lunes, 10 de septiembre de 2012

Símbolos Gnósticos del Self - III

Carl G. Jung

Cuando en un caso de neurosis la terapéutica procura complementar por medio de contenidos inconscientes, la actitud (o el grado de adaptación) insuficiente de la conciencia, la intención es instaurar una personalidad más comprehensiva y construir para ella un centro de gravedad que no coincide necesariamente con el yo, sino más bien, al incrementarse el conocimiento de sí, puede inclusive contrariar las tendencias del yo. El nuevo centro atrae "como un magneto" lo que le pertenece, los que han sido llamados los "signos paternos", es decir todo aquello que pertenece a las propiedades originarias e invariables de la estructura fundamental del individuo; lo que es más antiguo que el yo y por lo tanto se comporta con respecto a éste como el makários oúk ón theós (el "bienaventurado Dios que no es") de los basilidianos con respecto al Arconte de la Ogdóada, es decir, el Demiurgo; y, paradójicamente, como el hijo de este último con respecto a su padre, el Arconte. El hijo se muestra superior, por cuanto posee un saber sobre el mensaje de lo alto y por lo tanto puede enseñar a su padre que él no es el supremo Dios. Esta aparente contradicción se resuelve tomando en consideración la experiencia psicológica que subtiende esa idea: por una parte, el sí-mismo aparece, por decirlo así, a priori, en los productos del inconsciente, o sea en los conocidos símbolos del círculo y la cuaternidad, que pueden presentarse ya en los sueños de la primera infancia, por lo tanto mucho antes de toda posibilidad de conciencia o comprensión; por otra parte, sólo una confrontación paciente y difícil con los contenidos del inconsciente y una subsecuente síntesis de datos conscientes e inconscientes conduce a una "Totalidad", que se sirve a su vez de los símbolos del círculo y de la cuaternidad a los fines de la representación de sí. En esta fase también los sueños originales de la infancia son recordados y comprendidos. Los alquimistas, que a su modo sabían más sobre la esencia del proceso de individuación que nosotros los modernos, habían expresado de antiguo esa situación paradójica por el símbolo de la serpiente que se muerde la cola.

El mismo saber, aunque formulado de otro modo, en relación con la época, poseían también los gnósticos. No les es ajeno un concepto de inconsciente. Así, en una carta de Valentino extractada por Epifanio se dice: Ex arkhês ho Autopátôr autos en heautôi perieîke ta pánta ónta en heautói en agnôsiâi… [Desde el principio el Autopátór mismo contenía la totalidad de los entes en sí, en el inconsciente (literalmente: en la nesciencia)]. El doctor Gilles Quispel ha atraído amablemente mi atención sobre este pasaje, y cita además a Hipólito: ho Patér... ho anennóêtos kaé aoúsios, ho mete árrhen mete thêlu…, que traduce así: le Pére... qui est dépourvu de conscience et de substance, celui qui est ni masculin, ni féminin. El "Padre", pues, no sólo es él mismo inconsciente y sin cualidad óntica, sino también nirdvandva = sin pares de opuestos, o sea sin cualidades y por lo tanto incognoscible. Con esto se ha descrito el estado inconsciente. El texto de Valentino da al Autopátor cualidades positivas: "Algunos lo llamaron el Eón masculino-femenino, sin edad, siempre joven, que doquiera contiene el todo y no está contenido en nada". En él estaba presente la énnoia (conciencia), que "trasmite [como don de gracia] los tesoros de la grandeza a los que de la grandeza proceden". El que esté presente la énnoia no demuestra que el Autopátor mismo sea consciente, pues la diferenciación de la conciencia resulta sólo de las sucesivas sicigias y tríadas, que simbolizan puros procesos de conjunción y composición. La énnoia debe concebirse aquí sin duda como posibilidad latente de conciencia. Oehler traduce énnoia por mens, y Cornarius por intelligentia y notio. La oposición consciente/inconsciente, conocido/desconocido me parece más intuitivamente clara y por lo tanto más verosímil.

