Por Emma Jung
Aquí llego a una importante diferencia entre el problema del Animus de la mujer y el Anima del hombre, diferencia que me parece no haber recibido la debida atención. Cuando un hombre descubre su Anima y llega a un acuerdo con ella, debe asumir algo que siempre le pareció inferior a él. Cuenta poco el hecho de que la figura del Anima, sea esta una imagen o una persona real, sea tan fascinantemente atractiva y por lo tanto valiosa. Hasta ahora en nuestro mundo, el principio femenino siempre fue percibido como inferior cuando se lo comparó con el masculino. Recientemente hemos comenzado a hacerle justicia. Expresiones tales como "sólo una niña lo haría" o "un niño no haría eso" se les dice frecuentemente a los niños para sugerirles que su conducta es reprochable. A su vez, nuestras leyes nos muestran claramente cuan amplio es el concepto de inferioridad de la mujer, y como ha prevalecido. Aun hoy, en muchos lugares, la ley coloca al hombre abiertamente en una posición de privilegio con respecto a la mujer, convirtiéndolo en su guardián, en muchos casos. Como resultado, cuando el hombre establece una relación con su Anima, debe descender de una altura, superar la resistencia -o sea, su orgullo- y aceptar que ella es la "Dama Soberana" (Herrín) como la llamó Sitteler, o en las palabras de Rider Haggard, "Aquella-que-debe-ser-obedecida".
Aquí llego a una importante diferencia entre el problema del Animus de la mujer y el Anima del hombre, diferencia que me parece no haber recibido la debida atención. Cuando un hombre descubre su Anima y llega a un acuerdo con ella, debe asumir algo que siempre le pareció inferior a él. Cuenta poco el hecho de que la figura del Anima, sea esta una imagen o una persona real, sea tan fascinantemente atractiva y por lo tanto valiosa. Hasta ahora en nuestro mundo, el principio femenino siempre fue percibido como inferior cuando se lo comparó con el masculino. Recientemente hemos comenzado a hacerle justicia. Expresiones tales como "sólo una niña lo haría" o "un niño no haría eso" se les dice frecuentemente a los niños para sugerirles que su conducta es reprochable. A su vez, nuestras leyes nos muestran claramente cuan amplio es el concepto de inferioridad de la mujer, y como ha prevalecido. Aun hoy, en muchos lugares, la ley coloca al hombre abiertamente en una posición de privilegio con respecto a la mujer, convirtiéndolo en su guardián, en muchos casos. Como resultado, cuando el hombre establece una relación con su Anima, debe descender de una altura, superar la resistencia -o sea, su orgullo- y aceptar que ella es la "Dama Soberana" (Herrín) como la llamó Sitteler, o en las palabras de Rider Haggard, "Aquella-que-debe-ser-obedecida".
En la mujer, la situación es diferente. No nos referimos al Animus como "Aquel-a-quien-hay-que-obedecer", sino más bien lo opuesto, porque es muy fácil para la mujer obedecer la autoridad del Animus -o del hombre real- de manera servil. Ella puede creer que conscientemente no es asi, pero la idea de que lo masculino es superior a lo femenino está en su sangre. Este es un elemento que realza el poder del Animus. Lo que nosotras las mujeres debemos superar en nuestra relación con el Animus no es el orgullo sino la falta de auto-confianza y la resistencia a la inercia. Para nosotras, no es que tenemos que rebajarnos (a menos que nos hayamos identificado con el Animus) sino más bien elevarnos. En esto, a veces fallamos por falta de coraje o fuerza de voluntad. Nos parece presuntuoso oponer nuestra propia convicción a los dictámenes del Animus, que nos parecen generalmente validos. Para una mujer, elevarse hasta el punto de lograr una independencia espiritual tiene un alto costo. Pero, sin esta especie de rebelión nunca será libre del poder del tirano, nunca se encontrará a si misma, no importa cuanto sufra. Visto desde afuera, a menudo parece lo contrario; con frecuencia se observa en la mujer una seguridad y aplomo arrogantes, poca o nada de modestia o falta de confianza. En realidad, esta actitud desafiante, auto-afirmada, y agresiva debería estar dirigida al Animus, como a veces se intenta, pero generalmente es una señal de una identificación más o menos profunda con él (Animus).
