Por Emma Jung
Junto a las figuras ya mencionadas que muestran al Animus en su aspecto misterioso y peligroso, existen otras figuras de diferente tipo. En el caso que estamos discutiendo, es un dios con cabeza de estrella, que guarda en su mano un pájaro azul, que es el pájaro del alma. Esta función de guardián del alma pertenece, al igual que la de guía, a una forma más alta, transpersonal del Animus. Este Animus no se permite cambiar a una función subordinada de la consciencia sino que permanece como una entidad superior y desea ser reconocido y respetado como tal. En la fantasía India sobre la bailarina, este principio masculino espiritual y superior esta encarnado en la figura del rey; así es como él es el comandante, no en el sentido del mago sino en el sentido de un espíritu superior que no posee nada de la tierra o la noche. No es el hijo de la madre inferior sino un embajador de un padre desconocido y distante, un poder de luz transpersonal. Todas estas figuras tienen el carácter de arquetipos -de aquí los paralelos mitológicos- como tal son impersonales o transpersonales, aun cuando su tendencia sea orientarse al individuo y a relacionarse con él/ella. Con ellos aparece el Animus personal que pertenece a ella como individuo; es decir, el elemento masculino o espiritual que más se corresponde a sus dones naturales y que aspira a una evolución, hacia función consciente, armonizada con la totalidad de su personalidad. Aparece en los sueños como un hombre al que ella está unida, ya sea por lazos afectivos o por sangre, o por una actividad en común. Aquí se encuentran otra vez las formas superiores e inferiores del Animus, a veces reconocible por las señales positivas y negativas. A veces es un amigo largamente buscado o un hermano, un maestro que le enseña, un sacerdote que hace una danza ritual con ella, o un pintor que pinta su retrato. Una vez un obrero llamado tal vez "Ernesto" y que viene a vivir en su casa; otras, un joven empleado de nombre "Constantin" que le pide trabajo. En otras ocasiones ella tiene que luchar con un joven impúdico y rebelde o debe ser cuidadosa con un siniestro Jesuíta; otras comerciantes Mefistofélicos le ofrecen toda clase de maravillosas cosas. Una figura especial, que aparece en raras oportunidades, es la del "extraño". Generalmente este ser desconocido, que a pesar de su extrañeza le resulta familiar, le trae como un embajador algún mensaje u orden del lejano Príncipe de la Luz.
Con el paso del tiempo, figuras tales como las descritas aquí se vuelven familiares, tal como sucede con la gente que uno conoce, con la que entabla una relación cercana y se visita a menudo. Empezamos a comprender porqué aparecen de pronto esas figuras. Se puede hablar con ellos, pedirles consejo o ayuda; aunque a veces hay que cuidarse de ellos y su insistencia, y hasta de enojarnos ante su insubordinación. Además, debemos permanecer atentas a que alguna de estas formas del Animus pretenda tener supremacía o dominar nuestra personalidad. Es muy importante poder discriminar entre nosotras y el Animus y limitar su esfera de influencia; sólo haciendo esto es posible liberarnos de las fatales consecuencias de identificarnos con el Animus o ser poseídas por él. Otros factores decisivos en este proceso, además de la capacidad de discriminar, son la ampliación de la conciencia y el reconocimiento del verdadero Yo (Self). Dado que el Animus es una entidad transpersonal, es decir un espíritu común a todas las mujeres, puede relacionarse con la mujer individual como un guía espiritual o un genio benévolo, pero no puede subordinarse a su mente consciente. La situación es diferente con la entidad personal que desea ser asimilada, con el Animus como hermano, amigo, hijo, o sirviente. Enfrentada con uno de estos aspectos del Animus, la tarea de la mujer es crearle un lugar en su vida y personalidad e iniciar alguna labor productiva con esta energía. Generalmente, nuestros talentos, hobbies, etc. ya nos han brindado algún indicio sobre la dirección que puede tomar esta energía y como puede activarse. Con frecuencia los sueños apuntan a este descubrimiento, y siguiendo con la orientación natural, mencionarán que estudios, libros, campo laboral, actividades artísticas o ejecutivas son más apropiados. Ahora, esas tareas sugeridos siempre serán objetivos y prácticos, al igual que la entidad masculina que el Animus representa. La actitud adecuada aquí -o sea, hacer algo por el bien de "él", no por el bien de otro ser humano- es contraria a la naturaleza femenina y sólo puede lograrse con mucho esfuerzo. Pero esto es justamente lo importante; pues de otro modo la exigencia, que es parte de la naturaleza del Animus y por lo tanto justificada, se entrometerá de diferentes formas, reclamando cosas que no sólo son inapropiadas sino que pueden producir efectos contraproducentes.
Además de estas actividades especificas, el Animus puede y debe ayudarnos a ganar en conocimiento y a mirar las cosas de una manera más impersonal. Para la mujer, con su empatia generalmente automática y subjetiva, los logros mencionados son muy valiosos y pueden serle de gran ayuda en un campo tan suyo como las relaciones. Por ejemplo, su propio componente masculino puede ayudarla a entender mejor a los hombres -y esto debe ser enfatizado- pues aunque la función automática del Animus dada, su "objetividad", puede ser perturbadora en las relaciones interpersonales, no obstante, es también importante para el desarrollo y el bienestar de una relación que la mujer pueda tomar una actitud objetiva e impersonal.