El concepto paulino de ágnoia (ignorantia) podría no estar demasiado alejado del de agnosia, pues ambos designan el estado inicial inconsciente del hombre. Dios "miró de/por arriba" este estado; el griego hyperidón (Vulgata "despiciens") contiene también la idea de "menospreciar", "desdeñar". En todo caso, la tradición gnóstica sabe que el Dios supremo vio qué criaturas miserables e inconscientes, incapaces incluso de andar erguidas, había creado el Demiurgo, y por eso puso en marcha la obra de redención. En el lugar citado de los Hechos de los Apóstoles, se cuenta cómo Pablo recuerda a los atenienses, que son "de estirpe divina" -genus ergo cum simus Dei… y que Dios, volviendo la mirada, con desaprobación, por así decirlo, a "los tiempos de inconsciencia", ha enviado a la humanidad el mensaje pántas pantakhoû metanoeîn "para que todos en todas partes cambien su mente", y, como el estado anterior parecía haber sido tan deplorable, el metanoeîn asumió el sentido moral de "arrepentirse de los pecados", de modo que la Vulgata pudo traducirlo por poenitentiam agerre. El pecado por el que hay que hacer penitencia es, como se ve, la ágnoia o la agnosia, la inconsciencia. Pero en este estado no se halla sólo el hombre sino, como hemos visto, según la concepción gnóstica, también el anennóêtos, el Dios carente de conciencia. Con esa concepción viene a coincidir en cierto sentido la idea cristiana tradicional según la cual Dios, del Antiguo al Nuevo Testamento, se ha transformado del Dios de la cólera en el Dios del amor. A esta idea da expresión neta aún en el siglo XVII el jesuita Nicolás Causino.

A este respecto, debo señalar las conclusiones a que llega Riwkah Schärf en su investigación sobre Satán en el Antiguo Testamento: con la transformación histórica del concepto de Satán se modifica también la imagen de Yahvéh, de modo que ya en el Antiguo Testamento, aparte de la que se produce con el Nuevo, puede hablarse de una diferenciación de la imagen divina. La idea de que el Dios creador no es consciente, sino quizá sueñe, se encuentra también en la literatura india:

"¿Quién sabe la verdad? ¿Quién puede decirnos
de dónde nació, de dónde esta creación?
Los dioses nacieron después, y gracias a la creación del universo.
¿Quién puede, pues, saber de dónde surgió?

De dónde surgió esta creación,
ya sea que él la hizo, ya sea que no,
aquel, que en el cielo supremo es su guardián,
sólo aquél sabe, o tal vez ni él lo sabe."

La teología de Meister Eckhart conoce una "Divinidad" a la cual, fuera de la unidad y el ser, no puede atribuirse ninguna cualidad. ella west no es aún el Señor, y representa una absoluta coincidencia de los opuestos: Doch sîn einveltigiu nâtûre ist von formen fórmelos, von werdenne werdelós, von wesenne weselós und ist von sachen sachelos", etc. Unión de los opuestos es sinónimo de inconsciente, hasta donde la lógica humana alcanza, pues la conciencia presupone a la vez una diferencia y una relación entre sujeto y objeto. Donde no hay, o no hay aún, "otro", cesa la posibilidad de conciencia. Sólo el Padre, que emana (erquillende) de la Divinidad, o sea sólo Dios, "tiene noticia de si"', se hace "consciente de sí mismo" y "aparece frente a sí como Persona". Así del Padre procede el Hijo como Concepto Primero de su propia esencia. En su unidad originaria, "nada conoce" sino el Uno "suprarreal (überwirklich)" que El es. Así como la Divinidad es esencialmente inconsciente, así también lo es el hombre que vive en Dios. En su sermón sobre el Beati pauperes spiritu (Mat. 5, 3) dice Eckhart: "… el hombre que haya de tener esta pobreza, ha de tener todo lo que él era cuando no vivía de ninguna manera, ni en él, ni en la verdad, ni en Dios: ha de estar, pues, despojado y horro de todo saber, tal que ningún conocimiento de Dios esté viviente en él; pues cuando el hombre estaba en la eterna naturaleza de Dios, no vivía en él otra cosa: lo que allí vivía era él mismo. Y así decimos el hombre ha de estar así libre de su propio saber, como cuando no era nada; y deje obrar a Dios lo que quiera, y esté al hombre horro, como cuando vino de Dios.” Y por eso el hombre debe amar (minnen) a Dios del siguiente modo: “Has de amarlo como es: ya un no-Dios, un no-Espíritu, una no-persona, una no-imagen: como que es un mero, puro, claro Uno, aparte de toda dualidad, y en ese Uno hemos de sumirnos eternamente, de nada a nada. A ello Dios nos ayude. Amén.“
 
El espíritu universal de Meister Eckhart conoce, sin saberlo, la experiencia india primordial, como la gnóstica, y él mismo es la flor más bella en el árbol del "liber spiritus", que caracteriza los comienzos del siglo XIV. Seiscientos años permanecieron sepultados los escritos del Maestro, pues "su tiempo no era aún llegado". Sólo en el siglo XIX se encontró un público en condiciones de medir aproximadamente la magnitud de su espíritu.

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