Carl G. Jung
Tales proposiciones sobre la esencia de Dios representan transformaciones de la imagen divina que corren paralelas a los cambios en el estado de conciencia del hombre, sin que se pueda siempre establecer con seguridad cuál de los dos fenómenos sea causa del otro. La imagen divina no es ninguna invención, sino una vivencia que se aparece espontáneamente al hombre; como cualquiera puede advertirlo, suficientemente, si no prefiere a la verdad el deslumbrarse con prejuicios de cosmovisión. La imagen divina (inconsciente primero) está, pues, en condiciones de modificar el estado de conciencia, así como éste puede aportar sus correcciones a la imagen divina (consciente). Por supuesto, nada tiene esto que ver con la verdad primera, el Dios desconocido; nada, por lo menos, que pudiera demostrarse. Pero, psicológicamente, la idea de la agnosia de Dios o del anennóêtos theós es de máxima importancia en la medida en que identifica la Divinidad en cuanto idéntica a sí misma con la numinosidad del inconsciente; testimonios de lo cual son la filosofía del Átman-Púrusha en Oriente y, como hemos visto, Meister Eckhart en Occidente.
Ahora bien; cuando la psicología se apodera de este fenómeno, sólo puede hacerlo si se abstiene expresamente de pronunciar juicios metafísicos y no se arroga el derecho de profesar convicciones presuntamente autorizadas por su experiencia científica. Pero esto último está en realidad fuera de cuestión. Lo que la psicología puede establecer es única y exclusivamente la presencia de símbolos figurativos, cuya interpretación no está en modo alguno fijada a priori. Lo que se puede establecer con cierta seguridad es que los símbolos representan cierto carácter total y por ende significan presumiblemente "totalidad". Por lo común son símbolos "unitivos" (vereinigende), o sea conjunciones de opuestos, de naturaleza simple (dualidad) o doble (cuaternidad, o sea cuaternarios). Surgen del choque entre la conciencia y el inconsciente y de la confusión resultante, que los alquimistas denominaban chaos o nigredo. Empíricamente, esta confusión se expresa por desorientación e inquietud. En tal momento, la simbólica del círculo o de la cuaternidad aparece como un principio ordenador compensatorio, que representa como cumplida la unificación de los opuestos en conflicto, abriendo el camino a un aquietamiento saludable ("salvación" o "redención"). Por lo pronto, la psicología no tiene ninguna posibilidad de establecer sino que el símbolo de la totalidad significa la totalización del individuo. Pero, por otra parte, debe no sólo admitir sino poner de relieve que la simbólica de la totalidad aplica figuras o esquemas que desde lo antiguo y en las religiones más diversas expresan el fundamento cósmico y la divinidad. Así, el círculo es un conocido símbolo de Dios, lo mismo que la cruz (en determinado sentido) y la cuaternidad en general, como en la visión de Ezequiel, o el "Rex gloriae" con los cuatro Evangelistas, o en el gnosticismo, Bárbelo (= Dios en cuatro) y Kolorbas (= todos cuatro); y también la dualidad (el Tao, el Hermafrodita, padre-madre) y finalmente la figura humana (Niño, Hijo, Anthrôpos) así como la personalidad individual: Cristo, Buddha; para citar sólo los motivos principales.
Todas estas figuras se muestran en la experiencia psicológica como expresiones de la totalidad del hombre unificada. El hecho de que esta meta y desiderátum se designe como "Dios" prueba que posee carácter numinoso, y, en efecto, las vivencias, sueños y visiones de ese tipo tienen una índole fascinadora e impresionante que es sentida así espontáneamente, aun por personas libres de todo prejuicio por carecer de conocimientos psicológicos previos. No es, pues, de asombrarse si el entendimiento ingenuo no distingue en modo alguno entre Dios y la imagen vivenciada. Por eso, dondequiera que uno encuentra símbolos alusivos a la totalidad psíquica, encuentra también la concepción ingenua de que con ellos se presenta a Dios. Si se trata, por ejemplo, de una de esas no raras figuraciones románicas del Hijo del Hombre acompañado de tres ángeles teriocéfalos y otro de cabeza humana, lo primero que a uno se le ocurre es suponer que el Hijo del Hombre representa al hombre común, y que el problema del uno frente a tres alude al conocido esquema de una función diferenciada frente a la indiferenciación de las tres restantes. Pero con esta interpretación se desvalorizaría el símbolo según el modo de ver tradicional, en la cual se representa a la segunda Persona de la Divinidad en su cuádruple aspecto pancósmico. La psicología, naturalmente, no puede hacer suya esta interpretación; sólo puede registrar la existencia de ella, y compararla con el hecho de que en principio los mismos símbolos, en particular el problema del uno frente a tres, aparecen a menudo en los productos espontáneos del inconsciente, donde muestran referirse a la totalidad psíquica del individuo. Tales símbolos indican la presencia de un arquetipo de características correspondientes, del cual parece derivar la cuaternidad de las funciones de orientación de la conciencia. Ahora bien; la totalidad, ya que sobrepasa en una extensión indefinida e indefinible el ámbito de la conciencia, abarca siempre en sí al inconsciente, y con él a la totalidad de los arquetipos. Pero éstos están en correspondencia complementaria con el "mundo exterior", y tienen por lo tanto carácter "cósmico". Eso explica su numinosidad y por lo tanto su índole "divina".