No es sólo en Europa donde sufrimos esta especie de veneración por el hombre, esta excesiva valoración de lo masculino. En América también donde se acostumbra a hablar del culto a la mujer, la actitud no parece ser diferente. Una médica Americana, de amplia experiencia, me ha dicho que todas sus pacientes mujeres sufren de un desprecio por su condición de mujer, y que en todas ellas trata de impulsar la necesidad de darle a lo femenino su debido valor. Por otro lado, hay muy pocos hombres que menosprecien su sexo; al contrario, están muy orgullosos de él. Hay muchas muchachas que quisieran ser varón, pero un joven que deseara ser mujer seria considerado hasta como pervertido. El resultado lógico de esta situación es que la posición de la mujer con respecto a su Animus es muy diferente que la del hombre en relación con su Anima. Y debido a esta diferencia en actitud, muchos fenómenos que el hombre no puede entender como relacionados a la experiencia de su Anima, deben ser atribuidos al hecho de que en estos temas, la tarea del hombre y de la mujer es diferente. De seguro la mujer no escapará al sacrificio. Evidentemente, para que ella pueda tomar consciencia debe renunciar a su especial poder femenino; debido a su inconsciencia, ella ejerce una influencia mágica sobre el hombre, un encanto que le otorga poder sobre el. Como ella siente este poder instintivamente y no desea perderlo, a menudo se resiste al proceso de hacerse consciente, aunque lo referente al espíritu le parezca merecer el sacrificio. Muchas mujeres se mantienen falsamente a si mismas en ese estado de inconsciencia solamente para evitar hacer ese sacrificio. Cabe destacar que con mucha frecuencia, el hombre contribuye a perpetuar esta situación. Muchos de ellos se complacen en la inconsciencia de la mujer y se inclinan a oponerse al desarrollo y expansión de la consciencia de ellas porque les parece incómodo e innecesario.
Otro punto a veces pasado por alto y que yo quisiera mencionar, recae en la función del Animus en contraste a la del Anima. Usualmente decimos, como al pasar, que el Animus y el Anima son los mediadores entre los contenidos inconscientes y la consciencia, queriendo significar que ambos realizan la misma tarea. Esto es cierto de manera general, pero me parece importante señalar la diferencia de roles que juegan el Animus y el Anima. La transmisión de los contenidos inconscientes en cuanto a hacerlos visibles es el rol especial del Anima. Ayuda al hombre a percibir aquellas cosas, de otro modo oscuras para el. Condición necesaria para esto es una cierta atenuación de la consciencia, es decir, colocarse en una consciencia más femenina, menos incisiva y penetrante que la del hombre, la cual le permita percibir con mayor claridad cosas que aún son sombrías. Los dones de la mujer como visionaria, su capacidad intuitiva siempre han sido reconocidos. Ella tiene la capacidad y el poder de enfocar su visión en lo que está oscuro, y el poder de ver lo que está oculto al común de la gente. Esta visión, esta percepción de lo que de otro modo seria invisible, se le hace posible al hombre gracias a su Anima.
Con el Animus, el énfasis no recae en la mera percepción -que como se ha dicho ya es un don de la mujer- sino que fiel a la naturaleza del logos, el foco está puesto en el conocimiento, y especialmente en el intelecto. La función del Animus es la de dar significado en lugar de imagen.
Sería un error pensar que estamos utilizando al Animus si nos volcamos a las fantasías pasivas. No debemos olvidar que, como regla general, no es ningún logro para la mujer darle lugar a sus fantasías; los hechos irracionales y las imágenes cuyo significado no es comprendido parecen algo natural en ella; para el hombre, en cambio, ocuparse de estas cosas es un logro, una especie de sacrificio de la razón, un descenso desde la luz hacia las tinieblas, de lo claro hacia lo turbio.
