jueves, 17 de octubre de 2013

Acerca de la Vida después de la Muerte - IV - FINAL

Carl G. Jung

Me parece probable que también en el otro mundo existan ciertas delimitaciones; que las almas de los muertos sólo descubrirán progresivamente dónde se encuentran los límites del estado liberatorio. En alguna parte existe «allí» un Debe condicionante de mundo que quiere poner fin al estado del otro mundo. Este Debe creador decidirá —así lo imagino— qué almas se sumergirán nueva mente en el nacimiento. Podría imaginarme que ciertas almas encuentran el estado de existencia tridimensional más dichoso que el de la «eterna». Pues quizás ello depende de hasta qué punto han trascendido la perfección o imperfección de su existencia humana.

Es posible que una continuación de la vida tridimensional no tuviera ya sentido cuando el alma ha alcanzado cierto grado de inteligencia; que no hubiera de regresar y la inteligencia elevada impidiera el deseo de reencarnación. Entonces las almas del mundo tridimensional se desvanecerían y conseguirían un estado que los budistas designan como nirvana. Sin embargo, si resta todavía un karma por ultimar el alma, vuelve a caer en el deseo y se entrega de nuevo a la vida, quizás por la creencia de que existe algo por completar.

En mi caso, hay que imaginar, debe haber sido un impulso apasionado el que ha originado mi nacimiento. Pues él es el elemento más destacado de mi naturaleza. Este insaciable instinto de comprensión ha creado, por así decirlo, una conciencia para reconocer lo que es y lo que sucede y para descubrir más allá de ello míticas representaciones a partir de las escasas indicaciones de lo irreconocible.

No está en absoluto a nuestro alcance el poder demostrar que se conserve de nosotros algo eternamente. Como máximo, podemos decir que existe una cierta probabilidad de que algo de nuestra psique continúe viviendo después de la muerte física. Si lo que ahora continúa existiendo es consciente en sí mismo, tampoco lo sabemos. Si existe una necesidad de formarse una opinión sobre esta cuestión, podría quizás sacarse a colación los fenómenos de desdoblamiento psíquico que se han realizado. En la mayoría de casos en que se manifiesta un complejo de desdoblamiento ello sucede en la forma de una personalidad, como si el complejo tuviera una conciencia de sí mismo. Por ello, por ejemplo, las voces de los enajenados se personifican. El fenómeno del complejo personificado lo he tratado ya en mi disertación doctoral. Se le podría guiar, si se quiere, en beneficio de una continuidad de la conciencia. A favor de tal hipótesis hablan también las observaciones sorprendentes que se han realizado en profundos desmayos después de agudas lesiones cerebrales y en graves estados de colapso. En ambos casos, de la más acusada pérdida de conciencia pueden tener lugar percepciones del mundo externo, así como experiencias oníricas. Dado que la corteza cerebral es la sede de la conciencia, descartada la influencia del desmayo, tales experiencias resultan actualmente todavía inexplicables. Quizás expresan una conservación subjetiva mínima de la capacidad consciente —incluso en los estados de una aparente carencia de conciencia.

El problema de la relación entre el «hombre intemporal», la persona y el hombre terrenal en el espacio y el tiempo plantea cuestiones de lo más difíciles. Dos sueños me aclararon esto.

En un sueño que tuve en octubre de 1958 vi desde mi casa dos discos de forma lenticular y de brillo metálico, que pasaron velozmente, describiendo un estrecho arco, por encima de la casa en dirección al lago. Eran dos OVNIS. Luego pasó otro cuerpo que volaba directamente hacia mí. Era un lente circular, como el objetivo de un telescopio. A una distancia de unos cuatrocientos o quinientos metros se detuvo un instante y luego volvió a volar. Inmediatamente después llegó otro cuerpo volando por el aire: un objetivo con apliques metálicos, adaptado a una caja: una linterna mágica. A unos sesenta o setenta metros de distancia se detuvo en el aire y se dirigió directamente hacia mí. Me desperté con la sensación de extrañeza. El sueño me rondaba todavía en la cabeza. Nosotros creemos siempre que los OVNIS son proyecciones nuestras. Pero ahora parecía que nosotros éramos sus proyecciones. Yo era proyectado por la linterna mágica como C. G. Jung. ¿Pero quién manipulaba el aparato?

Soñé una vez sobre el problema de la relación entre la persona y el Yo. En aquel sueño me encontraba en una excursión. Por un pequeño camino atravesé un paisaje accidentado, el sol brillaba y yo divisaba un amplio panorama. Entonces llegué a una pequeña ermita. La puerta estaba abierta y entré. Ante mi asombro, en el altar no se encontraba ninguna imagen de la madre de Dios ni ningún crucifijo, sino sólo un adorno de hermosas flores. Pero luego vi que, ante el altar, en el suelo, vuelto hacia mí, estaba un yogui sentado meditando profundamente. Al contemplarle de cerca vi que tenía mi rostro. Me desperté asustado pensando: ¡Ah!, éste es el que me medita. Ha tenido un sueño que soy yo. Sabía que cuando él despertara yo ya no existiría más.