Para completar mi exposición, quisiera mencionar aquí ciertos símbolos gnósticos del fundamento cósmico o del arcano, sobre todo los sinónimos correspondientes al "fundamento cósmico". Por esta expresión entiende la psicología una imagen del trasfondo inconsciente que da origen a la conciencia. Aquí se trata principalmente de la figura del demiurgo. Los gnósticos disponen de gran cantidad de símbolos para representar el origen, el centro del ente, el creador o la sustancia divina inherente a la criatura. El lector no ha de dejarse confundir por la multitud de estas imágenes, sino recordará en cada caso que cada una de ellas representa simplemente otro aspecto del misterio divino inherente a cada ente creado. Al reunir los símbolos gnósticos no hago sino efectuar como la amplificación de una única idea trascendental, tan incluyente y tan imposible de visualizar, que requiere diversas expresiones para representar esa diversidad de aspectos.
Ahora bien; cuando la psicología se apodera de este fenómeno, sólo puede hacerlo si se abstiene expresamente de pronunciar juicios metafísicos y no se arroga el derecho de profesar convicciones presuntamente autorizadas por su experiencia científica. Pero esto último está en realidad fuera de cuestión. Lo que la psicología puede establecer es única y exclusivamente la presencia de símbolos figurativos, cuya interpretación no está en modo alguno fijada a priori. Lo que se puede establecer con cierta seguridad es que los símbolos representan cierto carácter total y por ende significan presumiblemente "totalidad". Por lo común son símbolos "unitivos" (vereinigende), o sea conjunciones de opuestos, de naturaleza simple (dualidad) o doble (cuaternidad, o sea cuaternarios). Surgen del choque entre la conciencia y el inconsciente y de la confusión resultante, que los alquimistas denominaban chaos o nigredo. Empíricamente, esta confusión se expresa por desorientación e inquietud. En tal momento, la simbólica del círculo o de la cuaternidad aparece como un principio ordenador compensatorio, que representa como cumplida la unificación de los opuestos en conflicto, abriendo el camino a un aquietamiento saludable ("salvación" o "redención"). Por lo pronto, la psicología no tiene ninguna posibilidad de establecer sino que el símbolo de la totalidad significa la totalización del individuo. Pero, por otra parte, debe no sólo admitir sino poner de relieve que la simbólica de la totalidad aplica figuras o esquemas que desde lo antiguo y en las religiones más diversas expresan el fundamento cósmico y la divinidad. Así, el círculo es un conocido símbolo de Dios, lo mismo que la cruz (en determinado sentido) y la cuaternidad en general, como en la visión de Ezequiel, o el "Rex gloriae" con los cuatro Evangelistas, o en el gnosticismo, Bárbelo (= Dios en cuatro) y Kolorbas (= todos cuatro); y también la dualidad (el Tao, el Hermafrodita, padre-madre) y finalmente la figura humana (Niño, Hijo, Anthrôpos) así como la personalidad individual: Cristo, Buddha; para citar sólo los motivos principales.
Todas estas figuras se muestran en la experiencia psicológica como expresiones de la totalidad del hombre unificada. El hecho de que esta meta y desiderátum se designe como "Dios" prueba que posee carácter numinoso, y, en efecto, las vivencias, sueños y visiones de ese tipo tienen una índole fascinadora e impresionante que es sentida así espontáneamente, aun por personas libres de todo prejuicio por carecer de conocimientos psicológicos previos. No es, pues, de asombrarse si el entendimiento ingenuo no distingue en modo alguno entre Dios y la imagen vivenciada. Por eso, dondequiera que uno encuentra símbolos alusivos a la totalidad psíquica, encuentra también la concepción ingenua de que con ellos se presenta a Dios. Si se trata, por ejemplo, de una de esas no raras figuraciones románicas del Hijo del Hombre acompañado de tres ángeles teriocéfalos y otro de cabeza humana, lo primero que a uno se le ocurre es suponer que el Hijo del Hombre representa al hombre común, y que el problema del uno frente a tres alude al conocido esquema de una función diferenciada frente a la indiferenciación de las tres restantes. Pero con esta interpretación se desvalorizaría el símbolo según el modo de ver tradicional, en la cual se representa a la segunda Persona de la Divinidad en su cuádruple aspecto pancósmico. La psicología, naturalmente, no puede hacer suya esta interpretación; sólo puede registrar la existencia de ella, y compararla con el hecho de que en principio los mismos símbolos, en particular el problema del uno frente a tres, aparecen a menudo en los productos espontáneos del inconsciente, donde muestran referirse a la totalidad psíquica del individuo. Tales símbolos indican la presencia de un arquetipo de características correspondientes, del cual parece derivar la cuaternidad de las funciones de orientación de la conciencia. Ahora bien; la totalidad, ya que sobrepasa en una extensión indefinida e indefinible el ámbito de la conciencia, abarca siempre en sí al inconsciente, y con él a la totalidad de los arquetipos. Pero éstos están en correspondencia complementaria con el "mundo exterior", y tienen por lo tanto carácter "cósmico". Eso explica su numinosidad y por lo tanto su índole "divina".
Para completar mi exposición, quisiera mencionar aquí ciertos símbolos gnósticos del fundamento cósmico o del arcano, sobre todo los sinónimos correspondientes al "fundamento cósmico". Por esta expresión entiende la psicología una imagen del trasfondo inconsciente que da origen a la conciencia. Aquí se trata principalmente de la figura del demiurgo. Los gnósticos disponen de gran cantidad de símbolos para representar el origen, el centro del ente, el creador o la sustancia divina inherente a la criatura. El lector no ha de dejarse confundir por la multitud de estas imágenes, sino recordará en cada caso que cada una de ellas representa simplemente otro aspecto del misterio divino inherente a cada ente creado. Al reunir los símbolos gnósticos no hago sino efectuar como la amplificación de una única idea trascendental, tan incluyente y tan imposible de visualizar, que requiere diversas expresiones para representar esa diversidad de aspectos.
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