Robert A. Johnson
En el mundo del inconsciente, el amor es una de esas grandes fuerzas psicológicas que tienen poder para trasformar el ego. El amor es un poder que despierta el ego a la existencia de algo exterior a él, que está fuera de sus planes, fuera de su imperio, fuera de su seguridad. El amor vincula al ego no sólo con el resto de la especie humana, sino con el alma y con todos los dioses del mundo interior.
Así, por su propia naturaleza, el amor es el opuesto exacto del egocentrismo. Utilizamos la palabra amor vagamente. La usamos para dignificar cualquier número de exigencias a otra gente de atención, poder, seguridad o entretenimiento. Pero cuando lo ponemos al servicio de nuestras "necesidades" prefabricadas, de nuestros deseos, sueños y nuestra manipulación de los demás, eso no es amor. El amor es algo absolutamente distinto de los deseos y los juegos de poder de nuestro ego. Nos lleva en una dirección diferente: hacia la bondad, el valor y las necesidades de los seres que nos rodean.
En su propia esencia, el amor es una apreciación, un reconocimiento del valor del otro: impulsa al hombre para que honre a la mujer en vez de utilizarla, a que se pregunte cómo puede atenderla. Y si esta mujer se relaciona con él por medio del amor, ella asumirá hacia él la misma actitud.
La naturaleza arquetípica del amor fue tal vez expresada mejor que nadie por el sencillo lenguaje de San Pablo: "El amor tolera mucho y es bondadoso: el amor no envidia; el amor no se vanagloria, ni se envanece... El amor no tiene intereses propios, no es exasperado fácilmente, no se apresura a sospechar la maldad... tolera todas las cosas, cree todas las cosas, tiene esperanza en todo, lo resiste todo."
El amor nunca fracasa: pero donde haya profecías, fallarán; donde haya chismes, callarán; donde haya conocimientos, se disiparán.
He aquí un breve y elocuente testimonio sobre la diferencia entre el ego abandonado a sus propios trucos y una ego bajo la influencia del amor. Mi ego se preocupa consigo mismo; pero "el amor tolera mucho y es bondadoso." El ego es envidioso, siempre procura jactarse con ilusiones de poder y control absoluto, pero "el amor no se vanagloria, ni se envanece." El ego, abandonado a su egocentrismo, siempre traicionará, pero "el amor nunca fracasa." El ego sólo sabe afirmar su esencia y sus deseos, pero "el amor no tiene intereses propios." El amor afirma toda la vida: "tolera todas las cosas, creen en todas las cosas, tiene esperanza en todo."
Es por eso que nos oponemos al amor romántico, y ésta es la mayor distinción entre el amor humano y el amor romántico: el romance debe, por su propia naturaleza, degenerar en egoísmo. Pues el romance no es un amor dirigido a otro ser humano; la pasión del romance siempre se dirige a las propias proyecciones, a las propias expectativas, a las propias fantasías. En un sentido muy real, no es un amor volcado a otra persona, sino hacia uno mismo.
Ahora debe quedar claro que cuando una relación se basa en proyecciones, está faltando el elemento del amor humano. Enamorarse de alguien a quien no conocemos como persona, pero que nos atrae porque refleja una imagen de dios o diosa en nuestras almas es, en cierto sentido, enamorarse de sí mismos, no de otra persona. Pese a la aparente belleza de las fantasías amorosas que podamos tener en este estado de enamoramiento, podemos, de hecho, encontrarnos en un estado mental extremadamente egoísta.
El amor real comienza sólo cuando una persona conoce a otra por lo que realmente es como ser humano, que comienza a gustarle y a importarle.
...Ser capaz del amor real significa volverse maduros, con expectativas realistas hacia la otra persona. Significar asumir la responsabilidad de nuestra felicidad o infelicidad, y no esperar que la otra persona nos haga felices ni vituperarla por nuestros malos modales y nuestras frustraciones. - (Sanford, Invisible Partners)
Cuando nos enfocamos en nuestras proyecciones, estamos enfocándonos en nosotros mismos. Y la pasión y el amor que sentimos por nuestras proyecciones es un amor reflejado y circular que se dirige inevitablemente hacia nosotros.
Pero aquí, nuevamente, caemos de cabeza en la paradoja del amor romántico. La paradoja es que deberíamos amar nuestras proyecciones, y que también deberíamos amarnos a nosotros mismos. Durante el romance, el amor del Self se distorsiona; se vuelve egocéntrico y se malogra su naturaleza original. Pero si aprendemos a buscarlo en el plano correcto, el amor del Self es un amor verdadero y válido: es la segunda gran corriente de energía que fluye hacia el amor romántico, la pareja arquetípica del amor humano, la otra cara de Eros.
Es preciso que reverenciemos las partes inconscientes de nosotros mismos que proyectamos. Cuando amamos nuestras proyecciones, cuando honramos nuestros ideales y fantasías románticas, afirmamos infinitamente dimensiones preciosas de nuestro Self total. El acertijo reside en como amar al propio Self sin caer en el egoísmo.
Cuando conocemos la geografía de la psique humana, con sus islotes de Conciencia, su estructura polifacética y policéntrica, vemos que el amor del Self total puede no consistir en un centralizarse en el universo de nuestros egos. El amor del Self es el ego en procura de las otras "personas" del mundo interior, que se esconden en nosotros. Es el ego anhelando dimensiones mayores del inconsciente, su disposición a abrirse hacia las otras partes de nuestro ser total, y hacia sus puntos de vista, sus valores y sus necesidades.
Entendido de este modo, nuestro amor del Self es también el amor "divino": nuestra búsqueda del significado definitivo, de nuestras almas, de la revelación de Dios. Esta comprensión nos remite a las palabras de Clemente de Alejandría:
"En consecuencia, parecería que que la mayor de todas las disciplinas es conocerse a sí mismo; pues cuando un hombre se conoce a sí mismo, conoce a Dios."
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