Este sueño lo tuve después de la enfermedad de 1944. Representa una comparación: mi persona se sume en la meditación, por así decirlo como un yogui y medita mi forma terrena. Se podría decir también: adopta forma humana para lograr una existencia tridimensional, como cuando alguien se pone un traje de buzo para realizar una inmersión en el mar. La persona se entrega a aquella existencia en el más allá en una actitud religiosa que indica la capilla en el sueño. En la forma terrena pueden realizarse las experiencias del mundo tridimensional y perfeccionarse mediante mayor conciencia en un fragmento más.

La figura del yogui representaría en cierto aspecto mi totalidad prenatal inconsciente y el lejano oriente, tal como sucede con frecuencia en los sueños, algo que nos es ajeno, un estado psíquico contrapuesto a la conciencia. Al igual que la linterna mágica, «proyecta» también la meditación del yogui mi realidad empírica. Generalmente, sin embargo, consideramos esta relación causal a la inversa: descubrimos en los productos del inconsciente símbolos del mándala, es decir, figuras circulares y cuadrangulares, que expresan totalidad; y cuando expresamos totalidad utilizamos tales figuras. Nuestra base es la conciencia de un yo, un campo de luz centrado en el Yo que representa nuestro mundo. A partir de aquí contemplamos un mundo tenebroso, enigmático y no sabemos hasta qué punto sus huellas tenebrosas están causadas por nuestra conciencia o hasta qué punto poseen realidad. Un análisis superficial se da por satisfecho con la aceptación de la conciencia como causante. Sin embargo, un análisis más exacto muestra que generalmente las imágenes del inconsciente no son motivadas por la conciencia, sino que poseen su propia realidad y espontaneidad. Sin embargo, las consideramos simplemente como una especie de fenómeno marginal.

La tendencia de ambos sueños apunta a la relación de la conciencia del Yo y el Inconsciente considerada a la inversa, es decir, a representar el inconsciente como generador de la persona empírica. Esta inversión indica que, según la «opinión de la otra parte», nuestra existencia inconsciente es la verdadera y nuestro mundo consciente una ilusión o una aparente realidad, producida con fines determinados, algo así como un sueño que parece tener tanta realidad como si nos encontrásemos en ella. Está claro que este planteo tiene mucha semejanza con la concepción del mundo oriental, en cuanto éste cree en el Maja.

La totalidad inconsciente me parece por ello como el propio spiritus rector de todo suceso biológico y psíquico. Aspira a realización total, es decir, a devenir completamente consciente en el hombre. Devenir consciente es cultura en el sentido más amplio y autoconocimiento, es decir, esencia y alma de este proceso. El oriente atribuye a la persona un significado «divino», y según la antigua concepción cristiana es el autoconocimiento el camino de la cognitio Dei.

La cuestión decisiva para los hombres es: ¿guarda relación con lo infinito o no? Esto es el criterio de la vida. Sólo si yo sé que la falta de límites es lo esencial, no presto interés a cuestiones vanas y a cosas que no tienen un significado decisivo. Si no lo sé, insisto en perseguir tal o cual propiedad que percibo como posesión personal, algo que rige el mundo. Así es, pues, quizás a causa de «mi» inteligencia o «mi» belleza. Cuanto más insiste el hombre en la falsa posesión y cuanto menos capta lo esencial, tanto más insatisfactoria es su vida. Se siente limitado porque tiene objetivos limitados y esto crea envidia y celos. Cuando se comprende y siente que se está unido, ya en esta vida, al infinito, cambian los deseos y actitudes. En última instancia, uno se rige sólo por lo esencial, y si no se posee esto se ha malgastado la vida. También en la relación con los demás hombres es decisivo si en ello se expresa lo infinito o no.

El sentimiento de lo infinito sólo lo alcanzo, sin embargo, cuando estoy limitado al máximo. La mayor limitación del hombre es la persona; se manifiesta en la vivencia «¡yo no soy más que esto!». Sólo la conciencia de mi estrecha limitación en la persona me une a la infinitud del inconsciente. En esta conciencia me siento a la vez limitado y eterno, como el Uno y el Otro. Al saberme único en mi combinación personal, es decir, limitado, tengo la posibilidad de tomar conciencia también de lo infinito. Pero sólo así.

En una época que está orientada á tout prix a ensanchar el espacio vital, así como al incremento del saber racional, representa uno de los mayores estímulos llegar a tomar conciencia de su peculiaridad y limitación. Sin ello no se da percepción alguna de lo ilimitado —y tampoco ningún devenir consciente— sino meramente una identidad con lo mismo que se exterioriza en la embriaguez por las grandes cifras y por el poderío político.

Nuestra época ha insistido a toda costa en desplazar al hombre terrenal y ha contribuido a endemoniar al hombre y su mundo. El fenómeno de los dictadores y toda la miseria que ha causado es debido a que se ha despojado al hombre de su tendencia al más allá por la estrechez de miras de los «omnisapientes». De este modo se ha sacrificado también al inconsciente. La tarea del hombre debería consistir precisamente en lo contrario, en llegar a adquirir conciencia de lo que le impulsa desde lo inconsciente, en lugar de permanecer inconsciente o idéntico a ello. En ambos casos crearía conciencia desleal a su destino. En lo que no es posible alcanzar, el único sentido de la existencia humana consiste en encender una luz en las tinieblas del mero ser. Incluso hay que suponer que, al igual que lo inconsciente actúa en nosotros, también el incremento de nuestra conciencia influye en el inconsciente.

FIN


No hay comentarios: