La transformación que he descrito arriba sumariamente es la esencia de la relación psicológica del matrimonio. Mucho puede decirse sobre las ilusiones que sirven a los fines de la naturaleza y conllevan las transformaciones que caracterizan la mitad de la vida.
La armonía peculiar que caracteriza al matrimonio durante la primera mitad de la vida -en el supuesto de que el ajuste sea exitoso- está basada con mucho en la proyección de ciertas imágenes arquetípicas, lo que se clarifica en la fase crítica.
Todo hombre lleva dentro de sí la imagen eterna de la mujer, no la imagen de esta o esa mujer particular sino una imagen femenina determinada. Esta imagen es fundamentalmente inconsciente, un factor hereditario de origen primordial grabado en el sistema orgánico viviente del hombre, una impronta o arquetipo de todas las experiencias ancestrales de la mujer, un depósito, si eso fuese posible, de todas las impresiones hechas por la mujer –en resumen, un sistema heredado de la adaptación física. Aun si no existiese ya ninguna mujer, sería posible en cualquier época desde esta imagen inconsciente deducir exactamente cómo habría estado constituida síquicamente esa mujer. Lo mismo sucede en caso de la mujer: ella también tiene su imagen innata del hombre. Realmente sabemos por la experiencia que sería más adecuado describirla como una imagen de los hombres, mientras en el caso del hombre es más bien una imagen de la mujer. Puesto que esta imagen es inconsciente, esta es siempre proyectada inconscientemente sobre la persona del ser amado. Esta es una de las razones principales para la atracción o aversión apasionadas. He llamado a esta imagen anima y he encontrado la pregunta escolástica Habet mulier animam? especialmente interesante, ya que en mi opinión es inteligente en tanto la duda parece justificada. La mujer no tiene anima, ni alma, sino animus. El anima tiene un carácter erótico, emocional, mientras el animus tiene un carácter racionalizante. Por consiguiente la mayor parte de lo que los hombre dicen sobre el erotismo femenino y particularmente sobre la vida emocional de la mujer se deriva de las proyecciones de su propia anima y está por tanto distorsionado. Por otro lado, las asombrosas suposiciones y fantasías que las mujeres hacen acerca de los hombres provienen de la actividad de su animus, quien produce una inagotable fuente de argumentos ilógicos y falsas explicaciones.
Ambos, anima y animus se caracterizan por ser extraordinariamente polifacéticos. En un matrimonio sucede siempre que el contenido proyecta esta imagen sobre el contenedor, mientras que éste es sólo parcialmente capaz de proyectar su imagen inconsciente sobre su compañero. Mientras más unificado y simple es el compañero menos completa es la proyección.
En tal caso esta imagen altamente fascinante cuelga como si estuviera en medio del aire, como si estuviera esperando ser llenada por una persona viviente. Hay cierto tipo de mujeres que parecen estar hechas por la naturaleza para atraer proyecciones del anima, en realidad podemos hablar de un tipo definido de anima. El así llamado carácter de esfinge es una parte indispensable de su equipo, de mismo modo que una equivocidad y elusividad intrigante, no una indefinible apariencia que no ofrece nada sino una indefinición que parece llena de promesas como el expresivo silencio de la Mona Lisa. Una mujer de esta clase es las dos cosas, vieja y joven, madre e hija, de más que dudosa castidad, de apariencia infantil, y todavía provista de un aspecto ingenuo que es extremamente paralizante para los hombres. No todo hombre de real poder intelectual puede ser un animus.
Para ser un animus debe ser un maestro no tanto en ideas sino en palabras precisas –las palabras aparentemente llenas de significado que por otro lado dejan mucho sin decir. Debe ser un héroe más bien cuestionable, un hombre con posibilidades lo cual no quiere decir que una proyección del animus no pueda descubrir un héroe real antes de que sea perceptible a los perezosos juicios de un hombre de inteligencia promedio.
Para el hombre como para la mujer en la medida que son contenedores, el completar esta imagen es una experiencia que tiene sus consecuencias, porque esta conlleva la posibilidad de encontrar las propias complejidades respondidas por una correspondiente diversidad. Amplios panoramas parecen abrirse en los que uno se siente abrazado y contenido. Y digo parecen a propósito porque la experiencia tiene siempre dos caras.
