Robert A. Johnson
La falla de amor romántico no es que nos amemos a nosotros mismos, sino que lo hagamos erróneamente. Al tratar de reverenciar al inconsciente mediante nuestras proyecciones románticas hacia otra gente, pasamos por alto la realidad oculta en tales proyecciones: no advertimos que estamos buscando nuestro propio Self.
La falla de amor romántico no es que nos amemos a nosotros mismos, sino que lo hagamos erróneamente. Al tratar de reverenciar al inconsciente mediante nuestras proyecciones románticas hacia otra gente, pasamos por alto la realidad oculta en tales proyecciones: no advertimos que estamos buscando nuestro propio Self.
La tarea de salvar al amor de las ciénagas del amor romántico comienza con un giro de la visión, hacia adentro. Tenemos que despertar para el mundo interior, tenemos que aprender cómo vivir el "amor del Self" como experiencia interna. Entonces llega el momento dirigir otra vez nuestra mirada hacia afuera, hacia la gente concreta y las relaciones que establecemos con ellas - debemos aprender los principios del amor "humano".
Hace muchos años, una sabia amiga me dio un nombre para el amor humano. Ella lo llamaba amor "que revuelve la sopa de avena". Tenía razón. Dentro de esta frase, si asumimos la humildad necesaria para apreciarla, se encuentra la genuina esencia de lo que es el amor humano, y nos expone las diferencias principales entre amor humano y romance.
Revolver la avena es un acto humilde; ni excitante, ni estremecedor. Pero simboliza un relacionamiento que baja el amor a la tierra. Representa la disposición a compartir la vida humana corriente, a encontrar significado en tareas simples y nada románticas: ganarse la vida, vivir de acuerdo a un presupuesto, sacar la basura, alimentar al bebé en medio de la noche. "Revolver la avena" significa encontrar el vínculo, el valor y hasta la belleza, en cosas sencillas y ordinarias, en vez de exigirle eternamente a todas las cosas un drama cósmico, un entretenimiento o una intensidad extraordinaria. Como el arroz que descascaran los monjes Zen, como la rueca de Gandhi, las tiendas alzadas por San Pablo: ello representa el descubrimiento de lo sagrado en medio de lo modesto y lo corriente.
Una vez, Jung dijo que el sentir corresponde a lo pequeño. Y en el amor humano, vemos que es cierto. El vínculo real entre dos personas se experimenta en las pequeñas tareas que realizan juntas: la conversación tranquila cuando se aplacan las faenas del día, la suave palabra comprensiva, la camaradería cotidiana, el estímulo en los momentos difíciles, el pequeño obsequio cuando menos se lo espera, el gesto espontáneo de amor.
Cuando una pareja está genuinamente vinculada entre sí, ambos están dispuestos a ingresar al espectro íntegro de la vida humana en común. Trasforman hasta las cosas más rutinarias, difíciles y mundanas en un componente festivo y gratificante de la vida. En contraste, el amor romántico sólo puede durar mientras la pareja está "entonada" entre sí, mientras el dinero alcanza y las diversiones son excitantes. "Revolver la avena" significa que dos personas sacan su amor del plano etéreo de la fantasía excitante y lo convierten en una inmediatez terrena y práctica.
El amor se complace en hacer muchas cosas con las que el ego se aburre. El amor está propenso a trabajar con los estados de ánimo y las irracionalidades del otro. El amor está listo para preparar el desayuno y hacer el balance de la cuenta bancaria. El amor se predispone a hacer estas "sopas de avena" porque está vinculado con una persona, no con una proyección.
El amor humano ve a la otra persona como individuo y establece con ella un vínculo individualizado. El amor romántico ve al otro como coprotagonista de un drama. El amor humano de un hombre desea que la mujer sea una persona completa e independiente, y la estimula para que sea ella misma. El amor romántico sólo afirma lo que él pretende de ella, para que se vuelva idéntica al ánima. Mientras el romance domina al hombre, él ratifica a la mujer sólo mientras ella se disponga a cambiar, a fin de reflejar el ideal proyectado. El romance nunca está feliz con la otra persona por lo que ella es.
Necesariamente, el amor humano incluye la amistad: la amistad dentro de la pareja, dentro del matrimonio, entre esposo y esposa. Cuando un hombre y una mujer son verdaderamente amigos, conocen los puntos difíciles y las debilidades del otro, pero no se predisponen a abrir juicio sobre ellos. Les preocupa más ayudarse entre sí y gustarse mutuamente, que resaltar los defectos.
Los amigos, los auténticos amigos, son como Kahedrin: quieren consolidar en vez de juzgar; no hacen mimos, y tampoco se instalan en las insuficiencias del otro. Los amigos se respaldan en las épocas difíciles, ayudan con las sórdidas y ordinarias tareas de la vida. No se imponen entre sí parámetros imposibles, no reclaman la perfección, se ayudan mutuamente en vez de socavarse con reclamos.
En el amor romántico no hay amistad. El romance y la amistad son energías francamente opuestas, enemigos naturales con motivos completamente antagónicos. A veces, la gente dice: "No quiero establecer una amistad con mi esposo (o esposa), eso extirparía el romance de nuestro matrimonio." Es cierto: la amistad elimina de la relación el drama artificial y la intensidad, pero también expulsa el egocentrismo y la imposibilidad, reemplazando al drama con algo humano y real.
Si un hombre y una mujer son amigos entre sí, entonces son tanto "prójimos" como amantes; súbitamente su vínculo se sujeta a un dictado de Cristo: "Ama a tu prójimo como a ti mismo." Una de las contradicciones más evidentes del amor romántico es que muchas parejas tratan a sus amistades con mucha más bondad, consideración, generosidad y capacidad de perdonar, que las que practican entre sí. Cuando se reúnen con sus amigos, son encantadores, cooperativos y corteses. Pero cuando regresan a casa, a menudo ventilan mutuamente toda su ira, resentimientos, mal humor y frustraciones. Extrañamente, tratan mejor a sus amigos que a sus parejas.
Cuando dos personas están "enamoradas", corrientemente la gente dice que "son algo más que amigos". Pero en el largo plazo, parecen tratarse entre sí como menos que amigos. Mucha gente piensa que "estar enamorados" es una relación mucho más íntima, mucho más "significativa" que la "simple" amistad. ¿Por qué, entonces, las parejas se niegan entre sí el amor desinteresado, la bondad y la buena voluntad que brindan prontamente sus amigos? La gente no puede pedirle a sus amistades que acarreen todas sus proyecciones, que sean chivos expiatorios de sus malos humores, que los mantengan en estado de felicidad, y que completen sus vidas. ¿Por qué las parejas se imponen mutuamente tales exigencias? Porque el culto del romance les enseña que tienen derecho a esperar que la persona de la cual se está "enamorado" tolere todas sus proyecciones, satisfaga todos sus deseos y haga realidad todas sus fantasías. En uno de los ritos hindúes de matrimonio, el novio y la novia se hacen uno al otro esta solemne promesa: "Serás mi mejor amigo". Las parejas occidentales deben aprender la amistad, tomar la cualidad de amistoso como una guía para atravesar el enredo en que convirtieron al amor.
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