Sólo con dificultad aceptará el hombre que aquellos contenidos del inconsciente aparentemente incomprensibles o sin sentido pueden, no obstante, tener valor. Más aun, la actitud pasiva que esas visiones exigen tiene poco que ver con la naturaleza activa del hombre. Para la mujer esto no es lo difícil; ella no tiene limitaciones acerca de lo irracional, no necesita encontrar inmediatamente un significado para todo, no tiene problema en fluir con pasividad ante los hechos externos. Ella, para quien el inconsciente no es fácilmente accesible y que sólo encuentra acceso al mismo con dificultad, ve al Animus como un obstáculo más que una ayuda, cuando éste trata de hacerle entender y analizar cada imagen que aparece antes de permitirle su asimilación. El Animus debería ejercer su influencia especial sólo después que estos contenidos han entrado en la conciencia y han tomado forma. Únicamente entonces la ayuda del Animus es valiosa pues nos permite entender y encontrar un significado. A veces, el significado nos es transmitido directamente desde el inconsciente, no a través de imágenes o símbolos, sino por destellos de conocimiento ya expresados en palabras. Esta es una forma característica de manifestación del Animus. A pesar de esto, no es fácil descubrir si estamos tratando con una opinión válida, familiar, hasta colectiva, o con el resultado de nuestra propia introspección. Para aclarar este punto, se requiere de una reflexión consciente así como de la capacidad de distinguir qué es Animus de lo que es una misma.
El Animus tal como aparece en imágenes del inconsciente
Luego de mi intento de demostrar como se manifiesta el Animus externamente y en la consciencia, quisiera ahora discutir cómo lo representan las imágenes del inconsciente, y como aparece en sueños y fantasías.
Aprender a reconocer esta figura y mantener ocasionales charlas y debates con él, forma parte de los pasos importantes en el camino que nos lleva a discriminar al Animus de nosotras mismas. El reconocimiento del Animus como imagen o figura dentro de la psiquis marca el comienzo de una nueva dificultad. Esto se debe a su multiplicidad. Oímos decir a los hombres que el Anima casi siempre aparece en formas definidas que son más o menos las mismas en todos los casos; es la madre o la amada, hermana o hija, amante o esclava, sacerdotisa o bruja; en ocasiones aparece con características contrastantes, clara y oscura, abnegada y destructiva, por momentos noble y en otros innoble y traicionera.
Por el contrario, para las mujeres el Animus aparece como una pluralidad de hombres, como un grupo de padres, un consejo, una corte o una reunión de sabios, o también como un artista que cambia de forma a su antojo y hace gala de todo tipo de atributos. Explicaré esta diferencia de la siguiente manera: el hombre ha experimentado a la mujer sólo como madre, amada, etc, o sea, siempre relacionada con él mismo. Estas son las formas en las que se ha presentado la mujer, las formas en las que siempre ha cumplido su destino. Por el contrario, la vida del hombre ha tomado siempre formas diversas debido a que su tarea biológica le ha dejado tiempo para muchas otras actividades. Concerniente al terreno más amplio de actividades del hombre, al Animus puede aparecer como un representante o maestro con alguna habilidad o conocimiento. La figura del Anima, sin embargo, se caracteriza por el hecho que todas sus formas tienen que ver con las relaciones. Aun si el Anima aparece como una sacerdotisa o bruja, la figura establece siempre una especie de relación con el hombre a cuya Anima corporiza, de manera que o bien lo inicia o lo embruja. Recordemos a Rider Haggard en su libro "She", donde muestra como esta especial relación data de siglos atrás.
Como he dicho anteriormente, la figura del Animus no necesariamente expresa una relación. Con referencia a la orientación del hombre y como principio del logos, esta figura puede entrar en escena de manera puramente objetiva, como sabio, juez, artista, aviador, mecánico. Con bastante frecuencia aparece como el "extraño". Tal vez esta forma en particular es la más peculiar pues para la mente puramente femenina, el espíritu representa lo que es extraño y desconocido.