En tanto la proyección del animus de una mujer puede a menudo escoger un hombre de real significación que no es reconocido por la masa, y puede realmente ayudarlo a él a completar su propio destino con su apoyo moral, así también un hombre puede crear para sí mismo una mujer inspiradora mediante la proyección de su anima. Pero a menudo esto se torna en una ilusión con consecuencias destructivas, un fracaso porque su fe no fue lo suficientemente fuerte. A los pesimistas les diría que estas imágenes psíquicas primordiales tienen un extraordinario valor positivo, pero debo advertir a los optimistas contra las fantasías cegadoras y la probabilidad de las más absurdas aberraciones. No se debería tomar en cuenta a esta proyección como una relación individual y consciente. En sus primeras fases está muy lejos de ser esto, por esto crea una compulsiva dependencia basada en motivos inconscientes distintos de los biológicos. Ella de Rider Hagaard entrega alguna indicación del curioso mundo de ideas que subyace en la proyección del anima. Estas son en esencia de contenido espiritual, a menudo con disfraz erótico, fragmentos obvios de una mentalidad mitológica primitiva que se compone de arquetipos y cuya totalidad constituye el inconsciente colectivo.
Concordantemente tal relación es en el fondo colectiva y no individual (Benoit quien creó en L’Atlantide una figura fantástica similar aun en los detalles al de Ella niega haber plagiado a Rider Hagaard).
Si tal proyección calza con uno de los miembros de la pareja, la relación espiritual colectiva entra en conflicto con el colectivo biológico y produce en el contenedor la división o desintegración. Ya lo he descrito antes. Si él es capaz de mantener su cabeza sobre el agua, se encontrará a sí mismo en un conflicto extremo. En ese caso, la proyección aunque peligrosa en sí mismo le habrá ayudado a pasar de la relación colectiva a la individual. Esto favorece a una realización totalmente consciente de la relación que proporciona el matrimonio. Puesto que el objetivo de este documento es la discusión de la sicología del matrimonio, la psicología de la proyección no nos concierne ahora. Es suficiente mencionarla como un hecho.
Difícilmente se puede trabajar sobre la relación psicológica del matrimonio sin mencionar, aun a riesgo de malentendidos, la naturaleza de sus críticas transiciones. Como es bien sabido uno no entiende lo psicológico a no ser que lo haya experimentado. No siempre esto previene a cualquiera de sentirse convencido de que su propio juicio es la única verdad aceptable. Este hecho desconcertante proviene de la necesaria sobrevaloración del contenido momentáneo de la conciencia, porque sin esta concentración de atención uno no podría ser consciente en absoluto.
De este modo cada período de la vida tiene su propia verdad psicológica, y lo mismo se aplica en cada estadio del desarrollo psicológico. Hay estadios inclusive que solo unos pocos pueden alcanzarlos, dependiendo de su raza, familia, educación, talento y pasión. La naturaleza es aristocrática. El hombre normal es una ficción, aunque ciertas leyes generalmente válidas existen.
La vida psíquica es un desarrollo que puede quedar fácilmente detenido en los niveles inferiores. Esto sucede aunque cada individuo posee una gravedad específica, según la cual el sube o baja al nivel en que alcanza su límite. Sus puntos de vista y convicciones se determinarán concordantemente. No hay que admirarse de que con mucho la mayoría de los matrimonios alcance su más alto límite psicológico en la cumplimiento de la finalidad biológica sin lastimar la salud espiritual o moral.
Relativamente poca gente cae en una desarmonía más profunda con ellos mismos. Donde hay una gran cantidad de presión desde fuera, el conflicto es incapaz de desarrollar mucha tensión dramática debido a una clara falta de energía. La inseguridad psicológica sin embargo crece en proporción con la seguridad social, inconscientemente al comienzo, causando neurosis, luego conscientemente produciendo separaciones, discordia, divorcios y otros desordenes maritales. En niveles superiores se distinguen nuevas posibilidades de desarrollo psicológico, tocando la esfera de la religión donde el juicio crítico se detiene.
El progreso puede ser permanentemente detenido en cualquiera de estos niveles con una completa inconsciencia de lo que podría haber sucedido en el siguiente estadio de desarrollo. Como norma general el acceso al siguiente estadio está bloqueado por violentos prejuicios y temores supersticiosos. Estos sin embargo sirven para un propósito útil ya que un hombre que es obligado por accidente a vivir en un nivel demasiado alto para él, se vuelve loco y se convierte en una amenaza.
La naturaleza no es solo aristocrática, también es esotérica. Ya que ningún hombre con entendimiento será inducido a guardar en secreto lo que sabe, debido a que se da cuenta demasiado bien de que el secreto del desarrollo psíquico no puede ser nunca traicionado, simplemente porque ese desarrollo es una cuestión de capacidad individual.
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