Carl G. Jung
Puesto que todo conocer significa algo como un reconocer, no resulta inesperado que lo que he expuesto como un proceso de desarrollo gradual haya estado presente como anticipación y prefiguración ya alrededor del comienzo de nuestra era. Encontramos tales imágenes ideas ya en el gnosticismo, al cual debemos dedicar ahora nuestra atención; consiste en gran parte en un fenómeno de asimilación, y es por consiguiente del máximo interés para establecer y explicar esos contenidos que se constelaron en torno del anuncio del Salvador o de la aparición histórica del mismo o de la sincronicidad del arquetipo.
En el Elenchos de san Hipólito, la atracción entre el magneto y el hierro está mencionada, si no me engaño, tres veces. Primero, en la doctrina de los naasenos. Estos enseñaban que los cuatro ríos del Paraíso corresponden al ojo, el oído, el olfato y la boca. La boca, de donde brota la plegaria y por la cual penetra el alimento, corresponde al cuarto río, el Eufrates. La conocida significación del "cuarto" hace en cierto modo explicable la relación con el hombre "total", pues el cuarto completa siempre una tríada formando la totalidad. "Esta agua (la del Eufrates) -dice el texto- es aquella de sobre el Firmamento, de la cual, según dicen, declaró el Salvador: 'Si supieran quién es el que pregunta, tú le hubieses pedido y él te hubiese dado de beber agua viva surgente’. En esta agua entra cada criatura [literalmente: naturaleza] para elegir los elementos de sí misma, y de esta agua viene a juntarse a cada criatura lo que le es propio, más que (como) el hierro a la piedra heraclea", etc.
La prodigiosa agua del Eufrates tiene, como lo muestra la referencia a Juan 4, 10, el sentido del aqua doctrinae, que perfecciona a cada criatura en su individualidad, haciendo, por lo tanto, completo al hombre; y ello prestándole en cierto modo una fuerza magnética que atrae e integra a él lo que le pertenece y es peculiar. Esta doctrina naasena está, visiblemente, en perfecto paralelismo con la antes mencionada concepción alquímica: la doctrina es el magneto que posibilita la integración tanto del lapis como del hombre.
En el Elenchos de san Hipólito, la atracción entre el magneto y el hierro está mencionada, si no me engaño, tres veces. Primero, en la doctrina de los naasenos. Estos enseñaban que los cuatro ríos del Paraíso corresponden al ojo, el oído, el olfato y la boca. La boca, de donde brota la plegaria y por la cual penetra el alimento, corresponde al cuarto río, el Eufrates. La conocida significación del "cuarto" hace en cierto modo explicable la relación con el hombre "total", pues el cuarto completa siempre una tríada formando la totalidad. "Esta agua (la del Eufrates) -dice el texto- es aquella de sobre el Firmamento, de la cual, según dicen, declaró el Salvador: 'Si supieran quién es el que pregunta, tú le hubieses pedido y él te hubiese dado de beber agua viva surgente’. En esta agua entra cada criatura [literalmente: naturaleza] para elegir los elementos de sí misma, y de esta agua viene a juntarse a cada criatura lo que le es propio, más que (como) el hierro a la piedra heraclea", etc.
La prodigiosa agua del Eufrates tiene, como lo muestra la referencia a Juan 4, 10, el sentido del aqua doctrinae, que perfecciona a cada criatura en su individualidad, haciendo, por lo tanto, completo al hombre; y ello prestándole en cierto modo una fuerza magnética que atrae e integra a él lo que le pertenece y es peculiar. Esta doctrina naasena está, visiblemente, en perfecto paralelismo con la antes mencionada concepción alquímica: la doctrina es el magneto que posibilita la integración tanto del lapis como del hombre.
En la doctrina de los peratas reaparecen puntos de vista semejantes, a tal punto que Hipólito repite las mismas comparaciones, aunque el caso es sutilmente distinto del anterior. Nadie, se dice, puede ser salvo sino por el Hijo, "Pero éste es la Serpiente. Pues, como él ha traído do lo alto los signos del Padre, así conduce esos signos nuevamente de aquí a lo alto, después de haber sido despertados del sueño, transfiriendo de aquí allí los signos paternos, que han procedido como sustanciales de lo sin-sustancia. Esto, dicen, es lo que se ha dicho: 'Yo soy la puerta'. Pero, dicen ellos, él transfiere [los signos] a aquellos que cierran el párpado del ojo, como la nafta atrae de todas partes el fuego, más que al hierro la piedra heraclea… Así, dicen, es traída del mundo por la Serpiente la estirpe perfecta, hecha a imagen [del Padre], consustancial, pero ninguna otra, como quiera haya sido enviada aquí abajo [desde la esfera divina]", etc.