La habilidad de asumir diferentes formas parece ser una cualidad del espíritu; como la movilidad, el poder de atravesar grandes distancias en corto tiempo, es distintivo de la cualidad que el pensamiento comparte con la luz. Esto se conecta con la clase de pensamiento-deseo ya mencionada. Por lo tanto el Animus aparece a menudo como un aviador, chofer, esquiador o bailarín donde la levedad y la rapidez tienen más énfasis. Ambas características, velocidad y mutabilidad, se encuentran en muchos mitos y cuentos de hadas, como atributos de dioses y magos. Wotan, el dios-viento y líder del ejercito de espíritus ya ha sido mencionado; Loki, el que porta las llamas; Mercurio, de los pies alados, también representa este aspecto del logos y sus cualidades de vivencia, movimiento, inmaterialidad, sin las cuales solo quedaría limitado a un dinamismo que solo expresaría la posibilidad de una forma, como el espíritu que "sopla donde se le antoja".
En los sueños y fantasías, el Animus aparece principalmente en la figura de un hombre: padre, amante, hermano, maestro, juez, sabio; hechicero, artista, filosofo, académico, constructor, monje (especialmente Jesuíta); o como un comerciante, aviador, chofer, etc, en suma, como un hombre que se distingue de alguna manera por sus capacidades mentales u otras cualidades masculinas. En un sentido positivo, puede ser un padre benévolo, un amante fascinante, un amigo comprensivo, un guia superior; o por otro lado, puede ser un tirano violento y cruel, un moralista, un censor, un seductor y explotador, y a menudo, un pseudo héroe que fascina con una mezcla de brillo intelectual e irresponsabilidad moral. A veces se lo representa como un muchacho, un hijo o un joven amigo, especialmente cuando el componente masculino en la mujer está en armonía. En muchas mujeres, como he dicho antes, el Animus prefiere aparecer de manera múltiple, como un Consejo que emite juicios sobre todo lo que esta pasando, temas, preceptos prohibiciones, o anuncia ideas generalmente aceptadas aparece como una persona con una máscara cambiante o como muchas personas al mismo tiempo dependiendo de los dones naturales de la mujer en cuestión, o de su etapa de evolución en un momento dado. No puedo explayarme aquí sobre las formas diversas, personales y extraordinarias del Animus, y por lo tanto debo contentarme con una serie de sueños y fantasías que muestran como se presenta a si mismo a la mirada interna, como aparece a la luz del mundo onírico. Estos son ejemplos en los que el carácter arquetipal de la figura del Animus se ve claramente en su rol de iniciador de desarrollo o evolución. Las figuras en esta serie de sueños se le aparecieron a una mujer para quien, en ese momento, su actividad mental se había convertido en un problema, y la imagen del Animus se había comenzado a desprender de la persona sobre la que estaba proyectada:
Apareció un monstruo con cabeza de pájaro cuyo cuerpo tenia forma de una bolsa que podía tomar la forma que quisiese. Este monstruo, decían, había poseído ai hombre en el cual proyectaba el Animus, y a la mujer se le avisaba que se proteja de él pues le gustaba devorar gente, y si esto sucedía, la gente no se moría enseguida sino que continuaba viviendo dentro de este monstruo.
La forma de bolsa apuntaba a algo todavía en su estadio inicial. Sólo la cabeza, el órgano principal del Animus, estaba diferenciado. Era la cabeza de una criatura del aire; el resto podía tomar cualquier forma que quisiese. La voracidad indicaba una necesidad de expansión y desarrollo de esta entidad indiferenciada. El atributo de la voracidad se ilumina al citar un pasaje del Khandogya Upanishad que trata sobre la naturaleza de Brahma. Dice allí:
"El viento es en verdad el Todo-Devorador, pues cuando se extingue el fuego, se eleva hacia el viento, cuando se pone el sol, va hacia el viento, cuando la luna se pone, va hacia el viento, cuando las aguas se secan, van hacia el viento, pues el viento los consume a todos”. Así es con respecto a la divinidad. Y ahora con respecto al Sí-mismo: “El aliento es en verdad el Todo-Devorador, pues cuando el hombre duerme, el habla va hacia el aliento; el ojo va hacia el aliento, el oído también, y los manas, pues el aliento los consume a todos. Estos son pues los dos Todo-Devoradores; viento entre los dioses, y aliento entre los hombres vivos”.
