no se las necesita para aquellos fines o porque no se las puede invertir de otra manera. En muchos aspectos, este es el caso con la mujer de hoy en día. En primer lugar, rara vez encuentra satisfacción en la religión establecida, especialmente si es Protestante. La iglesia que otrora llenara sus necesidades espirituales e intelectuales ya no le ofrece esa satisfacción. En el pasado, el animus junto a sus problemas asociados podía ser proyectado al mas allá (para muchas mujeres el Dios-Padre bíblico era un aspecto metafísico, sobrehumano de la imagen del animus), y mientras la espiritualidad pudiera ser convincentemente expresada en las diversas formas de religión válida, no había inconveniente. Ahora cuando esto ya no puede lograrse es que aparece el problema.

Una segunda explicación para el problema referente a la disponibilidad de la energía psíquica es que, debido a la posibilidad del control de la natalidad, se ha liberado una gran cantidad de energía. Dudo que la mujer misma pueda darse cuenta de cuan grande es esa cantidad de energía que antes utilizaba para mantener un estado de alerta constante para realizar su tarea biológica.

Una tercera causa recae en los avances tecnológicos que permiten nuevos medios para realizar las tareas a las que antes la mujer destinaba su creatividad e inventiva. Cuando antes debía avivar el fuego de la chimenea para recrear el acto Prometeico, hoy da vuelta una llave de la cocina de gas o acciona un interruptor eléctrico, y no tiene la menor idea de lo que sacrifica en pos de estas comodidades ni de las consecuencias que esta perdida trae aparejadas. Pues todo lo que no se hace de la forma tradicional será hecho de alguna nueva forma, y esto no es tan simple. Hay muchas mujeres que cuando llegan al plano en el que se ven enfrentadas a las exigencias intelectuales dicen "Preferiría tener otro bebé", para asi escapar o al menos posponer esa incomoda exigencia. Pero tarde o temprano la mujer debe acomodarse a cumplirla, pues los mandatos biológicos disminuyen progresivamente luego de la primera mitad de la vida; así que es inevitable un cambio de actitud, si se no quiere caer víctima de una neurosis o alguna otra enfermedad. Más aun, no es solo la energía psíquica liberada la que la enfrenta con la nueva tarea, sino también la ley del momento presente, el kairós, al que todos estamos sujetos y del que no podemos escapar, por más oscuro que este término se nos antoje. Estos tiempos requieren una expansión de la conciencia. Por eso en psicología hemos descubierto y estamos investigando el inconsciente; en física nos hemos percatado de los fenómenos y sus procesos -rayos y ondas, por ejemplo- los que hasta ahora eran imperceptibles y no eran parte de nuestro entendimiento consciente. Nuevos mundos con leyes que los gobiernan se abren ante nosotros, como por ejemplo, el del átomo. Aun más, el telégrafo, el teléfono, la radio y cualquier otro instrumento técnico acerca las cosas lejanas a nosotros, expandiendo el rango de nuestras percepciones sensoriales a lo largo y a lo ancho de la Tierra y aun más allá. Así es como se manifiesta la expansión e iluminación de la conciencia. Explicar las causas y metas de estos fenómenos nos alejaría de nuestro tópico; los menciono solamente como un factor unificador en un problema tan agudo para la mujer de hoy, el animus. El aumento de conciencia trae aparejado una canalización de la energía psíquica hacia nuevos senderos. Toda cultura, como sabemos, depende de tal diversificación, y la capacidad de dar forma a todo esto es precisamente lo que distingue al Hombre de los animales. Pero este proceso acarrea grandes dificultades; nos afecta casi como si fuese un pecado, un delito, tal como se observa en mitos tales como el de la Caída del Hombre, o el robo del fuego por parte de Prometeo, y así es como podríamos vivirlo en nuestra vida. No es de sorprender dado que se refiere a la interrupción del curso natural de los hechos, lo que es muy peligroso. Por esta razón siempre ha estado vinculado con ideas religiosas y ritos. En efecto, el misterio religioso, con su experiencia simbólica de muerte y renacimiento siempre recrea el milagroso proceso de la transformación. Como se hace evidente en los mitos arriba mencionados referidos a la Caída del Hombre y el robo del fuego por Prometeo, es el logos (esto es, conocimiento, conciencia en una palabra) el que eleva al Hombre por encima de la naturaleza. Pero este logro lo coloca en una difícil posición entre animal y Dios. Debido a esto; ya no es el hijo de la madre Naturaleza, es expulsado fuera del paraíso, pero a la vez, no es un dios pues aun está ineludiblemente atado a su cuerpo y sus leyes naturales, igual que Prometeo encadenado a la roca. A pesar que este doloroso castigo de estar dividido entre espíritu y naturaleza le ha sido familiar al hombre por largo tiempo, es solo recientemente que la mujer ha comenzado realmente a sentir el conflicto. Y con este conflicto, que va de la mano de un desarrollo de la conciencia, volvemos al problema del animus que eventualmente lleva a los opuestos, a la naturaleza, el espíritu y su armonización.

