domingo, 16 de octubre de 2011

El Éxtasis de Pablo - VIII -Final-

EL HOMBRE DIOS

Dr. Gilles Quispel

Traducción: +Thelarbus

El Codex VI de los escritos encontrados en Nag Hammadi en 1945 contiene un libro desconocido hasta su descubrimiento denominado "la Ogdóada y la Enéada". Esta obra se remonta a mucho tiempo atrás y bien podría ser pre-cristiana. En ella, Hermes se identifica con el mismo Espíritu, concepción sorprendente que es eliminada en los escritos de una época posterior.

La Ogdóada y la Enéada describen la Gnosis Hermética como una iniciación y una experiencia personal. El texto comienza con estas palabras dirigida por un neófito llamado Asclepius a Hermes Trismegisto:

“Padre mío, me has prometido iniciar a mi Espíritu en el grado de la octava esfera, y después iniciarme en el grado de la novena esfera. Tú has dicho: este es el orden en el que los misterios son transmitidos." (VI, 52, 2-7)

La octava esfera es el cielo de las estrellas fijas más allá de los planetas. La novena esfera es el mundo espiritual.

Reconocemos el esquema de los tres cielos mencionados por San Pablo.

Antes de que el neófito había recibido una formación espiritual por grados. Tal vez era de siete grados, como en los misterios de Mithras, el dios persa. Así es que antes ha atravesado la Hebdómada, las esferas de los siete planetas. Y él ha dado las palabras de pase a estos guardianes austeros, fórmulas mágicas que fuerzan a los dioses, como en la religión egipcia.

Ahora, tanto Asclepio como Hermes, oran:

“Señor, concédenos la sabiduría de tu potencia para que llegue hasta nosotros, para que podamos encontrar las palabras para poder hablar de la contemplación de la Ogdóada y de la Enéada.” (56, 23-26)

Toda la Ogdóada y las almas bienaventuradas, que se encuentran junto con los ángeles, cantan alabanzas en silencio. Y los iniciados, que son una réplica del Pleroma de lo alto, participan, exactamente como en la Eucaristía griega y romana cuando la congregación entera, tras el sursum corda, se unen a los coros de ángeles y arcángeles cantando en el cielo las virtudes del Muy Santo.

Luego Asclepius asciende hasta la Dekada, la misma morada de Dios, y llega a la visión de Dios:

“Veo, sí, veo las profundidades inmensurables... Veo, en un éxtasis sagrado Quien me da el movimiento. Tú (Dios) me da la posibilidad. Me veo a mí mismo... Veo una fuente vibrante de vida.” (57,31-58,14)

Hermes y Asclepio son, según este escrito, ascendidos hasta el tercer cielo. Es la vía de la inmortalidad de todo iniciado hermético. Y nada indica que la Gnosis hermética deba esta concepción a la Biblia o a otra influencia del judaísmo, sino al contrario. Gracias a nuestro colega y amigo Ioan Culianu, vemos claramente que estas experiencias de éxtasis tienen por lo general una prehistoria griega y se sitúan en el centro astrológico del hermetismo alejandrino.

Couliano se refiere al tratado hermético Panaretos del siglo II de nuestra era. Escribe:

“La teoría de las suertes planetarias proviene, de acuerdo con W. Gundel, de una muy vieja técnica adivinatoria. Utilizando dos métodos diferentes -la tirada de los dados o un cálculo astrológico relativamente simple, que comienza con las posiciones relativas del Sol, la Luna y el Ascendente en el tema del nacimiento- podemos calcular el "locus fortunae" de cada individuo. El Panaretos muestra el destino en los planetas singulares..." (Expériences de l'extase, p. 143).

A esta concepción astrológica se ha vinculado la fe mágica y egipcia que el iniciado, que conoce las palabras de pase, puede enfrentar a los dioses planetarios por medio de fórmulas complicadas e incomprensibles. Esta combinación no podría ser realizada más que en Alejandría. Y si más tarde, la ascensión a través de las esferas del iniciado acorazado con las palabras de pase se encuentra en los libros gnósticos, como el segundo libro de Jeû, o en los documentos de la Gnosis judía del trono, es de estos escritos de donde se han derivado los puntos de vista del medio Alejandrino saturado de tales experiencias. Ahora se ha establecido que el hermetismo alejandrino procede de escritos de siglos precedentes. Y se ha comprobado, cada vez más claramente, que el hermético se remonta a tiempos anteriores a San Pablo.