Junto a esta criatura de aire con cabeza de pájaro, se le apareció a la mujer una especie de espíritu de fuego, un ser elemental que era solo una llama en perpetuo movimiento, que se llamaba a si mismo "madre inferior". Tal figura materna en contraste con la celestial, etérea madre, corporiza lo femenino primordial como un poder que es pesado, oscuro, terreno, un poder conocedor de la magia, ahora benévolo, hechicero, sobrenatural y con frecuencia destructivo. Su hijo, seria entonces un espíritu de fuego, que recuerda a Logi o Loki de la mitología nórdica, que esta representado por un gigante dotado de poder creativo y al mismo tiempo un pillo seductor y ladino, más parecido a nuestro prototipo del diablo. En la mitología griega, le corresponde a Hefestos, dios del fuego de la tierra, pero éste en su actividad de herrero apunta a un fuego controlado, mientras que el nórdico Loki incorpora una fuerza natural más elemental y descontrolada. Este espíritu de fuego terreno, el hijo de la madre inferior, es cercano a la mujer y familiar a ella. Se expresa positivamente en la actividad práctica y en su trato artístico. Y lo hace negativamente en estados de tensión o explosiones de afecto y con frecuencia, en una forma dudosa y calamitosa, actúa como cómplice de lo femenino primordial en nosotras, convirtiéndose en el instigador o fuerza auxiliar en lo que se conoce como "demonios femeninos o sortilegios de brujas". Se lo puede definir como un logos inferior o menor, en contraste a la forma más elevada que apareció en la criatura aérea con cabeza de pájaro y que corresponde al dios viento-y-espíritu. Wotan o el Hermes que guía a las almas hacia Hades. Ninguno de estos, sin embargo, nació de la madre inferior, ambos pertenecen solo a un padre distante y celestial.
No es sólo en Europa donde sufrimos esta especie de veneración por el hombre, esta excesiva valoración de lo masculino. En América también donde se acostumbra a hablar del culto a la mujer, la actitud no parece ser diferente. Una médica Americana, de amplia experiencia, me ha dicho que todas sus pacientes mujeres sufren de un desprecio por su condición de mujer, y que en todas ellas trata de impulsar la necesidad de darle a lo femenino su debido valor. Por otro lado, hay muy pocos hombres que menosprecien su sexo; al contrario, están muy orgullosos de él. Hay muchas muchachas que quisieran ser varón, pero un joven que deseara ser mujer seria considerado hasta como pervertido. El resultado lógico de esta situación es que la posición de la mujer con respecto a su Animus es muy diferente que la del hombre en relación con su Anima. Y debido a esta diferencia en actitud, muchos fenómenos que el hombre no puede entender como relacionados a la experiencia de su Anima, deben ser atribuidos al hecho de que en estos temas, la tarea del hombre y de la mujer es diferente. De seguro la mujer no escapará al sacrificio. Evidentemente, para que ella pueda tomar consciencia debe renunciar a su especial poder femenino; debido a su inconsciencia, ella ejerce una influencia mágica sobre el hombre, un encanto que le otorga poder sobre el. Como ella siente este poder instintivamente y no desea perderlo, a menudo se resiste al proceso de hacerse consciente, aunque lo referente al espíritu le parezca merecer el sacrificio. Muchas mujeres se mantienen falsamente a si mismas en ese estado de inconsciencia solamente para evitar hacer ese sacrificio. Cabe destacar que con mucha frecuencia, el hombre contribuye a perpetuar esta situación. Muchos de ellos se complacen en la inconsciencia de la mujer y se inclinan a oponerse al desarrollo y expansión de la consciencia de ellas porque les parece incómodo e innecesario.