¿Cómo sufrimos este problema? ¿Cómo reconocemos el principio espiritual? En primer lugar, lo percibimos en el mundo externo. La niña generalmente lo ve en su padre o en una persona que ocupa su lugar; más tarde, quizás, en un maestro o hermano mayor, esposo, amigo, y finalmente en los registros objetivos del espíritu, en la iglesia, el estado, y la sociedad con sus instituciones así como las creaciones de la ciencia y las artes. En su mayoría, el acceso directo a estas formas objetivas del espíritu no es posible para una mujer; ella las encuentra solo a través de un hombre, que es su guia e intermediario. Este guía e intermediario se convierte entonces en el portador o representante de la imagen del animus; en otras palabras, el Animus se proyecta en él. Mientras la proyección tenga éxito, es decir, mientras la imagen se corresponda o se parezca en cierta medida al portador, no hay conflicto real. Por el contrario, este estado parece ser perfecto, especialmente cuando el hombre que es el intermediario espiritual es, al mismo tiempo percibido como un ser humano con el que existe una relación humana, positiva. Si tal proyección se establece permanentemente se podría llamarla ideal pues aparece sin conflicto, lo que sucede es que la mujer permanece inconsciente. Lo que sucede es que hoy en día ya no nos satisface permanecer tan inconscientes, esto se demuestra, por ejemplo, en el hecho de que muchas mujeres que creen ser felices y estar contentas con lo que parece ser una relación perfecta con el Animus, sufren síntomas nerviosos y físicos. Con frecuencia afloran la ansiedad, el insomnio y nerviosismo general, o males físicos, como el dolor de cabeza u otros dolores, perturbaciones de la visión, y ocasionalmente, problemas de pulmón. Conozco varios casos en los que los pulmones se vieron afectados en un momento en el que se hizo agudo el problema con el Animus, y se curaron más tarde luego que el problema fue asumido y comprendido como tal. (Quizás los órganos de la respiración tienen una relación peculiar con el espíritu, como se sugiere por las palabras Animus o Pneuma, y Hauch, respiración, o Geist, espíritu, y por lo tanto reaccionan con especial sensibilidad a los procesos del espíritu. Posiblemente cualquier otro órgano podría ser afectado también, y es simplemente una cuestión de energía psíquica, la cual si no encuentra un canal apropiado y debe replegarse sobre si misma, ataca cualquier punto débil).

Tal transmisión total de la imagen del Animus, como la que describí anteriormente, junto a una aparente satisfacción, genera una lazo compulsivo al hombre en cuestión y una dependencia que con frecuencia aumenta al punto de tornarse insoportable. Este estado de fascinación por alguien y la total influencia que éste ejerce, es conocido bajo el término "transferencia", lo que no es más que proyección. Sin embargo, proyección significa no sólo la transferencia de la imagen a una persona determinada, sino también las actividades que van asociadas, de manera que del hombre en el cual se ha depositado la imagen del Animus, se espera que asuma todas las funciones que han permanecido no desarrolladas en la mujer en cuestión, sea esta la función de pensamiento, el poder para actuar, o la responsabilidad hacia el mundo exterior. A su vez, la mujer sobre la que un hombre ha proyectado su Anima debe "sentir" por él, o establecer relaciones por él, y esta relación simbiótica es, en mi opinión, la causa real de la dependencia compulsiva que existe en estos casos.