En este pasaje la cosa se da al revés que antes: la atracción magnética no procede de la doctrina, el agua, sino del "Hijo", simbolizado por Serpiente (según Juan 3, 14)." Cristo es el magneto que atrae así esas partes o sustancias de origen divino en el hombre, los patrikoi kharaktères (caracteres paternos), los reúne, y los arrebata consigo al lugar celeste originario. La serpiente es un equivalente del pez. El consenso del pueblo interpretó la figura anunciada del Redentor como, pero también como serpiente; como pez, porque había surgido de profundidades desconocidas; como serpiente, porque salió secretamente la oscuridad. Tanto el pez como la serpiente son, en efecto, símbolos feridos para designar mociones psíquicas o vivencias que brotan del inconsciente con efecto de sorpresa, terror o salvación. Por eso se expresan tan a menudo por el motivo del animal auxiliador. La comparación de Cristo con la serpiente es más auténtica que la comparación con el pez, y, pese a ello, menos popular en los medios paleocristianos. Pero se recomendaba a los gnósticos como el antiguo y corriente símbolo del genio benéfico local, el agathodaímón, así como del noûs, que tan caro les era. Ambos símbolos son de inapreciable valor para la interpretación natural, instintiva, de la figura de Cristo. Los símbolos teriomorfos son muy frecuentes en los sueños y en otras manifestaciones del inconsciente. Expresan el nivel en que se encuentra el contenido representado por ellos, o sea una inconsciencia tan alejada de la conciencia humana como la psique de un animal. Los vertebrados de sangre caliente o de sangre fría, o hasta invertebrados de diversa especie, indican, por así decirlo, grados del inconsciente. Saber esto es importante para la psicopatología, porque tales contenidos, en todos los niveles, pueden desencadenar síntomas que por su tipo y localización están en correspondencia funcional con el nivel. Así, hay síntomas de tipo marcadamente cerebroespinal y simpático. Algo de esto pudieron presentir los setianos, pues Hipólito dice de ellos, a propósito de la Serpiente, que comparaban al Padre con el cerebro (enképhalon), al hijo con el cerebelo y la médula espinal (parenkephalis drakontoeidés).
La Serpiente simboliza de hecho contenidos y tendencias "de sangre fría", inhumanos, de naturaleza tanto espiritual-abstracta como animal-concreta; en una palabra: lo extrahumano en el hombre.
La tercera mención del magneto se encuentra en la relación de Hipólito sobre la doctrina de los setianos. Esta presenta notables analogías con la de la alquimia medieval, aunque no puede señalarse ninguna transmisión directa. Según las palabras de Hipólito, constituye una teoría de "la composición y la mezcla": el rayo de luz de lo alto se mezcla, en la forma de una minúscula chispa, con las oscuras aguas de la profundidad; al morir el viviente, ambas sustancias se separan, y así también en la muerte figurada de una vivencia mística. Esta es la divisio y separatio del compuesto (tó dikhásai kai khórisai ta synkekraména). Utilizo adrede los términos latinos de la alquimia medieval, que significan esencialmente lo mismo que los respectivos conceptos gnósticos. La "separación" sirve en la alquimia para extraer el alma o el espíritu de la materia prima. El mercurio que ayuda a esta operación aparece armado (como también el adepto) con la espada que hiende, y los setianos se remiten a Mar. 10, 34: Non veni pacem mittere sed gladium [No he venido a poner paz sino espada]. La separación tiene por consecuencia que lo que hasta entonces estaba mezclado con "otro" es atraído ahora a su khóríon ídion o "lugar propio" y pros ta oikefa ("hacia lo suyo familiar"), hós sídéros (pros) Hérákleion lithon "como el hierro hacia la piedra heraclea". De la misma manera la chispa o rayo de luz se dirige velozmente, "después que, gracias a la doctrina y enseñanza, ha tomado su parte en el lugar que le corresponde, hacia el Lógos, que viene de lo alto en figura de servidor..."; corre hacia él más velozmente "que el hierro hacia el imán".
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