Otro punto a veces pasado por alto y que yo quisiera mencionar, recae en la función del Animus en contraste a la del Anima. Usualmente decimos, como al pasar, que el Animus y el Anima son los mediadores entre los contenidos inconscientes y la consciencia, queriendo significar que ambos realizan la misma tarea. Esto es cierto de manera general, pero me parece importante señalar la diferencia de roles que juegan el Animus y el Anima. La transmisión de los contenidos inconscientes en cuanto a hacerlos visibles es el rol especial del Anima. Ayuda al hombre a percibir aquellas cosas, de otro modo oscuras para el. Condición necesaria para esto es una cierta atenuación de la consciencia, es decir, colocarse en una consciencia más femenina, menos incisiva y penetrante que la del hombre, la cual le permita percibir con mayor claridad cosas que aún son sombrías. Los dones de la mujer como visionaria, su capacidad intuitiva siempre han sido reconocidos. Ella tiene la capacidad y el poder de enfocar su visión en lo que está oscuro, y el poder de ver lo que está oculto al común de la gente. Esta visión, esta percepción de lo que de otro modo seria invisible, se le hace posible al hombre gracias a su Anima.
Con el Animus, el énfasis no recae en la mera percepción -que como se ha dicho ya es un don de la mujer- sino que fiel a la naturaleza del logos, el foco está puesto en el conocimiento, y especialmente en el intelecto. La función del Animus es la de dar significado en lugar de imagen.
Sería un error pensar que estamos utilizando al Animus si nos volcamos a las fantasías pasivas. No debemos olvidar que, como regla general, no es ningún logro para la mujer darle lugar a sus fantasías; los hechos irracionales y las imágenes cuyo significado no es comprendido parecen algo natural en ella; para el hombre, en cambio, ocuparse de estas cosas es un logro, una especie de sacrificio de la razón, un descenso desde la luz hacia las tinieblas, de lo claro hacia lo turbio.
Sólo con dificultad aceptará el hombre que aquellos contenidos del inconsciente aparentemente incomprensibles o sin sentido pueden, no obstante, tener valor. Más aun, la actitud pasiva que esas visiones exigen tiene poco que ver con la naturaleza activa del hombre. Para la mujer esto no es lo difícil; ella no tiene limitaciones acerca de lo irracional, no necesita encontrar inmediatamente un significado para todo, no tiene problema en fluir con pasividad ante los hechos externos. Ella, para quien el inconsciente no es fácilmente accesible y que sólo encuentra acceso al mismo con dificultad, ve al Animus como un obstáculo más que una ayuda, cuando éste trata de hacerle entender y analizar cada imagen que aparece antes de permitirle su asimilación. El Animus debería ejercer su influencia especial sólo después que estos contenidos han entrado en la conciencia y han tomado forma. Únicamente entonces la ayuda del Animus es valiosa pues nos permite entender y encontrar un significado. A veces, el significado nos es transmitido directamente desde el inconsciente, no a través de imágenes o símbolos, sino por destellos de conocimiento ya expresados en palabras. Esta es una forma característica de manifestación del Animus. A pesar de esto, no es fácil descubrir si estamos tratando con una opinión válida, familiar, hasta colectiva, o con el resultado de nuestra propia introspección. Para aclarar este punto, se requiere de una reflexión consciente así como de la capacidad de distinguir qué es Animus de lo que es una misma.
El Animus tal como aparece en imágenes del inconsciente
Luego de mi intento de demostrar como se manifiesta el Animus externamente y en la consciencia, quisiera ahora discutir cómo lo representan las imágenes del inconsciente, y como aparece en sueños y fantasías.
Aprender a reconocer esta figura y mantener ocasionales charlas y debates con él, forma parte de los pasos importantes en el camino que nos lleva a discriminar al Animus de nosotras mismas. El reconocimiento del Animus como imagen o figura dentro de la psiquis marca el comienzo de una nueva dificultad. Esto se debe a su multiplicidad. Oímos decir a los hombres que el Anima casi siempre aparece en formas definidas que son más o menos las mismas en todos los casos; es la madre o la amada, hermana o hija, amante o esclava, sacerdotisa o bruja; en ocasiones aparece con características contrastantes, clara y oscura, abnegada y destructiva, por momentos noble y en otros innoble y traicionera.
Por el contrario, para las mujeres el Animus aparece como una pluralidad de hombres, como un grupo de padres, un consejo, una corte o una reunión de sabios, o también como un artista que cambia de forma a su antojo y hace gala de todo tipo de atributos. Explicaré esta diferencia de la siguiente manera: el hombre ha experimentado a la mujer sólo como madre, amada, etc, o sea, siempre relacionada con él mismo. Estas son las formas en las que se ha presentado la mujer, las formas en las que siempre ha cumplido su destino. Por el contrario, la vida del hombre ha tomado siempre formas diversas debido a que su tarea biológica le ha dejado tiempo para muchas otras actividades. Concerniente al terreno más amplio de actividades del hombre, al Animus puede aparecer como un representante o maestro con alguna habilidad o conocimiento. La figura del Anima, sin embargo, se caracteriza por el hecho que todas sus formas tienen que ver con las relaciones. Aun si el Anima aparece como una sacerdotisa o bruja, la figura establece siempre una especie de relación con el hombre a cuya Anima corporiza, de manera que o bien lo inicia o lo embruja. Recordemos a Rider Haggard en su libro "She", donde muestra como esta especial relación data de siglos atrás.
Como he dicho anteriormente, la figura del Animus no necesariamente expresa una relación. Con referencia a la orientación del hombre y como principio del logos, esta figura puede entrar en escena de manera puramente objetiva, como sabio, juez, artista, aviador, mecánico. Con bastante frecuencia aparece como el "extraño". Tal vez esta forma en particular es la más peculiar pues para la mente puramente femenina, el espíritu representa lo que es extraño y desconocido.
La habilidad de asumir diferentes formas parece ser una cualidad del espíritu; como la movilidad, el poder de atravesar grandes distancias en corto tiempo, es distintivo de la cualidad que el pensamiento comparte con la luz. Esto se conecta con la clase de pensamiento-deseo ya mencionada. Por lo tanto el Animus aparece a menudo como un aviador, chofer, esquiador o bailarín donde la levedad y la rapidez tienen más énfasis. Ambas características, velocidad y mutabilidad, se encuentran en muchos mitos y cuentos de hadas, como atributos de dioses y magos. Wotan, el dios-viento y líder del ejercito de espíritus ya ha sido mencionado; Loki, el que porta las llamas; Mercurio, de los pies alados, también representa este aspecto del logos y sus cualidades de vivencia, movimiento, inmaterialidad, sin las cuales solo quedaría limitado a un dinamismo que solo expresaría la posibilidad de una forma, como el espíritu que "sopla donde se le antoja".
En los sueños y fantasías, el Animus aparece principalmente en la figura de un hombre: padre, amante, hermano, maestro, juez, sabio; hechicero, artista, filosofo, académico, constructor, monje (especialmente Jesuíta); o como un comerciante, aviador, chofer, etc, en suma, como un hombre que se distingue de alguna manera por sus capacidades mentales u otras cualidades masculinas. En un sentido positivo, puede ser un padre benévolo, un amante fascinante, un amigo comprensivo, un guia superior; o por otro lado, puede ser un tirano violento y cruel, un moralista, un censor, un seductor y explotador, y a menudo, un pseudo héroe que fascina con una mezcla de brillo intelectual e irresponsabilidad moral. A veces se lo representa como un muchacho, un hijo o un joven amigo, especialmente cuando el componente masculino en la mujer está en armonía. En muchas mujeres, como he dicho antes, el Animus prefiere aparecer de manera múltiple, como un Consejo que emite juicios sobre todo lo que esta pasando, temas, preceptos prohibiciones, o anuncia ideas generalmente aceptadas aparece como una persona con una máscara cambiante o como muchas personas al mismo tiempo dependiendo de los dones naturales de la mujer en cuestión, o de su etapa de evolución en un momento dado. No puedo explayarme aquí sobre las formas diversas, personales y extraordinarias del Animus, y por lo tanto debo contentarme con una serie de sueños y fantasías que muestran como se presenta a si mismo a la mirada interna, como aparece a la luz del mundo onírico. Estos son ejemplos en los que el carácter arquetipal de la figura del Animus se ve claramente en su rol de iniciador de desarrollo o evolución. Las figuras en esta serie de sueños se le aparecieron a una mujer para quien, en ese momento, su actividad mental se había convertido en un problema, y la imagen del Animus se había comenzado a desprender de la persona sobre la que estaba proyectada:
Apareció un monstruo con cabeza de pájaro cuyo cuerpo tenia forma de una bolsa que podía tomar la forma que quisiese. Este monstruo, decían, había poseído ai hombre en el cual proyectaba el Animus, y a la mujer se le avisaba que se proteja de él pues le gustaba devorar gente, y si esto sucedía, la gente no se moría enseguida sino que continuaba viviendo dentro de este monstruo.