Sin embargo, tal estado de proyección exitosa, no dura mucho tiempo, especialmente si la mujer tiene una relación íntima con el hombre en cuestión. Entonces, la incongruencia entre la imagen y el portador de la misma se hace demasiado obvia. Un arquetipo, tal como el animus, nunca coincidirá totalmente con un hombre en particular (individual); y en menor medida cuanto más particular (individual) sea el hombre. La individualidad es realmente el opuesto del arquetipo, porque aquello de que lo individual no es en ninguna medida típico, sino más bien una mezcla de características típicas en si mismas. Cuando aparece esta discriminación entre imagen y persona, nos damos cuenta con gran desilusión y confusión que el hombre que parecía corporizar nuestra imagen ya no se parece a ella en absoluto, y continuamente se comporta de modo muy diferente de cómo pensamos que debería hacerlo. Al principio, tal vez tratamos de engañarnos y con frecuencia tenemos éxito por un tiempo, gracias a la aptitud para borrar diferencias, que se debe a un confuso poder de discriminación. Frecuentemente tratamos, con verdadera astucia, de hacer que el hombre sea aquello que creemos que él debe representar. No solamente ejercemos presión o fuerza conscientemente; repetidamente, y debido a nuestra conducta, forzamos inconscientemente a nuestra pareja a tener reacciones arquetípicas o de Animus. Naturalmente, lo mismo ocurre con el hombre y su actitud hacia la mujer. El también quisiera ver delante suyo la imagen que flota ante sus ojos, y debido a su deseo, que funciona como una sugestión, puede provocar que ella no actúe desde su yo real sino que convierta en la figura de su Anima. Todo esto, más el hecho de que el Anima y el Animus se constelan mutuamente (ya que una manifestación de Anima convoca un Animus y viceversa, lo que produce un circulo vicioso muy difícil de romper) forma una de las peores complicaciones en las relaciones entre hombre y mujer. Pero para cuando la disimilitud entre el hombre y el Animus ha sido descubierta, la mujer ya está en conflicto y no queda nada más por hacer que completar el proceso de discriminar entre la imagen interna y el hombre externo.

Aquí llegamos a lo más significativo y esencial en el problema del Animus, o sea, el componente masculino-intelectual dentro de la mujer. Me parece que mencionar este componente, conocerlo e incorporarlo al resto de la personalidad, es un tema central, que es tal vez el más importante en lo que concierne a la mujer de hoy en día. El problema tiene que ver con una predisposición natural, un factor orgánico que pertenece a la individualidad y que está destinado a tener una función. Esto explica porqué el Animus es capaz de atraer energía psíquica hacia sí hasta que se convierte en avasallador y autónomo.

Es posible que todos los órganos o tendencias orgánicas atraigan hacia si mismos una cierta cantidad de energía, lo que se traduce en capacidad de acción, y que cuando un órgano en particular no recibe la cantidad de energía suficiente, se manifiestan perturbaciones o síntomas. Al aplicar esta idea a la psiquis, yo sacaría como conclusión que, debido a la presencia de una figura de animus poderosa (la tan llamada "posesión por el Animus") la mujer en cuestión le presta poca atención a su propia tendencia masculina-intelectual del logos, y que, o bien la ha desarrollado poco, o no la ha empleado en la forma correcta. Quizás esto suena paradójico, pues, visto desde afuera, es el principio femenino el que aparenta estar descuidado dado que, exteriormente, la conducta de tales mujeres parece ser demasiado masculina o sugerir falta de femineidad. Pero, en esa masculinidad expuesta, yo veo más un síntoma, una señal de que algo masculino en la mujer está reclamando atención.

Es cierto que lo que es primariamente femenino es invadido y reprimido por la entrada autocrática en escena de esta masculinidad, pero el elemento femenino solo puede ubicarse en su lugar llegando a un acuerdo con el factor masculino, el Animus. Ocuparse solamente de lo masculino-intelectual u objetivo no parece suficiente; esto puede observarse en muchas mujeres que han finalizado una carrera profesional y la practican con una vocación masculina e intelectual, pero que de todos modos, no han llegado a un acuerdo con el problema del Animus. Tal educación y forma de vida masculinos puede haber sido logrados debido a una identificación con el animus; entonces es el lado femenino quien ha quedado relegado.

No hay comentarios: