Carl Gustav Jung
--Tomado de The Development of Personality--
El matrimonio, visto como una relación psicológica, es una estructura altamente compleja, compuesta de una de serie de factores subjetivos y objetivos, la mayoría de naturaleza muy heterogénea. Como deseo referirme sólo a los aspectos psicológicos del matrimonio, debo dejar de lado los factores de tipo legal y social, aunque estos no dejan de influir en las relaciones de los consortes.
Siempre que hablamos de una relación psicológica presuponemos que es consciente, porque no hay relación psicológica entre dos personas que están en estado de inconsciencia. Pero la absoluta conciencia no existe, lo que existe es un grado mayor o menor de inconsciencia, y la relación psicológica está dada según el grado de conciencia.
En el niño, la conciencia despierta de las profundidades de la vida psíquica inconsciente, al comienzo como islas separadas, las cuales gradualmente se unen para formar un continente, una masa de terreno continua de conciencia. El progresivo desarrollo mental significa, en efecto, una expansión de la conciencia. Con el despertar de la conciencia continua y no antes, se hace posible la relación psicológica.
En la medida de lo que sabemos, la conciencia es siempre la conciencia del ego. Para ser consciente de mí mismo, debo distinguirme de los otros. La relación sólo puede darse cuando existe esta distinción. Pero aunque la distinción pueda darse de un modo general, normalmente es incompleta, porque grandes áreas de la vida psíquica permanecen inconscientes. Cuando no se puede hacer esta distinción respecto al contenido inconsciente, no se establece la relación en ese campo. Aquí todavía reina la condición original de la identidad primitiva del ego, en otras palabras una completa ausencia de relación.
Una persona joven en edad de casarse, posee, por supuesto una conciencia del ego (las mujeres, más que los hombres, como norma general) pero esta apenas ha salido de la neblina de la inconsciencia original y tiene ciertamente amplias áreas que todavía permanecen en la sombra que le impiden la formación de la relación psicológica. Esto significa, en la práctica, que el o la joven pueden tener sólo un entendimiento incompleto de sí mismos y de los otros. Están, por tanto, poco informados de los motivos ajenos y de los suyos propios. Por lo general, los motivos por los que actúan son en gran parte inconscientes. Subjetivamente, por supuesto, el se considera a sí mismo muy consciente y conocedor, porque sobreestimamos constantemente el contenido de la conciencia y es un grande y sorprendente descubrimiento cuando encontramos que lo que habíamos supuesto una cumbre no es sino un primer paso de una larga ascensión. Mientras más grande sea el área de inconsciencia, menos el matrimonio es de libre elección, como se muestra subjetivamente en la compulsión que uno siente tan agudamente cuando está enamorado. La compulsión puede existir aun en el caso de no estar enamorado, aunque en una forma menos agradable.
Las motivaciones inconscientes son de naturaleza personal y general. En primer lugar hay motivaciones que proceden de la influencia de los padres. La relación del joven con su madre y de la joven con su padre es el factor determinante en este punto. Es la fuerza del nexo con los padres la que influye inconscientemente en la elección de marido o mujer, ya sea positiva o negativamente. El amor consciente hacia los dos padres favorece la elección de la pareja adecuada, mientras un lazo inconsciente (que no necesita en ningún sentido ser expresado conscientemente como amor) hace la elección difícil e impone modificaciones características. Con el fin de entenderlas, se debe comprender ante todo la causa del lazo inconsciente con los padres y bajo qué condiciones modifica fuertemente o incluso impide la elección consciente. En general toda la vida que pudieron haber vivido los padres, excepto aquello que ellos mismo lo descartan por motivos artificiales, se la transmite a los niños como un legado. Esto quiere decir que los niños son conducidos inconscientemente en una dirección que está destinada a compensar todo lo que se dejó sin completar en las vidas de sus padres. Por este motivo los padres excesivamente moralistas tienen hijos que son llamados “inmorales” o un padre irresponsable y manirroto tiene un hijo con una malsana cantidad de ambición, y así por el estilo. Los peores resultados de derivan de padres que se han mantenido a sí mismos artificialmente inconscientes. Examinemos el caso de una madre que deliberadamente se mantiene inconsciente de tal modo que no cuestiona a su hijo su pretensión de un matrimonio satisfactorio.
Inconscientemente ella relacionará a su hijo con ella, más o menos como un sustituto de su marido. El hijo si no es forzado directamente a la homosexualidad, es impelido a modificar su elección de un modo contrario a su verdadera naturaleza. El puede casarse con una chica que es obviamente inferior a su madre y por tanto incapaz de competir con ella; o caerá con una mujer de disposición tiránica y dominante, que puede lograr apartarlo de su madre. La elección de una pareja, si los instintos no han sido viciados, puede permanecer libre de estas influencias, pero tarde o temprano, éstas se harán sentir como obstáculos. Una elección más o menos instintiva puede ser considerada la mejor desde el punto de vista de la conservación de la especie, pero no siempre es afortunada desde el punto de vista psicológico, porque existe a menudo una enorme diferencia entre la personalidad puramente instintiva y el individuo diferenciado. Y aunque en algunos casos la raza puede ser mejorada y vigorizada por una elección puramente instintiva, la felicidad individual sería empujada al sufrimiento. (La idea de instinto no es nada más que un término colectivo para toda clase de factores orgánicos y psíquicos cuya naturaleza es en gran parte desconocida.)
Si el individuo es considerado solamente como un instrumento para mantener la especie, entonces la elección puramente instintiva de la pareja es con mucho la mejor. Pero dado que los fundamentos de tal elección son inconscientes, solo una especie de nexo impersonal se puede construir sobre ellos, como se puede observar muy bien entre los primitivos. Si podemos hablar aquí de una “relación”, es en el mejor de los casos, un pálido reflejo de lo que queremos significar, un estadio muy distante de acontecimientos con un carácter decididamente impersonal, totalmente regulado por costumbres y prejuicios tradicionales, el prototipo de todo matrimonio convencional.
En tanto la razón o el cálculo o el así llamado amor cuidadoso de los padres no organice el matrimonio y los instintos originales de los jóvenes no estén viciados sea por la falsa educación o por la escondida influencia de los complejos acumulados y olvidados de sus padres, la elección matrimonial seguirá normalmente las motivaciones inconscientes del instinto. La ignorancia desemboca en una no diferenciación de la identidad inconsciente. La consecuencia práctica de esto es presuponer en el otro una estructura psicológica similar a la propia. Una vida sexual normal, como una experiencia compartida con propósitos aparentemente similares fortalecen el sentimiento de unidad e identidad. Este estado es descrito como una completa armonía y se expresa como una gran felicidad (“un corazón y un espíritu”) no sin una buena razón, puesto que el retorno a esa condición original de inconsciencia individual es como un retorno a la infancia. De allí los gestos infantiles de todos los amantes. Aun más es el retorno al vientre materno, a las profundidades fecundas de una todavía inconsciente creatividad. Es, en verdad, una genuina e incontestable experiencia de lo Divino, cuya fuerza trascendente borra y consume todo lo individual, una comunión real con la vida y el poder impersonal del destino. La voluntad individual de auto posesión está quebrada, la mujer se hace madre y el hombre se hace padre, y así ambos son despojados de su libertad y convertidos en instrumentos de la urgencia de la vida. Aquí la relación permanece dentro de los límites del objetivo biológico instintivo, la preservación de la especie. Puesto que este objetivo es de naturaleza colectiva, el lazo psicológico entre marido y mujer será también esencialmente colectivo, y no puede ser considerado como una relación individual en el sentido psicológico. Podemos hablar de ésta cuando la naturaleza de las motivaciones inconscientes ha sido reconocida y la identidad original se ha agotado. Pocas veces o nunca evoluciona un matrimonio hacia una relación individual de manera suave o sin crisis. No hay un nacimiento a la conciencia sin dolor.
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