Al proceso de morir psicológicamente, mientras uno todavía está vivo, sigue el renacimiento o la renovación psicológica. En palabras de Ramana Maharshi: "Quien encuentra el camino al núcleo del Yo, donde se originan todos los niveles del yo, todas las esferas del mundo, quien, por medio de la pregunta '¿de dónde soy yo?' encuentra el camino de regreso a su fuente primordial, nace y renace. Sabed que quien así nace es el más sabio de los sabios porque está reuniendo de nuevo en cada momento de su vida".
Esta fase de renacimiento del proceso de transformación se puede experimentar de varias maneras: a) En primer lugar existe la idea de resurrección: el renacimiento como recuperación de la vida de una personalidad que ha muerto, b) Alternativamente, el renacimiento se concibe como la sustitución del yo menor por otro Yo o Espíritu mayor, c) En tercer lugar, se considera que quien ha muerto, real o metafóricamente, sigue viviendo en un mundo distinto, en un estado distinto. d) En la cuarta variante, se concibe al nuevo ser como un niño: éste es el arquetipo del niño radiante, divino o eterno que, como señala Jung, simboliza "el futuro potencial".
a) La idea de la resurrección, la restitución a la vida de un cuerpo adulto que ha muerto, se describe en muchos relatos míticos y chamánicos: Isis resucita a Osiris; el cazador y el jaguar, gemelos del Popol Vuh, se recomponen después de haber sido desmembrados; los chamanes que han "muerto" pueden ser reconstituidos por su animal de poder, su aliado. Muchos practicantes actuales del chamanismo cuentan cómo fueron "desmembrados", "pulverizados", "quemados", "destripados" o de alguna otra forma "destruidos", y más tarde reconstituidos por su animal aliado. Un hombre, por ejemplo, reveló cómo su animal, un "caballo", se arrimó a su "cadáver" y, pasando suavemente los enormes collares por encima de su cuerpo inanimado, le "insufló" y devolvió la vida. Aunque desde un punto de vista escéptico podríamos desestimar este relato como la engañosa fantasía de una imaginación calenturienta, todavía tendríamos que explicar el hecho de que este hombre, al igual que tantos otros, se sintiera mejor y más sano después de su experiencia.
En el Nuevo Testamento, la historia de Lázaro, así como la del mismo Jesús, ejemplifica este tipo de resurrección física. En menor grado, los testimonios modernos sobre la experiencia de la muerte cercana coinciden con este modelo. Jesús, resucitó en un cuerpo "espiritual", no físico, que, sin embargo, se parecía tanto al cuerpo físico que conservaba incluso todas las heridas sufridas por aquél. Para la mayoría de nosotros, la experiencia más similar a ésta es la de una enfermedad casi mortal de la cual llegamos a recuperarnos, restableciéndose completamente la salud del cuerpo. Un rasgo común a todos estos casos en los que el individuo persigue intencionadamente una transformación del tipo muerte-renacimiento, consiste en que el nuevo cuerpo es mejor que el antiguo: más fuerte, más sano y más ligero.
b) Otro aspecto de esta experiencia de renacimiento y renovación tiene que ver con el eclipsamiento o la sustitución del yo menor por el Gran Yo, del ego físico personal y mortal por el Espíritu transpersonal inmortal. El Maestro Eckhart indica que en esta experiencia, "el alma... está muerta para el yo y vive para Dios". Un santo sufí escribió: "muere tu ser y Su persona cubre tu persona". O en las palabras del evangelio según San Juan: "El que no nazca del agua y del espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne, carne es; lo que nace del Espíritu, espíritu es". Las personas que alcanzan tal estado sienten cómo las preocupaciones e intereses de su ego se desvanecen en la insignificancia o la nada ante el poder impresionante y la admirable luz del Gran Yo, el dios interior, la "esencia adamantina", el Atman.
Como indicó C.G. Jung en su ensayo "Concerning Rebirth", el encuentro con el Yo puede ser una experiencia abrumadora y aniquiladora. Jung escribió que:
El que es verdadera y desesperadamente pequeño siempre degradará la revelación de lo superior al nivel de su pequeñez y nunca comprenderá que el día del juicio por su pequeñez ha despuntado. Pero el hombre que es grande interiormente sabrá que el esperado amigo de su alma, el inmortal, ha llegado de verdad "para recluir la reclusión"; es decir, para aprisionar a quien confinaba y apresaba al inmortal y para entregar la vida al flujo de esa vida superior -un momento de peligro mortal.
Tal como aclara esta cita, quienes se identifican con el pequeño yo, con el ego personal, corren peligro de muerte. Sin embargo no todos los encuentros con el Yo tienen por qué ser traumáticos ni dolorosos siquiera. Existe, después de todo, un vasto cuerpo de literatura mística que canta con entusiasmo el éxtasis de la unión con lo divino, la beatitud de la muerte pacífica y de experiencias unificadoras que tienen el carácter de nupcias y que son comparables a la disolución en una sensación oceánica de unidad.
c) Algunos relatos sobre la experiencia de muerte-resurrección subrayan la nueva cualidad de la conciencia y de la percepción que surgen como resultado de la misma. Es como si hubiéramos entrado en un nuevo mundo, donde todo presenta una nueva apariencia y se siente de forma distinta, donde todo se percibe bañado por una especie de prístino resplandor. También las reacciones mentales y emocionales ante lo percibido son nuevas; la alegría y la espontaneidad se convierten en cualidades dominantes y se produce una efusión de afecto y entusiasmo. En un tratado hermético anónimo de la Edad Media se puede leer: "La resurrección es la revelación de lo que es, y la transformación de las cosas, su transición [metabole] hacia lo nuevo. Porque la cualidad de lo imperecedero desciende sobre lo perecedero y la luz desciende sobre la oscuridad, absorbiéndola". Encontramos aquí un pa-ralelismo entre la metáfora del recién nacido y la metáfora de la visión desvelada; la depuración de las puertas de la percepción. Los místicos sostienen que después de la revelación de la muerte-resurrección, todo se percibe con amor y sabiduría, desde la perspectiva de lo infinito y lo eterno (sub specie aeternitatis).
