lunes, 28 de enero de 2013

Psicología del Arquetipo Infantil - III (Final)


Carl G. Jung

El niño como principio y fin

Después de su muerte, Fausto es recibido como niño en el "coro de los niños bienaventurados". No sé si mediante esta idea peculiar Goethe se estaba refiriendo a los cupidos de las antiguas sepulturas, pero no es una idea descabellada. La figura del cucullatus apunta al encapuchado, es decir, el invisible, el genio de los difuntos, que reaparece en las diversiones infantiles de una nueva vida, rodeado de las formas marinas de delfines y tritones. El mar es el símbolo favorito del inconsciente, madre de todo lo que vive. En determinadas circunstancias (Hermes y los Dáctilos, por ejemplo) el "niño" está estrechamente relacionado con el falo, símbolo de la procreación y por ello lo vemos también aparecer en el falo sepulcral, como símbolo de una nueva concepción.

El "niño" es por lo tanto renatus in novam infantiam ("renacido a una nueva infancia"); al mismo tiempo principio y fin, una criatura inicial y terminal. La criatura inicial existía antes de que el hombre fuera y la criatura terminal existirá cuando el hombre ya no sea. Desde un punto de vista psicológico, esto quiere decir que el "niño" simboliza la esencia preconsciente y postconsciente del hombre. Su esencia pre-consciente es el estado inconsciente de su primera infancia; su esencia postconsciente es una anticipación, por analogía, de la vida después de la muerte. En esta idea se expresa la naturaleza global de la plenitud psíquica. Entre los límites de la mente consciente no cabe la plenitud --que incluye la extensión indefinida e indefinible del inconsciente. Empíricamente hablando, la plenitud es, por consiguiente, una extensión inconmensurable, más vieja y más joven que la conciencia, que se despliega en el tiempo y el espacio. Esto no es una especulación, sino una experiencia psíquica inmediata. Los sucesos inconscientes no sólo acompañan continuamente al proceso consciente, sino que también lo guían, asisten o interrumpen. El niño tenía una vida psíquica antes de tener conciencia. Incluso el adulto sigue haciendo y diciendo cosas cuyo significado no comprende hasta más tarde, si es que llega a comprenderlo. Y, sin embargo, las hizo y las dijo como si supiera qué significaban. Nuestros sueños hablan continuamente de cosas que nuestra conciencia no comprende (motivo por el cual son tan útiles en la terapia de las neurosis). Nos llegan intuiciones e indicaciones de fuentes desconocidas. Temores, humores, planes y esperanzas pasan por nosotros sin causalidad aparente. Estas experiencias concretas se hallan en la base de nuestra impresión de conocernos muy poco y constituyen también el fundamento de las perturbadoras conjeturas acerca de las posibles sorpresas que el futuro pueda depararnos.

El hombre primitivo no es un enigma para sí mismo. La pregunta "¿Qué es el hombre?" es la pregunta que el hombre siempre ha guardado hasta el final. El hombre primitivo tiene tanta psique fuera de su mente consciente que la experiencia de algo psíquico exterior a sí mismo le resulta mucho más familiar que a nosotros. De hecho, la vivencia de fuerzas psíquicas que rodean a la conciencia, sustentándola, amenazándola o engañándola, constituye una experiencia secular del género humano. Esta experiencia se ha proyectado en el arquetipo del niño, expresión de la plenitud humana. El "niño" es todo aquello que es abandonado y expuesto y al mismo tiempo divinamente poderoso; el principio insignificante e incierto y el fin triunfal. El "niño eterno" inherente al hombre es una experiencia indescriptible, una incongruencia, una desventaja y una prerrogativa divina; un imponderable que determina el valor fundamental o la falta de valor de una personalidad.


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