La forma de bolsa apuntaba a algo todavía en su estadio inicial. Sólo la cabeza, el órgano principal del Animus, estaba diferenciado. Era la cabeza de una criatura del aire; el resto podía tomar cualquier forma que quisiese. La voracidad indicaba una necesidad de expansión y desarrollo de esta entidad indiferenciada. El atributo de la voracidad se ilumina al citar un pasaje del Khandogya Upanishad que trata sobre la naturaleza de Brahma. Dice allí:
"El viento es en verdad el Todo-Devorador, pues cuando se extingue el fuego, se eleva hacia el viento, cuando se pone el sol, va hacia el viento, cuando la luna se pone, va hacia el viento, cuando las aguas se secan, van hacia el viento, pues el viento los consume a todos”. Así es con respecto a la divinidad. Y ahora con respecto al Sí-mismo: “El aliento es en verdad el Todo-Devorador, pues cuando el hombre duerme, el habla va hacia el aliento; el ojo va hacia el aliento, el oído también, y los manas, pues el aliento los consume a todos. Estos son pues los dos Todo-Devoradores; viento entre los dioses, y aliento entre los hombres vivos”.
Junto a esta criatura de aire con cabeza de pájaro, se le apareció a la mujer una especie de espíritu de fuego, un ser elemental que era solo una llama en perpetuo movimiento, que se llamaba a si mismo "madre inferior". Tal figura materna en contraste con la celestial, etérea madre, corporiza lo femenino primordial como un poder que es pesado, oscuro, terreno, un poder conocedor de la magia, ahora benévolo, hechicero, sobrenatural y con frecuencia destructivo. Su hijo, seria entonces un espíritu de fuego, que recuerda a Logi o Loki de la mitología nórdica, que esta representado por un gigante dotado de poder creativo y al mismo tiempo un pillo seductor y ladino, más parecido a nuestro prototipo del diablo. En la mitología griega, le corresponde a Hefestos, dios del fuego de la tierra, pero éste en su actividad de herrero apunta a un fuego controlado, mientras que el nórdico Loki incorpora una fuerza natural más elemental y descontrolada. Este espíritu de fuego terreno, el hijo de la madre inferior, es cercano a la mujer y familiar a ella. Se expresa positivamente en la actividad práctica y en su trato artístico. Y lo hace negativamente en estados de tensión o explosiones de afecto y con frecuencia, en una forma dudosa y calamitosa, actúa como cómplice de lo femenino primordial en nosotras, convirtiéndose en el instigador o fuerza auxiliar en lo que se conoce como "demonios femeninos o sortilegios de brujas". Se lo puede definir como un logos inferior o menor, en contraste a la forma más elevada que apareció en la criatura aérea con cabeza de pájaro y que corresponde al dios viento-y-espíritu. Wotan o el Hermes que guía a las almas hacia Hades. Ninguno de estos, sin embargo, nació de la madre inferior, ambos pertenecen solo a un padre distante y celestial.
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