d) La máxima bíblica que nos advierte: "si no cambiáis y os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos", es una consecuencia natural de la enseñanza según la cual antes de entrar en el iluminado y bendito estado de dicho Reino es preciso morir. En este sentido, la metáfora de la muerte-renacimiento nos remite al arquetipo del niño-dios, el puer aeternus. Aunque la mayor parte de los comentarios a cargo de los junguianos sobre el puer y la puella se centran en el lado oscuro, en la sombra de este arquetipo, y en su manifestación clínica en individuos frívolos, inmaduros y "playboys", esto sólo constituye una interpretación limitada de esta poderosa imagen. Los alquimistas chinos y occidentales hablaban del feto de la inmortalidad, el hijo de los filósofos que nace como consecuencia de la conjunción interior de lo masculino y lo femenino. El concepto del niño eterno, que se manifiesta después de una experiencia de la "muerte" consciente, guarda relación con el gran número de mitos que tratan del nacimiento de un dios en forma humana y que desempeñan un papel central en la mayoría de las religiones. Las leyendas indias acerca de Krishna y la leyendas cristianas acerca del niño Jesús son sólo sus ejemplos más conocidos.
Jung, en su ensayo "Psicología del Arquetipo Infantil", señaló varios de los rasgos y significados más importantes de este profundo símbolo. Lo describió como una anticipación de la síntesis entre lo consciente y lo inconsciente, como un símbolo de plenitud y como símbolo del Yo. El niño-dios o niño-héroe tiene siempre un nacimiento insólito y milagroso, o es concebido en la virginidad, lo cual corresponde a la "génesis psíquica" del nuevo ser. La imagen del niño representa así un vínculo con el pasado, con nuestro pasado, así como un vínculo con el futuro, puesto que anticipa un "estado naciente de la conciencia". El "niño dorado" o "joven eterno" es andrógino, porque representa la unión perfecta de los opuestos. Sólo el antiguo yo, el yo ordinario, se identifica como masculino o femenino -y ahora este yo ha muerto. El niño es al mismo tiempo principio y fin, "una criatura inicial y terminal", porque la plenitud que simboliza es "más vieja y más joven que la conciencia, a la que rodea en el tiempo y el espacio".
El niño-dios es invencible. Durante su infancia, él/ella derrota a peligrosos enemigos: una de las imágenes del niño Krishna lo muestra, en una danza, pisoteando descalzo una serpiente -una metáfora de la agresividad instintiva y reptiliana. En otro ejemplo, procedente de la mitología griega, el bebé Heracles estrangula a una serpiente que lo atacó en su cuna. El Niño posee todo el poder de un dios, puesto que es un dios; es el Inmortal que sustituye a la personalidad "mortal". También aquí encontramos el concepto del niño-dios como representación del triunfo sobre la muerte. Cristo demostró su poder para resucitar -a sí mismo tanto como a otro (Lázaro)- y muchos otros héroes divinos y yoguis muy evolucionados han demostrado poderes similares, como docu-menta, sobre todo, la literatura mística oriental. Aunque semejante poder le parezca remoto a la persona normal, los mitos y las imágenes que lo expresan muestran el potencial y revelan lo que los seres humanos pueden conseguir.
En la liturgia ortodoxa rusa, el triunfo sobre la muerte se expresa en los siguientes términos: "Cristo ha resucitado de los muertos, pisoteando muerte tras muerte y otorgando la vida a los que están en la tumba". Pienso que esta imagen se refiere a la transformación que se opera en la psique cuando se experimenta el poder curativo y transformador de la muerte intencional. Las tendencias inconscientes a la muerte (thanatos), que se oponen a las tendencias del cuerpo a preservar la vida (eros) por medio de la enfermedad y de otros procedimientos destructivos, se reducen gradualmente, o más bien, se equilibran. Uno de mis profesores hablaba, en este sentido, de las "bolsas de muerte" inherentes a nuestra naturaleza que la conciencia iluminada abre y disuelve, provocando así la muerte de la muerte. La aceptación consciente de la muerte y del "morir" supone un proceso de alimento espiritual.
Shakespeare expresa esta idea en uno de sus sonetos:
Así de muerte, que hombres come, comerás, y una vez muerta Muerte, no hay morir ya más.
También en la tradición china taoísta, que no es teísta, se conoce y se valora el arquetipo del niño eterno. El niño recién nacido todavía está vinculado al Tao, a la fuente de su vida y de su manifestación, motivo por el cual deberíamos emularlo. Como dice Chuang Tsu: "¿Puedes ser como un niño recién nacido? El bebé llora todo el día, pero nunca tiene la voz ronca. Esto es porque no ha perdido la armonía de la naturaleza". Los taoístas resaltan el valor práctico con respecto a la salud y al bienestar, de sintonización con la conciencia infantil.
Para el individuo en proceso de transformación, las imágenes y los mitos del niño eterno fomentan una actitud positiva y afirmativa de la vida. Se nos alienta así a afrontar y transformar nuestro miedo a la muerte, a acoger el proceso del "morir" como deparador de libertad y sabiduría. De este modo llegamos a comprender que de la confusión y la negrura de la muerte se deriva la luminosa vitalidad del yo recién nacido, un nuevo yo que se halla vinculado a la fuente eterna de toda vida, la fuente de donde proviene nuestra divina esencia interior. De ahí que reciba el apropiado nombre de "niño eterno".
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