Podemos aprender mucho sobre el amor humano si aprendemos a observar con mente desprejuiciada las culturas orientales y sus actitudes.
Durante el tiempo que pasé en India y Japón, vi matrimonios y relaciones amorosas que no se basan para nada en el romance sino en un cálido, devoto, y perdurable amor. Los hindúes son maestros instintivos en el arte del amor humano. Pienso que esto se debe a que nunca tomaron el amor romántico como una manera de tratar de relacionarse entre sí.
Automáticamente, los hindúes hacen la diferenciación que nosotros confundimos completamente en Occidente: ellos saben cómo venerar al ánima, los arquetipos, los dioses, las realidades internas; ellos saben cómo mantener su experiencia del lado divino de la vida diferenciada de sus vínculos personales y sus matrimonios.
Los hindúes asumen el mundo interior a nivel simbólico; convierten los arquetipos internos en imágenes y símbolos externos a través del arte del templo y del ritual alegórico. Pero no proyectan sus dioses interiores en sus esposos y esposas. Toman a los arquetipos personificados como símbolos de otro mundo y toman al otro como a un ser humano. Como resultado, no se sobrecargan mutuamente con exigencias imposibles, y no se desilusionan entre sí.
El hombre hindú no le pide a su esposa que sea ánima, que ella lo trasporte a otro mundo, o que corporice toda la intensidad y perfección de su vida interior. Dado que la experiencia lírica religiosa es todavía parte de su cultura, los hindúes no tratan de convertir sus matrimonios y sus relaciones humanas en un sustituto de la comunión con el alma.
Encuentran a sus dioses en el templo, en la meditación, o a veces en el gurú; no procuran hacer que la relación externa cumpla el papel de la interna.
Al comienzo, el occidental es confundido por la manera hindú de ser; su amor no parece burbujear con suficiente ardor e intensidad como para ajustarse al gusto romántico occidental. Pero si se observa con paciencia, uno se despoja de los prejuicios accidentales y comienza a cuestionar la presunción de que el romance es el único "amor verdadero". En los matrimonios hindúes existe una serena pero persistente dedicación, un profundo afecto. Hay estabilidad: no son atrapados por dramáticas oscilaciones entre "enamorado" y "desamorado, adoración y desilusión, tan usuales en las parejas occidentales.
En el matrimonio hindú tradicional, el compromiso del hombre hacia su esposa no depende del permanecer "enamorado" de ella. Dado que en primer lugar él nunca se "enamoró" de ella, no hay manera de que él se "desenamore". La relación con su esposa se basa en el amarla, no en el estar "enamorado" de un ideal que proyecta en ella. Su vínculo no se va a desarmar porque un día él se "desenamore" o porque conozca a otra mujer que asuma su proyección. El está comprometido con una mujer y una familia, no con una proyección.
Pensamos que somos más sofisticados que los "simples" hindúes. Pero, en comparación con un hindú, el hombre promedio occidental es como un buey con un aro en la nariz, que persigue a su proyección por ahí de una mujer a otra, sin establecer relaciones o compromisos verdaderos con ninguna. En el área del sentimiento humano, el amor y el vínculo, los hindúes desarrollaron una Conciencia altamente diferenciada, sutil y refinada. En estos asuntos, actúan mucho mejor que nosotros.
Una de las cosas más impactantes y sorprendentes que observé entre los hindúes tradicionales, fue lo brillantes, felices y psicológicamente sanos que son sus hijos. Los niños de las familias hindúes no son neuróticos; no están íntimamente atormentados como muchos niños occidentales. Están constantemente envueltos en el afecto humano, y sienten un fluir pacífico de afecto entre su madre y su padre. Perciben la estabilidad, la persistente calidad de su vida familiar. Sus padres están permanentemente comprometidos; ellos no los escuchan cavilar sobre si su matrimonio "está funcionando"; la separación y el divorcio no flotan en el aire como espectros.
Para nosotros, los occidentales, no hay modo de hacer retroceder el reloj. No podemos emprender el rumbo de los hindúes; no podemos resolver nuestro dilema occidental por medio de una imitación de las costumbres o las actitudes de otra gente. No podemos simular que tenemos una psique oriental en vez de una psique occidental. Tenemos que ocuparnos de nuestro inconsciente occidental y de nuestras heridas accidentales; debemos hallar el bálsamo sana- dar en nuestra alma occidental.
Bebimos la poción amorosa y nos sumergimos en la era romántica de nuestra evolución. La única ruta de salida es la que lleva hacia adelante. No podemos retroceder, y no debemos perder el tiempo. Pero de las culturas orientales podemos aprender a erguirnos fuera de nosotros mismos, fuera de nuestras presunciones y nuestras creencias, lo suficiente como para podernos ver en una nueva perspectiva. Podemos aprender qué es aproximarnos al amor con una serie distinta de actitudes, desprovistos de los dogmas de nuestra cultura. Podemos aprender que el vínculo humano es inseparable de la amistad y del compromiso. Podemos aprender que la esencia del amor no consiste en utilizar al otro para ser felices, sino en atender y afirmar a quien amamos. Y para nuestra sorpresa, podemos descubrir que mucho más que otra cosa, lo que nos
hace falta no es ser más amados, sino amar.FIN
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