Ahora sabemos que los escritos herméticos, llamada "filosóficos", provienen de una especie de logia alejandrina, donde Griegos, Judíos y Egipcios podían ser miembros. Se practicaban rituales, como una comida sagrada, un bautismo con el Espíritu y un beso de la paz. Los Iniciados procedían por grados (bathmoi, grados) hacia la última experiencia, la visión de Dios y el encuentro con uno mismo, como ha demostrado Jean-Pierre Mahé. Estas personas han tenido la satisfacción de beber de esta fuente interna e inspiradora, que no es intelectual. Es en este ambiente que se sitúa la concepción hermética del hombre-Dios. Hermes, dicen, es un hombre que vivió una vez en la prehistoria de Egipto como rey y sacerdote. Era un hombre privilegiado y excepcional, pero un hombre. Y es de este hombre que el texto sobre la Ogdóada y la Enéada declaran que es el Espíritu de Dios personificado:

"Yo soy el Espíritu (noûs)." (58,4).
"Te dije, oh hijo mío, que yo soy el Espíritu." (58, 14-15).
"Estoy en silencio, oh Padre mío. Deseo enviarte un himno en silencio. -Envíamela, porque yo soy el Espíritu." (58,24-27).

La concepción del viaje celestial del alma fue adoptada en Alejandría por parte de algunos Judíos como Philon y los Gnostikoi, que produjeron escritos como Zostrianos, donde la elevación del iniciado a través de las esferas es la esencia de la doctrina secreta. Lo mismo aparece en escritos gnósticos cristianos como el Evangelio según María Magdalena y los Apocalipsis de Santiago.

La religión de Israel no acepta este mito. Profetas como Isaías y Ezequiel han tenido claramente visiones de Dios, pero al mismo tiempo se mantuvieron firmemente plantados en tierra.

La religión de Abraham, Isaac y Jacob no admite que hay un mundo trascendente y espiritual opuesto al mundo visible dominado por los astros. El Antiguo Testamento no admite más que un mundo, el nuestro.

La elevación ontológica hacia el más allá es un fenómeno nuevo en Israel.

Del mismo modo, la concepción de un hombre Dios, no se encuentra en documentos antiguos disponibles. Es cierto que en la escritura apocalíptica llamada el primer Enoc (34-41), de fecha incierta pero con seguridad pre-cristiana, contiene la narración de la transformación de Enoc en el Hijo del Hombre: así, un hombre terrestre de la prehistoria se identifica con la Gloria de Dios (porque hijo del Hombre significa: Hombre con mayúscula, el Hombre-Gloria de Ezequiel). Y un escrito posterior, el tercer Enoc, cuenta la fusión del mismo Enoc con el Ángel del Señor llamado Metatron, que viene a ser lo mismo.

Gershom Scholem ha demostrado que esta Gnosis judía nació en círculos Fariseos estrictamente ortodoxos de los primeros siglos de nuestra era en Palestina. Y el mismo sabio ha observado que estos documentos desafían el racionalismo de la filosofía griega, haciendo hincapié en los tratados antropomórficos des esta Gloria luminosa por la cual el Dios Oculto se revela. Pero uno se pregunta si en este caso, como tan a menudo en la historia, si la herejía no precedió a la ortodoxia, y si esta herejía no procede de Alejandría. Palestina está muy cerca de esta ciudad cosmopolita. Entonces el problema surge de saber si esta herejía judía y alejandrina no debe mucho, o al menos es compatible con la concepción hermética del hombre-Dios.

Sin duda, San Pablo identifica al Jesús resucitado con la Gloria eterna de Dios. Consideraba a Jesús como un hombre nacido de una mujer en el cual el kabod eterno se ha incorporado para siempre.

Es esta experiencia profunda y decisiva la que se ha impreso en el marco tradicional del éxtasis helenístico, adaptada a las categorías propicias de una Gnosis judía y alejandrina.

FIN.


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