Así podemos observar que el Animus no solo se manifiesta en las actividades intelectuales pero que sobre todo hace posible el desarrollo de una actitud más espiritual que nos libera de las limitaciones de un punto de vista demasiado personal y subjetivo. ¡Y qué alivio y ayuda nos brinda el poder elevarnos por sobre nuestros problemas personales hacia otros pensamientos y sentimientos de naturaleza transpersonal los que, por contraste, hacen que nuestras "desgracias" parezcan triviales y menos importantes! Esta actitud y la capacidad de cumplir con la tarea asignada requieren por sobre todo, disciplina, lo que es más difícil para la mujer, quien aun está más cerca de la naturaleza, que para el hombre. No hay duda que el Animus es un espíritu que no permite que lo aten a un carro como a un caballo domesticado. Su carácter va mucho más allá que el de un ser elemental. Nuestro Animus puede a veces demorarse ociosamente con cierto letargo, o confundirnos con sus repentinas y rebeldes inspiraciones, o aun remontarnos hasta impensables alturas. Por eso se necesita de una guía estricta y clara para controlar a este espíritu inestable y sin rumbo, para así obligarlo a trabajar hacia una meta concreta. Para un gran numero de mujeres, sin embargo, esto es diferente. Me refiero a aquellas que, por su estudio o alguna otra actividad artística, ejecutiva o profesional, se han acostumbrado a ser disciplinadas, aun antes de tomar consciencia del problema del Animus como tal. Para ellas, si tienen el suficiente talento, es altamente posible una identificación con el Animus. He podido observar que el problema de cómo ser una mujer surge muchas veces justo cuando la mujer tiene una actividad profesional exitosa. A menudo le sobreviene una insatisfacción por un deseo personal no cumplido, no se trata de valores objetivos, sino de una necesidad de más contacto con la naturaleza y de expresión de la femineidad en general. Con frecuencia, también, el problema aparece porque estas mujeres, sin desearlo, se han enredado en relaciones conflictivas; o por accidente o destino, se tropiezan con situaciones típicamente femeninas en las que no saben como actuar. Entonces su dilema es igual al que enfrenta un hombre con respecto a su Anima; es decir, estas mujeres también se enfrentan a su dificultad para sacrificar lo que, en cierto grado, perciben como un logro superior, una posición de superioridad Tienen que aceptar lo que les parece como de menor valor, la debilidad, lo pasivo, lo subjetivo, lo ilógico, unido a la naturaleza -en una palabra, lo femenino-. Pero a la larga ambos senderos conducen a la misma meta, y cualquier elección que hagamos, los peligros y dificultades son los mismos.
De igual modo, aquellas mujeres para las que la evolución intelectual y la actividad objetiva son secundarias, también están en peligro de ser devoradas por el Animus, es decir, identificarse con él. Por lo tanto, es de suma importancia que tengamos el mayor equilibrio posible para mantener a las fuerzas del inconsciente a raya y conservar al ego conectado con la tierra y la vida. Primero y principal, podemos encontrar ese control interno aumentando la consciencia y el sentimiento firme de nuestra propia individualidad; en segundo lugar, en tareas donde podamos aplicar nuestra capacidad mental; y por último en las relaciones en las que establecemos un lazo humano y una orientación tan inapreciables que contrastan con el carácter transpersonal del Animus. La relación de una mujer con otras mujeres tiene gran significado en este sentido. He tenido oportunidad de observar que en la medida que el problema del Animus se agudiza, muchas mujeres empiezan a mostrar un creciente interés por conectarse con otras mujeres; sienten la relación con sus pares como una necesidad. Quizás sea este el comienzo de la solidaridad entre las mujeres, escasa por cierto, que hoy se hace posible dada la paulatina toma de conciencia del peligro que nos amenaza a todas. Debemos aprender a atesorar y enfatizar los valores femeninos como condición primordial para enfrentarnos al principio masculino que es doblemente poderoso -tanto dentro como fuera de la psiquis-. Pues si este principio logra adueñarse de nuestra psiquis, se convierte en amenaza en ese lugar donde la mujer es especial, el que más le pertenece, donde puede lograr aquello que le resulta más real y para lo cual está mejor dotada -es más, puede hasta hacer peligrar su vida-.
Pero cuando la mujer logra mantenerse fuerte ante el Animus, en vez de permitirse ser devorada por él, este ya no sólo deja de ser una amenaza sino que se convierte en un poder creativo. Nosotras necesitamos este poder pues, por extraño que parezca, solo cuando esta entidad masculina se integra como parte del alma y lleva a cabo su función, se nos hace posible ser realmente mujeres en el sentido más elevado, y al mismo tiempo, ser nosotras mismas y cumplir con nuestro destino individual.