miércoles, 23 de enero de 2013

Psicología del Arquetipo Infantil - I


Carl G. Jung

Todas las imágenes psíquicas participan hasta cierto punto de lo arquetípico, razón que explica la numinosidad de los sueños, y de tantos otros fenómenos psíquicos. Los comportamientos arquetípicos son especialmente evidentes en períodos de crisis, cuando el ego es más vulnerable. Hallamos cualidades arquetípicas en los símbolos, lo que explica en parte su atractivo, utilidad y recurrencia. Los dioses son metáforas de conductas arquetípicas y los mitos representaciones arquetípicas. Los arquetipos no pueden ser completamente integrados ni encarnados en forma humana. El análisis implica una toma de conciencia progresiva de las dimensiones arquetípicas de la vida de una persona... El concepto junguiano de arquetipo se inscribe en la tradición de las Ideas platónicas, presentes en la mente de los dioses y modelos de todas las entidades en el ámbito de lo humano.

El Arquetipo como vínculo con el pasado

En lo relativo a la psicología de nuestro tema, debo señalar que toda afirmación que vaya más allá de los aspectos estrictamente fenoménicos de un arquetipo es susceptible de crítica. No cedamos ni por un instante a la ilusión de que un arquetipo puede explicarse de modo definitivo. Hasta las mejores tentativas de ofrecer una explicación no son sino traducciones más o menos acertadas a otro lenguaje metafórico. (De hecho, el lenguaje mismo no es más que una imagen.) Lo más que podemos hacer es volver a soñar el mito y revestirlo de hábitos modernos. Y cualquier explicación o interpretación que hagamos de él afecta también a nuestra alma, con las correspondientes consecuencias para nuestro bienestar.

El arquetipo -no lo olvidemos nunca- es un órgano psíquico presente en todos nosotros. Una mala explicación implica, correlativamente, una mala actitud para con dicho órgano, el cual podría resultar así dañado. Pero el máximo perjudicado es quien interpreta erróneamente. Por consiguiente, la "explicación" debería respetar la importancia funcional del arquetipo, asegurando así un contacto adecuado y significativo entre la mente consciente y el arquetipo. Porque el arquetipo es un elemento de nuestra estructura psíquica y, por lo tanto, un componente vital y necesario de nuestra economía psíquica. Representa o personifica ciertos datos instintivos de la psique primitiva y oscura, las raíces reales e invisibles de nuestra conciencia. La preocupación de la mentalidad primitiva por ciertos factores "mágicos", que no son sino lo que nosotros llamaríamos arquetipos, evidencia la importancia primordial de la conexión con estas raíces. Esta forma original de religio ("re-ligar") es la esencia y el fundamento de toda vida religiosa incluso en nuestros días, y siempre lo será, con independencia de la forma que dicha vida adopte en el futuro.

No hay un sustituto "racional" para el arquetipo, así como tampoco lo hay para el cerebelo o los riñones. Podemos estudiar los órganos físicos anatómica, histológica y embriológicamente, lo que correspondería a un perfil de la fenomenología arquetípica y a su presentación en términos de historia comparada. Pero sólo llegamos al significado de un órgano físico cuando empezamos a formular preguntas teleológicas. De aquí surge la pregunta: ¿Cuál es la finalidad biológica del arquetipo? De la misma manera que la fisiología responde a esta pregunta referente al cuerpo, es asunto de la psicología contestarla en relación al arquetipo.

Afirmaciones como "El motivo del niño es un recuerdo rudimentario de la propia infancia", y otras similares, no hacen más que dar por sentadas cosas que deberían ser demostradas. Pero si, modificando levemente este enunciado, declaramos: "El motivo del niño es una representación de ciertos aspectos "olvidados" de nuestra infancia, nos aproximamos más a la verdad. No obstante, dado que el arquetipo es siempre una imagen que incumbe a toda la raza humana y no sólo al individuo, tal vez fuera mejor decir: "El motivo del niño representa el aspecto preconsciente de la infancia de la psique colectiva".

(No creo superfluo señalar que el prejuicio común se inclina siempre a identificar el motivo del niño con la experiencia concreta "niño", como si el niño real fuera la causa y la condición previa de la existencia de este arquetipo. Sin embargo, en la realidad psicológica la idea empírica "niño" es sólo un medio [y no el único] para expresar un hecho psíquico que no puede formularse con mayor exactitud. Por la misma razón, cabe afirmar de modo categórico que la idea mitológica del niño no es una réplica del niño empírico, sino un símbolo claramente reconocible como tal: es un niño prodigio, un niño divino, concebido, nacido y criado en circunstancias muy extraordinarias, y no -esto es lo importante- un niño humano. Sus actos son tan milagrosos y monstruosos como su naturaleza y constitución física. Es sólo a causa de estas propiedades tan poco empíricas que se hace necesario hablar de un "motivo del niño". Por otra parte, el "niño" mitológico se presenta bajo varias formas: como un dios, un gigante, un animal, Pulgarcito, etcétera, lo cual apunta a un tipo de causalidad que es cualquier cosa menos racional o concretamente humana. Lo mismo vale para los arquetipos del "padre" o de la "madre" que, desde un punto de vista mitológico, son símbolos igualmente irracionales.)

No nos equivocaremos si, por el momento, interpretamos este enunciado históricamente, sobre la analogía de determinadas experiencias psicológicas que muestran que ciertas fases de la vida de un individuo pueden volverse autónomas y personificarse, hasta terminar configurando una imagen de uno mismo en la que uno, por ejemplo, se ve a sí mismo como un niño. Este tipo de experiencias visionarias, ya se formen en el sueño ya en el estado de vigilia, dependen, como sabemos, de que previamente haya tenido lugar una disociación entre el pasado y el presente. Tales disociaciones se producen a causa de distintas incompatibilidades; por ejemplo, el estado presente de una persona puede haber entrado en conflicto con su estado infantil o un individuo puede haberse escindido violentamente de su personalidad inicial identificándose tan sólo con cierta "persona" arbitraria más de acuerdo con sus ambiciones. Ha dejado así de ser como un niño, se ha vuelto artificial y ha perdido sus raíces. Todo ello presenta una oportunidad favorable para una confrontación igualmente violenta con la verdad primordial.

En vista de que los hombres todavía no han cesado de emitir afirmaciones acerca del niño-dios, tal vez podamos extender la analogía individual a la vida del género humano y concluir que, es más probable que la humanidad entre siempre en conflicto con sus condiciones infantiles, esto es, con su estado original, inconsciente e instintivo, y que el peligro del tipo de conflicto que da lugar a la visión del "niño" existe efectivamente. Las prácticas religiosas, o sea, la narración y ritualización reiterada del acontecimiento mítico, sirven por lo tanto para traer una y otra vez a la vista de la mente consciente la imagen de la infancia y de todo lo que se relaciona con ella, a fin de que no se rompa el vínculo con la condición inicial.


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