III
Alejandría es la gran confluencia donde vienen a concurrir todas las corrientes intelectuales del viejo mundo. Egipto que hizo descender desde las regiones del Alto Nilo, llevando consigo los mitos isíacos y las grandiosas concepciones de los sacerdotes de Tebas y Philae. Cartago penetró desde la costa y llevó los supremos restos del culto de Tanit y de la Astarté Tiria. Judea entra con Jeremías y Baruch, huyendo de la ciudad santa tras la muerte sangrienta de Godolías. Alejandro pondrá el genio griego con la punta de su espada, puede ser inconscientemente y cómo estos insectos que polinizan las flores, dejando caer el polen de su aguijón, comprometido cuando se posaban en las flores del sexo opuesto. La India, que había seguido a Alejandro desde las riveras del alto Indo y que se dividieron los restos de su manto real. Roma vendrá a su vez sobre las ruinas del mundo helénico, y erigirá su inmenso imperio y librará también de los Ptolomeos a las legiones de Cesar y de Antonio.
Todas estas corrientes venidas de tan diversas direcciones se fusionaron en condiciones tales, que en una primera impresión, no parecen formar más que un vasto y excelente océano, pero no de profundidad suficiente, sin embargo, como para que un observador atento no pueda encontrar allí la naturaleza íntima de cada onda cooperativa. Como las aguas costeras de un lago es reconocido y lo seguimos, a veces por varias etapas, por diferentes cursos.
No entra en nuestros esquemas el trazar, ni aún a grandes trazos, la historia de la Escuela de Alejandría. Algunas fugaces pinceladas, vagamente arrojadas, serán suficientes para recordar a nuestros lectores eso que es importante de rememorar para comprender las siguientes páginas.
Continuadores del pensamiento de Alejandro, los Ptolomeos atrajeron hacia la nueva ciudad todas las ilustraciones literarias y filosóficas de su tiempo; Calímaco, Apolonio, Licofron de Calcis, Aristarco respondieron los primeros a la llamada, -Calímaco, esa lira armoniosa que echaba de menos una cosa, ser también un corazón vibrante; Apolonio, el discípulo y rival de Calímaco quien, celoso de su éxito poético, le hizo exilar, pero sus herederos se encargaron de reconciliar sus cadáveres, situando a los dos en la misma tumba; Licofron de Calcis, cuyos enigmáticos poemas hallaron a su Edipo en la persona de Scaliger quien, con diecisiete años, era al parecer su delicia; Aristarco, el editor de Homero.
Todo esto fue durante la primera fase de la Escuela de Alejandría, es lo que M. Vacherot llama la fase literaria. La fase filosófica no comienza más que al fin del primer siglo de la era cristiana. Es Amonio Sacas quien fue el iniciador, un simple plebeyo cuyo nombre afirma su modesto origen, --Saccas, el portador de sacos--. Su familia era cristiana, ello es lo que explica la introducción en la Escuela del elemento evangélico, una dosis muy pequeña, es cierto, pero siempre importante y suficiente para dar a los Alejandrinos este vago sentimiento de filantropía universal que los viejos Griegos siempre ignoraron.
Fiel a las tradiciones pitagóricas, Amonio Sacas no escribió nada. Pero sus discípulos, de entre los cuales el más ilustre fue Orígenes, nos han conservado la esencia de su doctrina.
"Lo incorporal es de tal naturaleza que se une a lo que puede recibirle también íntimamente, se unen a las cosas que se deterioran y se destruyen mutuamente en conjunto, y que al mismo tiempo en esta unión, queda completamente lo que era, así como las cosas que quedan son meramente yuxtapuestas".
Para Amonio, el alma no se localiza en ningún lugar; como el Cristo está completo en cada trozo de la Hostia, el Alma está completa en cada parte del cuerpo, sin haber perdido nada de su unidad.
PLOTINO, cuyo nombre parece un anagrama de Platón, fue en efecto de todos los Alejandrinos quien está más cerca del platonismo, pero un platonismo cristianizado. Para él, el Dios supremo no puede quedar encerrado en sí, tiene que crear, por eso Él emana a los seres. Es la ley de Procesión. Pero estos seres engendrados tienden incesantemente hacia la Perfección de la que proceden: es la ley de Conversión.
De Platón tenemos las Enéadas, amalgama confusa de luces y tinieblas, poesías exquisitas y complicadas abstracciones. Fue quien puso en voga el éxtasis como proceso iniciático. Por ese lado, toca a la Gnosis y nosotros le revindicamos como de los nuestros. ¡Sin embargo, no es favorable a los gnósticos!
"¿Qué diría yo de ciertos estados que ellos atribuyen al alma? Hablan de exilio, de huellas, de lamentos. Si quieren expresar aquí el dolor de nuestra alma en pecado, tiene la necesidad donde ela se encuentra de ver las imágenes de las cosas antes que las cosas mismas, esto es un vano lenguaje inventado para dar contenido a su secta. Los dogmas que componen la doctrina de estos innovadores, pertenecen a Platón, los otros que constituyen su doctrina propia son innovaciones contrarias a la verdad".
Evidentemente he aquí una condenación en forma debida. Pero, tal vez con un examen más maduro de la doctrina gnóstica, un eclecticismo más claro y una parcialidad hacia la escuela un poco menos pronunciada, Plotino hubiese visto, como nosotros, que el abismo no era tan grande como para separar su fe de la de Valentín o Simón Magus.
LONGINO, contemporáneo de Plotino, escribió el Tratado de lo Sublime y combatió con furor el misticismo. Es cierto que fue ministro de Cenobia, reina de Palmira, lo cual es una pobre compensación.
PORFIRIO, nació en Batania, en Siria. En realidad se llamaba Malkus; sobre todo es célebre por una curiosa "Vida de Plotino", su maestro, y un tratado sobre
"Abstinencia de las carnes". Su ciencia era profunda.
Su discípulo, JAMBLICO, Sirio como él, preconiza las prácticas teúrgicas. Declaraba poseer el arte de hacer descender en él lo divino, mediante ritos, encantamientos y fórmulas simbólicas. Escribió "Vida de Pitágoras" y un libro sobre los "Misterios Egipcios" que poseemos.
Esta rápida descripción nos conduce hasta el año 333 de la era actual, año de la muerte de Jámblico. En esta época, una reacción politeista va a afirmarse en el seno de la Escuela de Alejandría, bajo la influencia de la Escuela de Atenas, pero según vemos, esta reacción ocurrirá mucho más sobre el terreno estético que sobre el terreno religioso. Esto que Juliano el Apóstata se esforzará por hacer revivir, nos referimos al esplendor cultural del Paganismo. Él era un espíritu muy afinado, un alma muy elevada, para soñar un retorno integral a los mitos, ya trasnochados, en los tiempos de Sócrates. Los Sirianus, Simplicius o Philopon no comprenderán de otra manera esta regresión cuando ellos traducen a Aristóteles o Platón.
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