Por Marie-Louise von Franz
Esto es un extracto del estudio clásico sobre el conflicto del adulto con el paraíso de la infancia, Puer Aeternus. Los cursos que la doctora Von Franz impartió originalmente en el Instituto Cari Gustav Jung de Zurich han generado una auténtica avalancha de pensamiento acerca del tema del puer y de los trastornos de la personalidad narcisista. Se trata de un caso especial -y particularmente preocupante- del tema del niño interior, un motivo que, según Jung, es siempre un "agente del destino". Todo el que llega a conocer estas ideas acerca de dicho arquetipo se ve afectado por ellas. Von Franz es una de las fundadoras del Instituto C.G. Jung, además de escritora, analista, y renombrada investigadora del mundo de los sueños.
Puer aeternus es el nombre de un dios de la Antigüedad. El término mismo proviene de las Metamorfosis de Ovidio, donde se aplica al niño-dios de los misterios de Eleusis. Ovidio habla del niño-dios Iaco, denominándolo puer aeternus y elogiándolo por su rol en dichos misterios. Más tarde, el niño-dios se identificó con Dionisio y con el dios Eros. Es el joven divino y redentor, nacido por la noche en este típico culto a la madre que son los misterios de Eleusis. Es el dios de la vida, la muerte y la resurrección -el dios de la juventud divina, relacionado con dioses orientales tales como Tammuz, Attis y Adonis-. El término puer aeternus significa por tanto "juventud eterna", pero lo usamos también para referirnos a cierto tipo de hombre joven que padece un notable complejo materno y que, por consiguiente, se comporta de una manera distintiva que aquí quisiera caracterizar.
En general, el hombre identificado con el arquetipo del puer aeternus permanece demasiado tiempo sumido en una psicología adolescente, es decir, todos aquellos rasgos que son propios de un joven de diecisiete o dieciocho años siguen vigentes en su vida posterior, acompañado, en la mayor parte de los casos, de una excesiva dependencia materna. Los dos trastornos característicos del hombre que padece un complejo materno son, según señala Jung, la homosexualidad y el donjuanismo. En este último caso, se persigue, en toda mujer, la imagen de la madre -imagen de la mujer perfecta sin defectos y que le entregará todo al hombre-. Este tipo de hombre busca a la diosa madre, de modo que cada vez que una mujer le fascina acaba por descubrir que se trata de un ser humano corriente. Después de relacionarse sexualmente con ella, toda la fascinación se diluye y, decepcionado, la abandona para seguir proyectando la misma imagen de mujer en mujer. Anhela eternamente a la mujer maternal que lo ampare entre sus brazos y satisfaga todas sus necesidades; y es frecuente que esto se vea acompañado de la actitud romántica del adolescente.
Normalmente, le resulta muy difícil adaptarse a la situación social. En algunos casos existe también un cierto tipo de individualismo antisocial ya que, sintiéndose especial, uno no necesita adaptarse, cosa que por otra parte resultaría imposible para semejante genio, etcétera. Además, la actitud hacia los demás se vuelve arrogante, debido simultáneamente a un complejo de inferioridad y a una falsa sensación de superioridad. A esta clase de gente suele resultarle muy difícil encontrar un tipo de trabajo apropiado, dado que, encuentren lo que encuentren, siempre les parece que no es adecuado o que no es lo que desean. Hay siempre "un pelo en la sopa". La mujer nunca es la apropiada; es agradable en tanto que novia pero... Siempre existe un "pero" que impide el matrimonio o cualquier otro tipo de compromiso.
Todo ello conduce a un tipo de neurosis que H.G. Baynes ha descrito como una "vida provisional"; es decir, la extraña actitud y sensación conforme a las cuales la mujer todavía no es lo que realmente se desea; y existe siempre la fantasía de que, en algún momento futuro, llegará lo auténtico, lo realmente bueno. Si esta actitud se prolonga, terminará dando lugar a un rechazo interno constante a comprometerse con el momento presente. Junto a esta neurosis aparece frecuentemente, en mayor o menor grado, un complejo de salvador o de Mesías, con la idea secreta de que, algún día, uno podrá salvar al mundo, dará con la última palabra en el campo de la filosofía, la religión, la política, el arte o alguna otra cosa. Esto puede abocar a una típica megalomanía patológica; o puede que se encuentren huellas menores de la misma en la idea de que a uno "todavía no le ha llegado el momento". La situación que todos los hombres de este tipo temen es la de sentirse atados a algo, sea lo que sea. Les aterroriza verse atrapados e ingresar por completo en el tiempo, en el espacio y en el ser humano concreto que uno es. Existe siempre el temor a verse atrapados en una situación de la cual tal vez resulte imposible evadirse. Toda situación real, en la que no cabe lo virtual, es un infierno. Al mismo tiempo hay algo enormemente simbólico, a saber, una fascinación por los deportes peligrosos, particularmente el vuelo y la escalada, para poder subir tan alto como sea posible, lo cual viene a simbolizar el afán de alejarse de la madre; es decir, de la tierra, de la vida cotidiana, Cuando este tipo de complejo es muy pronunciado, muchos de estos hombres mueren a una edad temprana en accidentes de vuelo o de montaña. Se trata de un anhelo espiritual exteriorizado que se expresa de este modo.
El siguiente poema de John Magee, fallecido en accidente de aviación poco tiempo después de haberlo escrito, representa perfectamente el significado del vuelo para el puer:
VUELO ALTO
¡Oh! Me he liberado de las desabridas ataduras de la Tierra
y he danzado por los cielos sobre reidoras alas plateadas;
he ascendido camino del sol y me he unido al júbilo acrobático
de nubes radiantes, y he realizado cientos de cosas en las que tú ni siquiera has soñado
-he volteado y planeado y me he mecido en el silencio alto y luminoso.
He dado caza, "allí en suspenso, al ululante vendaval y he lanzado
mi fogoso ingenio por las poco transitadas galerías de aire...
Arriba en el incandescente azul de los delirios he dominado desenvuelto la altura huracanada,
donde ni la alondra ni el águila volaron,
Y, mientras con silenciosa y elevada mente recorría la inexplorada santidad cimera del espacio,
al alargar la mano he tocado el rostro de Dios.
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